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(martir1.htm; versión al 16.10.2000)                                                                           Página Principal

    Textos de Hans Urs von Balthasar

EL MARTIRIO Y LA CRUZ

"...un individuo como Pedro Claver, él solo puede realizar en miles de personas la obra que debiera haber hecho toda la Iglesia. En un país no cristiano una madre Teresa puede colocar para la Iglesia un signo visible en el mundo entero; en una ciudad descristianizada y dominada por los comunistas, una Magdalena Delbrel puede, con verdadera infalibilidad, mostrar a los sacerdotes desorientados el camino cristiano a seguir. Maximiliano Kolbe, Alfredo Delp y tantos otros han dado testimonio en los campos de concentración, en los tribunales, en el archipiélago Gulag, de lo que la Iglesia es en su esencia más íntima, con una claridad en la palabra y en el gesto que hacía enmudecer incluso al adversario más lleno de odio.

El testimonio, el martyrion, se da siempre por Cristo, pero en nombre de la Iglesia y de su representación real: el que da testimonio, con la sangre o sin ella, pero siempre con el compromiso de su existencia, habla, obra y "gesticula" no para sí misma, sino in persona Ecclesiae. La Iglesia se concentra en este individuo que se presenta en su nombre, con o sin misión expresa, quizá allí donde muy pocos osan presentarse, o incluso ninguno fuera de él." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol III, Las personas del drama: el hombre en Cristo. Madrid 1993, 414-415).

 

"Existe todavía otra situación dramática que puede ser llevada por el individuo hasta su punto más álgido y encontrar aquí una solución: esa dimensión trágica de la misión universal de la Iglesia que consiste en tener que penetrar como levadura en la cultura profana, y con ello correr el riesgo extrema de mundanizarse en medio de esta cultura. No es raro que la situación se agudice hasta llegar a una confrontación personal entre el representante de la comunidad política y un santo en particular; entonces, los dos, frente a frente y en un tenso tira y afloja, deben llegar a fijar las líneas casi invisibles de contacto y de separación; una vez más ha sido Reinhold Schneider quien ha descrito un gran número de tales confrontaciones. En este contexto hay que citar, como un punto álgido, el famoso análisis del Polyeucte de Corneille por Charles Péguy, en el que el martirio por la fe se abre paso cortando hasta los lazos más estrechos de la alta estima cultural, de la amistad y del amor"(BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol III, Las personas del drama: el hombre en Cristo. Madrid 1993, 417).

 

 

"...existe para este verdadero individuo, aun aislado por la Iglesia circundante, la promesa del Señor justamente para la hora del testimonio: "Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo" (Mc 13,11): en la paradosis exterior será más poderosa la interior." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol III, Las personas del drama: el hombre en Cristo. Madrid 1993, 416).

 

"...el ejemplo de un solo cristiano que tome en serio su fe, puede realmente bastar para eclipsar muchas otras cosas no convincentes o que provocan el rechazo. Raramente lo realiza la Sagrada Escritura en solitario: "Vosotros, cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos...hasta los confines del mundo" (Hch 1,8)." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol III, Las personas del drama: el hombre en Cristo. Madrid 1993, 422).

 

  

Sufrimiento y alegría:

"tenemos que abordar la dificultad de percibir la base de la alegría en el sufrimiento supremo del Señor. Cuando "con la mirada puesta en la cruz habla de su alegría" (Jn 15,11), lo hace porque se alegra de "poder servir a Dios y a los hombres". "Cuanto más verdadero es el amor, tanto más alegre es en todos sus sufrimientos. Todo amor, también el terreno y físico, puede ser alegría verdadera si no se cierra de modo egoísta, sino que se abre hacia Dios". Hasta la tristeza que se siente junto a la tumba puede ser alegría "de que el amado haya ido a Dios y de que se goce en el Señor". Pero si Dios quiere que una persona "sufra por un pecado, que sufra quizás hasta el extremo", entonces él mismo se lo dará a entender, y será de nuevo un poder sufrir en la alegría del Señor". La tristeza cristiana y eclesial está en orden cuando es participación en la tristeza del Señor, que, en el Monte de los Olivos, pronuncia "un sí en la tristeza, cargado con el peso extremo del sufrimiento, pero, además, un sí en la gloria del amor, en la alegría de la entrega". En modo alguno se dice que el Hijo experimente esa gloria y alegría al llevar el pecado; pero eso no impide que la alegría sea el presupuesto permanente para toda experiencia de abandono. Como en la cruz la muerte vivida es objetivamente vida, así el sufrimiento extremo es subjetivamente alegría.

Muerte y vida constituyen en nosotros una unidad como las cabezas de Jano. Dios exige de nosotros ambas cosas: morir y vivir, renuncia y aceptación...En la cruz hace él visible la unidad de muerte y vida: él tomó la vida humana para morir en la cruz; y muere en la cruz para poder resucitar en el Padre". El Hijo tiene "participación plena en las posesiones del Padre; por consiguiente, también en su alegría". Cuando é, para hacer que la alegría del Padre sea plena, redime al mundo en la crzu, lo hace "en la alegría del Padre y también en la propia alegría de obsequiar con un regalo al Padre. Y, sin embargo, en medio de esa alegría está todo el sufrimiento de la cruz, que no es aminorado por aquella. "Si es posible, pase de mí este cáliz": son palabras de angustia que se convierten en la cruz en palabras de abandono. Sin embargo, toda la oscuridad del sufrimiento está como...entre paréntesis dentro de la alegría que lo envuelve, aunque se trata del sufrimiento jamás sobrepasado por otro". Ante el grito de abandono, el Padre "puede no dar respuesta alguna porque quiere regalar al Hijo la alegría consumada: la alegría de estar muerto para él en el abandono".

..."Mediante los sufrimientos somos reconducidos de continuo al amor. Los sufrimientos nos mantienen ágiles para el amor". En el amor se lleva el sufrimiento "con gozo, aunque el sentimiento de alegría permanece velado". Y en el Señor conocemos que el sufrimiento pertenece a la forma más profunda del amor". "El amor que Dios nos tiene en su Hijo es tan grande que abarca no sólo las alegrías, sino también los sufrimientos del amor". Entendidos y aceptados como expresión del amor, "ellos nos devuelven a Dios y multiplican el gozo". Llevan a la "proximidad al Hijo doliente". "Pero en la gravedad del sufrimiento se conoce al Hijo desde una profundidad nueva." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol V, El último acto, Madrid 1997, 252).

 

 "El fundamento de toda vida espiritual es, según Subida I, 13, "un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, renunciando a cualquier y quedándose vacío de él por amor de Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto ni le quiso que hacer la voluntad de su Padre, lo cual llamaba él su comida y manjar". Y esta mortificación comienza por "siempre inclinarse: no a lo más fácil sino a lo más dificultoso; no a lo más sabroso sino a lo más desabrido; no a lo más gustoso sino antes a lo que da menos gusto; no a lo que es descanso sino a lo trabajoso; no a lo más alto y precioso sino a lo más bajo y despreciado...y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo". Mientras vivimos, no sobrepasaremos las profundidades de este mysterium Christi. La imitación procede en la humildad de quien sabe y no olvida haber sido "la causa de la Pasión y muerte de Cristo", de quien sabe que, cuando "se alce el cuchillo" sobre nuestras cabezas, no tendremos conciencia de ser víctimas inocentes. Hasta, si se consigue, perdernos totalmente por Cristo e "inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo, y esto es amor de Dios" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 3. Estilos laicales, Madrid 1986, 170).

 

"...la pretensión de Jesús de concentrar en sí todo lo religioso: "Nadie puede ir al padre sino por mí".

Naturalmente que, al principio, dicha pretensión resultaba inaceptable para el imperio pagano cuasi-religios; negarle al Estado el carácter sacral significaba ser ateo, nombre que se daba a los primeros cristianos. La desacralización del Estado, aún después de ser cristiano, necesitó mucho tiempo, porque esta nueva situación privaba a la gente de esa protección natural, que esa la garantía del orden social mediante su inserción en el orden cósmico. Por otra parte, el hombre mismo, para salvaguardar su dignidad y su libertad, tenía la obligación de instituir las normas políticas, responsabilizarse de las mismas y modificarlas en la medida en que lo exigía el bien común. La cuestión era entonces: ¿dónde debía buscar esta libertad su propia norma, a fin de no perderse en el puro capricho y amenazar con ello la libertad misma? Tal vez en la familia, como lugar en que se hallan indisolublemente asociadas la dimensión natural y la humana. Efectivamente, la generación y el nacimiento, fruto de fuerzas personales y naturales a la vez, pueden ser la base de una autoridad ejercida y aceptada por amor. En este sentido (y en la línea del cuarto mandamiento) se llegará a respetar este enraizamiento cuasi-religiso de los valores personales más profundos en el terreno abonado de la naturaleza. Pero, ¿puede seguir siendo la naturaleza base fundante, en el caso de que un día llegue a ser objeto de la técnica? En este supuesto, la manipulación y el control técnico de la dimensión sexual, la emancipación general de los lazos naturales, ¿no va a terminar robando a la familia esta capacidad de ser terreno abonado para todo aquello que se quiera llamar organización sociopolítica (con la autoridad correspondiente)?

Después de Cristo, cuando la concentración de todo lo religioso se acumule sobre su persona, no quedarían libres más que dos caminos. El primero está señalado en la actitud de Pablo que "dobla las rodillas ante el Padre, de quien recibe su nombre toda patria en el cielo y en la tierra" (Ef 3,14s.), en cuyo término patria (tronco familiar) está resonando con una fuerza impresionante el eco de la línea paterna como el origen y poder de comunicar los valores de la naturaleza y de la persona. Dico de otra manera: con Cristo, el primitivo sentimiento religioso que religaba a los hombres al theion, se va profundizando hasta adquirir la conciencia de que el hombre debe su existencia, tanto a nivel natural como personal, al Dios Padre Creador de todas las cosas, que, por el Hijo Eterno, nos recibe también libremente como sus hijos. Pero en el caso en que lo "numinoso", en la relación del hombre con el universo, llegue a conseguir su definitivo esclarecimiento por la revelación bíblica en vistas a Cristo, y en el caso en que el mundo, como lo otro de Dios, se "secularice" /en el buen sentido del término), entoncs necesariamente la relación con el principio paterno, incluso trinitario, llega a adquirir su intensidad infinita. El destino del mundo descubre su sentido a partir del principio y e fin, del Alfa y la Omega. Esto es lo que los cristianos debieran percibir siempre inmediatamente, cuando oyen hablar de un "mundo mundano".

El otro camino es el de la pérdida de los lazos naturales, el de la pérdida del lazo transmisor que continúa la vida; la pérdida del corazón que, en el hombre, constituye la unidad de cuerpo y alma, de cosmos e idea; y, a la par, la pérdida de una medida innata al hombre, con la que pueda, bajo la propia responsabilidad, proyectar su mundo, adecuado al hombre, humano. Si se da por supuesto que en la intimidad insondable de la relación de Jesús con su Padre, toda la religiosidad natural es asumida y superada, en este caso irremediablemente el rechazo de esta relación conduce al hombre a la pérdida de todo sentimiento de dependencia: toda forma de dependencia del padre y de la madre aparece entonces como una alienación de la libertad. Marx, que pone este "no" en el centro de su antropología, no hace sino sacar la última consecuencia de su idea racionalista y anticristiana de la libertad concebida como autonomía absoluta. Desde entonces, está el camino abierto hacia una dialéctica insaciable que se balancea entre una libertad como anarquía y una libertad dispuesta a dejarse desposeer por un totalitarismo absoluto so pretexto de llegar así al reino de la total autonomía y por ende a la verdadera libertad.

El "si" de Jesús a la obra creadora del padre, y su búsqueda de todos los seres extraviados en el laberinto del mundo a fin de volverles al hogar (es decir, la unidad de la creación y de la redención en el corazón divino-humano del salvador), este "sí", en su vertiente escatológica, choca frontalmente contra el "no" a cualquier tipo de ligadura (re-ligio) al principio originario (que, en la teoría "principio-esperanza", sería simplemente el punto cero) y, en consecuencia, choca también contra un ciego impulso de lanzarse hacia un Omega sin su verdadero lugar (utópico) al que no corresponde ningún Alfa: lo que sería una usurpación luciferina del absoluto poder creador. A la idea de una "carne" que nace del espíritu y que puede ser portadora de espíritu, hasta servir de plataforma a la humilde encarnación de la Palabra divina, se opone de modo irreductible un materialismo que desvaloriza la materia hasta convertirla en puro medio de sus estructuras de poder, abstractas y desencarnadas." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. La acción, Madrid 1995, 415-417).

 

"...imagen...de Cristo crucificado ante Francisco estigmatizado...La cruz es el verdadero libro para instruirse, el único que Francisco leyó ininterrumpidamente, y nadie alcanza a entender la revelación sino mediante la cruz, que "debemos tomarla sobre nosotros como el libro de la sabiduría, para meditarlo"

El cristiano debe "ver constantemente con los ojos del corazón a Cristo moribundo en la cruz". No sólo debe verlo, sino "penetrar por la puerta abierta de la herida del costado hasta su corazón", donde considera la muerte absolutamente infame del esposo. Todo se hace y se cumple inevitablemente por mí:

"Dios es escarnecido, para que tú seas honrado; flagelado, para que tú seas consolado; crucificado, para que tú seas liberado; el cordero inmaculado es sacrificado, para que tú seas alimentado; la lanza hace brotar de su costado agua y sangre, para que tú tengas refrigerio...¡Oh, Señor Jesucristo!, que por mi amor nada te perdonaste, hiere mi corazón con tus heridas, embriaga mi espíritu con tu sangre, a fin de que, dondequiera me vuelva, te tenga constantemente ante los ojos crucificado, y no encuentre a nadie más que a ti"

En la cruz se realizan las bodas entre Dios y la criatura: "En la cruz, mirándote, inclina Cristo la cabeza para besarte, extiende los brazos para abrazarte; sus manos están abiertas para remunerarte, el cuerpo está distendido para dársete por entero, los pies están clavados para tenerle quieto, el costado abierto para dejarte entrar". Fue "el día de la boda", "no podía tener una esposa inmaculada sin haberla primero formado de su costado..., estas bodas debían celebrarse en la Pasión".

Todo cristiano debe "desear conformarse cabalmente al Crucificado", como "el genuino amor de Cristo conformó a su imagen al amante" Francisco, mientras la espada del amor compasivo traspasó su alma; como "asistió María al Mártir martirizada, al Herido herida, al Crucificado crucificada, al Traspasado traspasada". Así expresa, según las palabras del salmo, el primer abismo en el segundo: "El abismo de la Pasión de Cristo llama al abismo de la com-pasión cristiana, porque los cristianos auténticos "se transforman en imagen del Crucificado por la fuerza del dolor compasivo hacia la Pasión del Señor"" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 2. Estilos eclesiásticos, Madrid 1986, 268-269)

 

 Antropología martirial desde el viernes santo: así permanecer en Dios siendo niño.

"...si él es "mártir" sólo en la "hora" con el "solemne testimonio que rindió ante Poncio Pilato" ( 1Tm 6,13), sin embargo, al vivir exclusivamente de cara a esta hora, es desde siempre martys, testigo, por el peso absoluto de toda su existencia concentrado en la hora. Desde aquí vive en la verdad perfecta, más aún, él mismo es esta verdad perfecta, también como hombre. Desde aquí puede también hacer, exponer e interpretar a lo largo de toda su vida la voluntad del Padre, como aparece en Dios mismo, en la historia y en la tradición. Desde aquí puede tener verdaderamente una "doctrina", que no es propiamente la suya, ya que, al provenir del Padre, es intratrinitariamente la Palabra del padre; y si otros tratan de realizar junto con él su disponibilidad y obediencia, esta doctrina se les revelará como la verdad: "El que quiera cumplir su voluntad (del padre), verá si mi doctrina es de Dios o si hablo yo por mi cuenta" (Jn 7,17).

Esta imitación suya es posible porque obedecer a Dios y cumplir su voluntad pertenecen a la estructura fundamental de la criatura. Y, sin embargo, tal imitación sólo es posible mediante Jesús –"sin mí no podéis hacer nada" Jn 15,5- porque la fecundidad cristiana sólo tiene su origen en la disponibilidad kenótica del hijo hacia el Padre, que es para él el "viñador" (15,1)." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. parte cuarta: Teología. Vol 7. Nuevo Testamento, Madrid 1989, 178-179).

 

 "...Pablo lleva al menos ya "los estigmas de Cristo" en (su) cuerpo, es "entregado de continuo a la muerte, para que también la vida (de la resurrección) de Jesús se revela en (su) carne mortal" (2 Co 4,11). Y lo que aquí es visible especialmente en los cristianos –su ser determinados de forma existencial por la escatología primaria de Jesucristo- es cierto, según el Apóstol, respecto de todos los hombres, porque "si uno murió por todos, entonces todos han muerto. Sí, él murió por todos a fin de que (o ‘de modo que’) los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5,15)."(BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol V, El último acto, Madrid 1997, 23-24).

 

"Y es en la fuerza del Espíritu Santo, que le ha sido enviado a partir de la resurrección y de la ascensión de Cristo, cuando llega a ser capaz de seguir a Jesús y de beber el cáliz del Señor (Mc 10,39). De ahí esta simultaneidad desconcertante de glorificación y pasión que aparece en Pablo: "En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús (resucitado) se manifieste en nuestro cuerpo" (2 Cor 4,11)."(BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol IV, la acción, Madrid 1995, 403).

 

 

"No se puede hablar de la cruz como algo aislado, hay que contemplar y expresar a la vez su reverso y su sentido íntimo que aflora en la resurrección. En ella se revela quién es de verdad Jesús, cuánta razón tenía él en su pretensión al aparecer en nombre y con la autoridad de su Padre divino, cómo estaba autorizado para asumir sobre sí el pecado del mundo y expiarlo. El que se había humillado es ensalzado y se ha mostrado como lo que era desde siempre; obtiene "la gloria del Hijo único del Padre", que ya "tenía antes de que existiera el mundo" (Jn 1,14; 17,5)."(BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol III, Las personas del drama: el hombre en Cristo, Madrid 1993, 56).

 

 "El verdadero significado de una vida marcada por el sello de la cruz ha sido delineado por Bernanos en numerosas obras y, por último, en Diálogos de carmelitas siguiendo a Gertrud von Le Fort. En contra de la ilusoria tradición de que una carmelita debería morir una mors mystica en el éxtasis del amor, la anciana priora padece, ante el espanto y escándalo de toda la comunidad, una verdadera muerte de cruz en el más espantoso abandono de Dios, pero que posee también entonces la fertilidad de la cruz, la de ser verdadera representación vicaria de otro morir" (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol V, El último acto, madrid 1997, 333).

 

"Es mérito de Gertrud von Le Fort y de Georges Bernanos el haber incluido expresamente la muerte, es decir, su carácter particular de pasión, entre las posibilidades a favor de otro, aunque con toda seguridad santos más antiguos conocieron y practicaron ya esta forma de amor. Bernanos (Dialogues des Carmelites, 1949) ha dividido sutilmente la temática del relato en cuatro cuadros, de diversa intensidad, para describir la aceptación del miedo ante la muerte por parte de la hermana Blanche que, a pesar del miedo que la domina, es hecha entonces capaz al fin de afrontar la muerte en paz. En primer lugar, está la antigua priora, Madame Croissy, que muere de una muerte extraña, temible y escandalosa; después la subpriora Mar´´ia de la Encarnación, que primero obliga a la comunidad a comprometerse con voto a ofrecer su vida, pero que por su orgullo es humillada, y será la única que deberá renunciar a la muerte para tener que seguir viviendo, en actitud de ofrenda por los demás, pero en soledad; en tercer lugar, la nueva priora, Lidoine, que asume el papel de María, y por fin la hermana Constance, que dará su consentimiento por y en lugar de la hermana Blanche que se resiste al mismo.

En el transcurso de este proceso no sólo se produce un acercamiento total a la cruz de Cristo, sino que se introduce uno en sus profundidades más íntimas, con lo que entonces los actores no pueden ser acusados de ningún tipo de hybris. Saben perfectamente que "todo es gracia": tal es la última palabra del Cura rural moribundo, que ofrece su sufrimiento y su muerte en representación vicaria por su parroquia." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol IV, la acción, Madrid 1995, 395-396).

 

 

""El heroísmo es esencialmente una virtud, un estado, una gesta de salud, de buen humor, de gozo ya hasta de jovialidad, casi de larde, una acción de gallardía, de bienandanza, de cortesía, de dominio de sí, de espontaneidad, de fecundidad, casi de costumbre y familiaridad. Sin engolamientos ni rigideces, sin metas prefijadas. Sobre todo sin quejumbres, sin gemidos ni ‘jeremiadas’. Sin pretensiones de vencer a toda costa. Quien sólo quiere vencer es mal jugador. Lo que engrandece al jugador es la voluntad de juego. Le gusta más jugar sin vencer que vencer sin jugar"

Así ve Péguy al héroe cristiano, Polieucto, mártir de Cristo, que en la ofrenda de su vida se mide con el representante máximo de la sabiduría antigua. "En un despojo grandioso. Nada de clámides de virtud, de nuestras pobres, falsas virtudes. Sólo fe, esperanza y amor. Raramente sucede que los representantes de la buena causa estén despreocupados, sin temores. Nada de amontonar demostraciones. Nada de apilar muebles. Fuera ropajes, fuera armas, en la gracia...

Lo que Péguy admira en los antiguos mártires cristianos y en los grandes doctores de la Iglesia, lo que admira en la caballeresca medieval y en la clasicidad cristiana de Corneille es la salud y el gozo de la donación de sí. La existencia como "juego noble" ante Dios, como respeto a las cosas más serias, pero sin nada de la aflicción kantiano-kierkegaardiana, sin nada del conflicto acedo entre "deber y pro-pensión": a lo sumo el conflicto corneilliano entre honor y amor Y con la naturalidad del arrojo humano libre, con garbo, sin la problemática del "mérito", que huele siempre a resentimiento (ressentiment). ...

Este es, en el paso del Cid al Polyeucte " el avance del heroísmo juvenil y caballeresco a un heroísmo y una caballería, por así decirlo, de la santidad". Y una santidad que se forja por entero en lo oculto de la vida cotidiana y del pequeño Nazareth, haciendo el nuevo trabajo por amor a Dios y a los hombres en el retiro de la choza de los pastores y de la oración de Domrémy, antes de proceder a las grandes batallas y a los grandes martirios" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 3. Estilos laicales, Madrid 1986, 463-464).

 

"...la fascinación llega a paralizar el organismo cristiano hasta un punto tal que la avispa maligna, venida de fuera, mediante una picadura anestesiante, deposita su huevo en el interior de este organismo, y, de esta manera, este cuerpo, desvitalizado desde dentro, sirve al enemigo de plataforma perfecta. Miles de pretextos inducen a los cristianos a cambiar su proyecto de esperanza escatológica por el de una esperanza terrestre, a poner la ayuda al desarrollo y la teología de la liberación por delante de la actividad misionera, en lugar de realizar las "obras corporales de misericordia" desde el espíritu de las "bienaventuranzas". Y, en definitiva, si se toma en serio la encarnación de Dios en Jesucristo, ¡por qué no descubrir un "ateísmo en el cristianismo" que, de ahora en adelante, tenga como norma el impulso divino en el hombre y nunca más el prurito de un tirano en el cielo?" (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol IV, La acción, Madrid 1995, 413).

 

"Teresa pide permiso para consagrarse como víctima a la divina misericordia en una especie de acto litúrgico. El día de la Santísima Trinidad, 9 de Junio de 1895, pronuncia la consagración que cuidadosamente ha formulado con aquella diligencia, con aquella perfección a que aspira una buena alumna, apoyándose en todos los modelos que ella conoce por los devocionarios, por sus recuerdos y vidas de santos, y la ha formulado, sin embargo, de manera que por dondequiera se trasluce su personal deseo de prontitud, de ser utilizada y consumida. Y después que ha ofrecido todo lo que tiene, es decir, a sí misma y, además, los merecimientos de los santos y el tesoro de la Iglesia, expresa, como en los cuentos de hadas, tres deseos: que el Señor permanezca siempre en ella como en una hostia, que le quite la libertad para el mal, que se digne darle en el cielo sus divinas llagas. Deseos desiguales. El segundo esencial; el tercero irreflexivo e infantil; el primero, extraño, si hay que tomarlo, como indudablemente es legítimo tomarlo, al pie de la letra. Pero, por encima de todo esto, se desborda la corriente de su amor. Hubiera podido expresar otras peticiones. Si hubiera visto algo mejor, lo hubiera deseado. La fórmula de consagración, sólo quiere expresar una cosa: el salto en el abismo del amor, al que se entrega sin remedio, sin seguridad, sin posibilidad de vuelta atrás. "La ciega esperanza en su misericordia." Así lo resume ella misma: "Me ofrezco como víctima a vuestro amor misericordioso, suplicándoos me consumáis sin cesar, haciendo que se desborden en mi alma las olas de vuestra ternura infinita que están encerradas en Vos, y que así, oh Dios mío, llegue yo a ser mártir de vuestro amor".

Y la respuesta de Dios no se hace esperar: "Algunos días después de mi ofrenda al Amor misericordioso, comenzaba en el coro el vía crucis, cuando me sentí de repente herida por un dardo de fuego, tan ardiente que pensé morirme...Me parecía que una fuerza invisible me sumergía enteramente en el fuego. ¡Oh, que fuego! ¡Qué dulzura!". Desde este día, aun después de la vuelta a su seminoche oscura, se siente "a cada momento como penetrada y envuelta por este amor que me renueva y purifica...". Y ahora es la imagen del fuego la que retoma constantemente: "Atraído por su brillo, el insecto se lanza hacia el fuego. Así tu amor es mi esperanza y hacia él quiero volar y en él quemarme". "Consume mis imperfecciones, como el fuego que todo lo transforma en sí mismo. "Yo quiero ser la presa de tu amor y espero que un día, abatiéndote sobre mí, me llevarás al foco del amor y me hundirás en fin en este abismo ardiente...". "Sí, para que el amor quede plenamente satisfecho es menester que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada".

De tes feux digne m’embraser.

Y Teresa está convencida de que las llamas de su corazón bastan para incendiar al mundo.

Todo desemboca en una apoteosis de la entrega, del salto en el abismo de la misericordia que está siempre realizándose y jamás se convierte en pasado. Pues la misericordia en todas sus direcciones y dimensiones es infinita, la confianza que se arroja en sus brazos, no puede ser nunca demasiado grande. Al contrario, Teresa la estimula constantemente a nuevo crecimiento. Ella quiere la confianza extrema, la que se sobrepuja continuamente a sí misma: "Yo creo –dice ella de Dios y de los santos- que quieren ver hasta dónde llevaré mi confianza. Pero no en vano ha penetrado en mi corazón la palabra de Job: "Aun cuando Dios me matara, yo esperaría en Él". "Crean en la verdad de mis palabras: nunca se tiene demasiada confianza en Dios, que es tan potente y misericordioso. Se alcanza de Él tanto cuanto se espera""(BALTHASAR, Hans Urs von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona 1964, 340-341).

 

 

 

 

 

 

     

 


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