C O M E N T A R I O
Constante es en este perícopa la oposición entre las figuras
de Jesús y de Pedro ante la entrega voluntaria de Jesús a
las autoridades judías y el consiguiente derrumbamiento de la idea
de un Mesías triunfador. La figura de Judas, quien, al coger y acaudillar
las tropas que iban a prender a Jesús, se hace representante del
"jefe del mundo", con la figura de Anás, último
responsable de lo que sucede y encarnación del Enemigo/diablo (Kosmos).
Las autoridades tienen que recurrir a un delator para encontrar a Jesús.
El prendimiento se debe a la decisión tomada por el consejo judío
de darle muerte.
Hay que recordar que Jesús a lo largo de todo el Evangelio de
Juan tiene conflictos con las autoridades y ya han querido apedrearle. Se
ha escapado varias veces ya que no había llegado su hora. Esta es
la última oportunidad del Sanedrín de acabar con él,
ya que estando en las fiestas, puede fácilmente levantar a la gente
contra ellos.
En el versículo 3 se muestra el peligro que Jesús representa
para el Mundo (Kosmos) resaltando el número de las fuerzas que intervinieron
en el prendimiento. El batallón representa al poder político
romano ; los guardias a los sumos sacerdotes, poder religioso oficial y
miembros de la aristocracia del dinero, y a los fariseos, los defensores
e intérpretes de la Ley.
Judas camina en la noche, sin luz, en que actúa la tiniebla.
Mientras duraba el día, a pesar de sus intentos, no podían
llevar a cabo su propósito. La hora final es su espacio y van a mostrar
toda su capacidad de odio y de mal. Faroles y antorchas, muestran la necesidad
de luz para buscar una ruta en las tinieblas. Llevan armas, instrumentos
de muerte. Se identifican tiniebla y muerte. Los enemigos de la luz-vida
se acercan para apresarla y extinguirla. La redacción del texto hace
que Judas sea el que llega con faroles, antorchas y armas, no la tropa.
V.4 Jesús mismo sale, señalando la voluntariedad
de su muerte. Está dispuesto a entregarse. Jesús no se dirige
a Judas sino al grupo entero.
V.5-7 Jesús se identifica él mismo, no hacen falta
contraseñas. YO SOY lo identifica como Yahveh, como el Mesías.
El acepta la denominación, para ellos sospechosa y que va a figurar
en el motivo de su condena : Jesús el Nazareno, el Rey de los Judíos.
Al entregarse libremente, Jesús es dueño de la situación.
La muerte de Jesús no será la condena denigrante de un criminal,
sino la manifestación de su gloria. Su muerte será un comienzo,
no un fin.
V.8 Jesús se identifica de nuevo y da orden de limitarse a la
misión que traen y dejar en libertad a los suyos. Su entrega los
pone a salvo, les da la oportunidad de marcharse o de seguirlo y
estar con él, pero aún no son capaces de ir a donde él
va. El seguimiento ha de ser libre, no forzado por las circunstancias.
V.10 Pedro no ha comprendido la alternativa de Jesús ni su designio,
que no consiste en triunfar dando muerte, sino en entregarse para comunicar
la vida. No ha superado la tentación de hacerlo rey. Jesús
es el líder para Pedro. Su amor es osado e individualista,
no se siente miembro del grupo, sino adepto a su líder. Aunque valiente
es poco realista, sólo él con su machete contra un batallón.
Su gesto aparece más vano todavía, dado que Jesús
se ha mostrado dueño de la situación.
V.11 Por tercera vez a partir de la cena aparece en el texto el sobrenombre
Pedro sin acompañar el nombre Simón. Como en las dos veces
anteriores (13, 8.37), se encuentra en un pasaje donde se opone al designio
de Jesús. El Padre no ha destinado a Jesús a la muere ; su
misión no era morir, sino dar testimonio de su amor al mundo. Pero
en el mundo de la tiniebla opresora, enemiga del hombre, la muerte violenta
era inevitable y ella va a manifestar hasta el máximo la maldad del
mundo y el amor de Dios. El encargo del Padre a Jesús era aceptar
esa muerte como prueba de su amor al hombre.
V.12-14 En el acto de prender a Jesús, sus agentes son humillados
y derrotados. Al entregarse, Jesús anula su poder. En el sumo
sacerdote Anás, el poder oculto que mueve los hilos de la conspiración
contra Jesús, aparece personificada la figura de "el Enemigo"
; encarna el poder del dinero, del cual Judas era mero instrumento.
La Siguiente perícopa, la que
realmente constituye nuestro estudio, forma una secuencia con la anterior,
es inseparable de ella.
En el centro de la perícopa aparece el testimonio de Jesús,
interrogado por el sumo sacerdote; está incluido entre las negaciones
de Pedro, interrogado éste, a su vez, por la sirvienta, los siervos
y los guardias. Ante Anás, muestra Jesús su libertad, protege
a los suyos negándose a denunciarlos y declara no tener nada que
ocultar. Ante la violencia contra su persona, no responde con violencia,
se mantiene libre y enfrenta al adversario con su irracionalidad. En uno
y otro momento, Jesús muestra una libertad que lo sitúa por
encima de todo poder.
Al colocar el evangelista esta escena entre las dos donde aparece Pedro,
pretende acentuar el contraste. Pedro se acobarda ante los agentes del poder
e incluso ante una criada, por temor a la violencia que podría acarrearle
la muerte, como a Jesús. Niega por eso, de manera total, ser discípulo.
Contrasta su extrema cobardía con la extrema temeridad que mostró
en el huerto. Ya no tiene motivo para afrontar la muerte.
V.15 Con su seguimiento, Pedro contradice el aviso que le había
dado Jesús: No eres capaz de seguirme ahora (13, 36). Jesús
ha comenzado su marcha al Padre. Aparece otro discípulo que lleva
el distintivo propio de los que son de Jesús, experimenta su amor,
corresponde a ese amor, cumple el mandamiento de Jesús. Es el modelo
de discípulo. La insistencia de que era conocido subraya el peligro
que corre en aquel lugar; al afrontarlo demuestra su amor a Jesús.
El atrio del sumo sacerdote equivale al atrio de las ovejas, donde éstas
son explotadas y sacrificadas, con evidente alusión al templo. El
sumo sacerdote, figura del Enemigo, es el alma del templo explotador. Como
pastor, Jesús entra en la institución para dar la vida por
la ovejas y sacarlas así de la opresión. De ahí que
Jesús no "sea conducido" (18, 3) dentro del palacio, sino
que "entre", mostrando una vez más la libertad de su decisión.
V.16 Surge el contraste entre Pedro y el otro discípulo. Pedro
no entra; no se le conoce como discípulo, se detiene fuera, junto
a la puerta. Por cuarta vez aparece el sobrenombre Pedro sin ir acompañado
por el nombre. El otro discípulo, representante de la comunidad fiel,
va a ofrecer a Pedro la oportunidad de declararse discípulo y poder
seguir a Jesús en su entrega y muerte. Pedro no entra espontáneamente,
se deja conducir.
V.17 Conducido por el otro discípulo, está dentro del atrio
del sumo sacerdote. La portera, encargada de reconocer el derecho a entrar,
pregunta a Pedro si es discípulo, si entra con la misma disposición
que Jesús y el otro. Ser conocido como discípulo es consecuencia
de una conducta. Pedro por tanto no lleva el distintivo de discípulo,
por eso la portera pregunta.
Se asusta frente a una sirvienta. Niega su identidad de discípulo
y queda sin identidad alguna. No puede decir como Jesús Soy Yo. El
ciego curado por Jesús después de ser lavado en Siloé,
podía decir: Soy Yo a los que dudaban de su identidad (9, 9). Jesús
arriesga su vida declarándose se lo que es; Pedro se apega a sí
mismo y se pierde.
V.18 Pedro ha renunciado a ser discípulo y se encuentra ahora
en el grupo de los que sirven al Enemigo. No habiendo alcanzado la libertad,
está entre los siervos. El frío, como la noche, la tiniebla
y el invierno son símbolos de muerte. A los faroles y antorchas que
trataban de vencer la tiniebla, corresponden las brasas que intentan vencer
el frío.
V.19 La escena de Jesús está en contraste con lo que sucede
en el patio; ahí Pedro niega ser discípulo; aquí Jesús
es interrogado acerca de sus discípulos.
Anás sabe quién es Jesús; le interesa saber ante
todo, conocer quiénes lo apoyan, luego la doctrina que propone. Su
preocupación es meramente política: proteger los intereses
de la institución que ejecuta sus designios.
V.20-21 Su enseñanza ha sido pública, no tiene nada que
esconder. Jesús no acepta la condición de súbdito interrogado.
El jefe le pide una declaración y él se niega a darla. Ante
ese juez no tiene por qué defenderse, justificarse ni dar razones.
Son ellos quienes tienen que ir a él y conocerlo. No les importa
Jesús como persona, sino como amenaza.
V.22 El subordinado ofrece un paralelo con Pedro en la escena de la detención
de Jesús. También Pedro salía en defensa del Líder.
En ambos, la violencia obedece al instinto de sumisión a un jefe.
V.23 Jesús llama al guardia a la razón haciéndole
comprender su irracionalidad. Al interiorizar su condición de súbdito
ha perdido la libertad.
V.24 No hay respuesta de Anás, que no ha podido manejar a Jesús.
Este aparece como el hombre libre, dueño de sí, que no necesita
defenderse ni lo pretende. Sigue atado. Su libertad los deja desarmados.
La violencia encubre la debilidad del poder ante la fuerza de una libertad
coherente con la verdad de la existencia.
V.25 Jesús ha continuado su itinerario hacia el Padre. Pedro
no se ha movido del lugar donde estaba. El temor de la muerte lo ha hecho
incapaz de seguirlo.
Arriba se ha tenido el interrogatorio de Jesús, abajo se tiene
el de Pedro. Jesús se remitía a los que lo habían escuchado;
Pedro, que es uno de ellos, está quieto, calentándose, sin
llamar la atención. Han preguntado a Jesús por sus discípulos
y Pedro niega serlo, ahora no sólo a la portera, sino ante todos
los presentes. Es ya la apostasía pública. Mientras Jesús
no cede en ningún momento ni da un paso atrás, Pedro se va
desdibujando como discípulo.
Al encuadrar el interrogatorio de Jesús entre las dos escenas
de la negación de Pedro, Jn quiere acentuar el contraste. Mientras
Jesús afronta la situación con pleno dominio de sí,
aparece Pedro atenazado por el miedo, mendigando un poco de calor, mezclado
anónimamente con aquellos que en el huero habría querido exterminar,
sin atreverse a afrontar su propia situación. El que está
suelto, está en realidad atado, mientras Jesús atado, no ha
perdido su libertad. Como Jesús está preso, Pedro ya lo da
por derrotado. Cuando es imposible utilizar el machete y no hay líder
por quien luchar, Pedro, que por ellos se definía, ya no es nadie,
se anula, negando su libertad.
V. 26-27 Segunda mención del corte e la oreja, después
de las escenas en que se nombra a Anás y Caifás. Le pregunta
uno que fue testigo de su acto de violencia contra el representante del
sumo sacerdote (18,10). Pedro se acobarda, no se atreve a enfrentarse con
la autoridad. Aquel gesto significaba su ruptura con la institución;
ahora no se atreve a condenarla.
En cuanto niega por tercera vez, la definitiva, canta el gallo. Por cantar
en la noche, se consideraba el gallo animal diabólico; su canto es
el grito de victoria de la tiniebla. Cuando Pedro ha renegado de Jesús,
renunciando a la vida, y se ha integrado en el grupo de los sometidos, la
tiniebla ha triunfado.
En toda la perícopa anterior se establece el contraste entre la
actitud de Jesús y la de Pedro, a quien se opone también la
figura del discípulo que acompaña a Jesús.
Pedro había recurrido a la violencia, Jesús se entrega
voluntariamente en manos de sus enemigos. Ahora, mientras Jesús,
manifestando su libertad, da testimonio ante el mundo hostil, sin retractar
nada de su actividad anterior, sino remitiendo a ella, Pedro, por miedo,
reniega de su condición de discípulo, es decir, de su pasado
de adhesión a Jesús. Este, aunque maniatado, es libre; Pedro,
que está en libertad, está atado por el miedo. El que creía
en la violencia, la teme.
Nota:Se pensaba que, aunque los espíritus malignos y demonios
eran normalmente invisibles, existían medios para descubrir su presencia
e incluso verlos. Los orientales consideraban el gallo como una potencia
de las tinieblas porque cantaba en la oscuridad. En Jerusalén estaba
prohibida la cría de gallos y gallinas, porque podían ser
causa de impureza.
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