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(santos1.htm; versión al 16.10.2000)                                                                           Página Principal

    Textos de Hans Urs von Balthasar

 

LOS SANTOS Y LA AUTÉNTICA TEOLOGÍA

 

"Las verdaderas fuerzas regeneradoras de la Iglesia son los santos; ellos solos pueden revitalizar amplios espacios que parecían haber muerto. Pero, a medida que aumenta la fragmentación, se van achicando estos amplios espacios. Y más allá de los límites de la comunidad eclesial no se hace notar su eficacia, al menos raramente de una manera perceptible. O si surge realmente un gran fuego de renovación católica, se deforma su sentido para convertirlo en un fenómeno humanista al que se le otorga un reconocimiento con los premios correspondientes." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol IV, La acción, Madrid 1995, 429).

 

"La relación dialógica con el explicador se realiza de la forma más pura allí donde la palabra de Jesús es acogida con una escucha de asentimiento puro (en el "escuchar y cumplir", Lc 11,28, se "elige la mejor parte", Lc 10,42); la respuesta más adecuada consiste entonces en la acción afirmativa del hombre. Y la situación de contemplación orante es por ello la más apropiada para el explicador de Dios, en tanto que ésta no es simplemente la escucha de una instrucción, sino su última aceptación y respuesta –en la obediencia-.

Con ello se demuestra del modo más claro que Jesús sigue siendo también, en su plena condición humana, el totalmente otro y, como explicador del Padre, el Único." ( BALTHASAR, Hans Urs von, Teológica. Vol II, Verdad de Dios, Madrid 1997, 73-74).

 

"Si al final, se ha pedido a los cristianos que sean "guardianes de la gloria", esto sólo es posible partiendo de una inmersión siempre nueva en el corazón de lo que bíblicamente es la gloria del Espíritu Santo" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte cuarta: Teología. Vol 6: Antiguo Testamento, Madrid 1988, 25).

 

"Una persona fervientemente piadosa no es por ellos santa; pero al Espíritu Santo le compete ante todo formar personas verdaderamente santas dentro de la plenitud de los dones divinos y eclesiales; y tales personas precisan de la santidad eclesial objetiva para entregarse plenamente a la causa de Jesucristo y, por tanto, del Dios trino." ( BALTHASAR, Hans Urs von, Teológica. Vol III, El Espíritu de la verdad, Madrid 1998, 365).

 

"...ocurre con los santos. Ignacio, uno de los hombres más extraordinarios que han existido, logró vivir en Roma sin hacerse notar, hasta el punto de que, con ocasión de su canonización, uno de los cardenales dijo no haber observado en él ninguna cualidad que fuese superior a la de un buen cura. Lo mismo vale para Luis, Estanislao y Berchmans. "Estos ejemplos me parecen estar diciendo que no nos van la celebridad y el esplendor, que no debemos buscar externamente the common place y desear que la belleza de la hija del rey, del alma, sea interior" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 3. Estilos laicales, Madrid 1986, 369).

 

"Por "artistas divinos" entiende ...Dionisio, sin duda alguna, los santos, que, mirando firmemente a Dios solo e imitándolo, "no se preocupan de atraerse las miradas humanas", y en general, de publicar la esfigie que se han formado, lo mismo que la Iglesia esconde sus sacramentos. Pero lo dicho vale también sin restricciones para el teólogo, que en la visión del mundo será de verdad teólogo a condición de conformarse a los santos." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 2. Estilos eclesiásticos, Madrid 1986, 166).

 

 "...sólo el santo, que actúa de acuerdo con lo que piensa y comprende, es teólogo cristiano en el pleno sentido del vocablo..." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. La percepción de la forma, Madrid 1985, 495).

 

 

"Por inmediata e intensamente que el amante se sienta y se sepa llamado e interpelado, elegido y personado por Dios, uno de los criterios fundamentales de la autenticidad de su sentir es su desposeimiento de sí dentro de la totalidad de la Iglesia y, a través de ella, del mundo, justamente en el arcano del eros divino. Al igual que para Cristo (Mt 25,40) y para los discípulos (1 Co 13; 1 Jn 3,17; 4,20; etc.), el amor al prójimo es para el cristiano el criterio por antonomasia del amor a Dios y tiene su arquetipo en el amor eclesial de los miembros de Cristo entre sí y en la primacía de los puntos de vista globales sobre los particulares. Este criterio se acredita hasta en el retiro del claustro donde el creyente adopta hasta tal punto una actitud y un sentir esponsales exclusivamente orientados hacia el divino esposo que se deja expoliar por Dios (siempre en favor de la Iglesia y del mundo) de todos los privilegios de la intimidad personal, y así "reina amorosamente en el corazón de la Iglesia, nuestra madre", en el sentido en que lo entiende el Carmelo, en el sentido de Teresa de Jesús y de Teresa de Lisieux." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. La percepción de la forma, Madrid 1985, 231).

 

 

Cita muy importante. Antropología basada en la santidad. Opuesto a una antropología cerrada:

"El santo es la apología de la religión cristiana. Y santo es uno en la medida en que deja vivir a Cristo en sí y se puede "gloriar" de Cristo. para una ética antropológica cerrada, la franqueza con la cual Pablo demuestra en sí mismo la santidad cristiana con vistas a demostrar la verdad dogmática, y con la que emprende el análisis de su propia existencia ante toda la Iglesia y ante el mundo, tendrá siempre algo de escandaloso. No obstante, su franqueza no es más que un reflejo exacto y obediente, en el plano eclesial, de la pretensión única de Cristo de ser él mismo, en su existencia viviente, la verdad de Dios. Esta aparente hybris sólo puede tener sentido desde la perspectiva cristiana en la medida en que Cristo "no busca su propia gloria, sino únicamente la de aquel que le ha enviado", y Pablo no se muestra a sí mismo, sino muestra la existencia de Cristo en su propia existencia, que se ha convertido toda ella en ministerio y servicio. En la medida en que muestra en sí mismo la existencia del ministerio cristiano –como existencia en la vocación al apostolado de Cristo desde el seno materno-, la autoconciencia de Pablo y la comprensión de su carácter irrepetible forman parte también de su propia manera de seguir a Cristo. Esta autoconciencia es vocación en cuanto ministerio y expropiación de sí en cuanto función" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. La percepción de la forma, Madrid 1985, 209-210.

 

 

Antropología moldeable en Cristo:

"...el Logos de Dios.....A su belleza arrebatadora, que exige el seguimiento, no puede corresponder sino una sumisión de todo el hombre, que convierte la propia existencia en materia moldeable. Ahora bien, el arquetipo, que procede de Dios, no puede, por definición, ser extraído de las profundidades del hombre mediante ningún análisis, por penetrante que sea: ni como "imagen perdida que hay que restaurar" (Plotino), ni como "arquetipo oculto que hay que hacer consciente" (Jung). Sea cual sea el lugar en que estos ideales humanos soterrados se desentierren y tras una purificación y restauración concienzudas se expongan en los museos de la humanidad, nunca pueden ser la imagen que el Dios libre ha extraído de sí y ha enviado al mundo: "Este es mi Hijo muy amado, ¡escuchadle!". Por consiguiente, la experiencia humana de la totalidad y de la profundidad no es la vía que se abre a la experiencia cristiana de la fe, aunque esta profundidad y esta globalidad de lo humano pueda ser puesta al servicio de una experiencia cristiana, más aún, Dios mismo se ha apropiado de ella en la imagen del hombre Cristo. Si, ya en el ámbito intramundano, la experiencia –sobre ellos volveremos más tarde- no es un estado, sino un proceso ( a ellos alude ya el prefijo "ex"), entonces no es la entrada del hombre a sí mismo, en sus mejores y más elevadas posibilidades, sino la introducción en el Hijo de Dios, Jesucristo, que le es inalcanzable en el plano natural, la que se convertirá en una experiencia que es la única que puede reclamar su entera obediencia..."(BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. la percepción de la forma, Madrid 1985, 203-204).

 

"...lo bello exige siempre una reacción del hombre total, aunque en un primer momento lo hayamos percibido mediante una o varias facultades sensibles y luego, cuando el espacio interno de una bella música o pintura se nos abre y nos cautiva estemos presentes "con todos nuestros sentidos". Es el hombre entero el que vibra y se convierte entonces en espacio que responde y en "caja de resonancia" de lo bello que en él acontece. ¡Cuánto más ocurrirá esto en el caso del eros humano y, sobre todo, en el encuentro con el eros divino! Aquí tampoco puede tratarse de las oscilaciones de la simpatía cósmica, sino de las de una sum-pa+eia divina, operada y configurada por Dios. Y en seguida se verá con toda claridad que la fe en su pleno sentido cristiano sólo puede consistir en esto: en hacer de la totalidad del hombre un espacio que responda al contenido divino, en ponerlo en consonancia con este sonido, en otorgarle la capacidad de reaccionar precisamente a este experimento divino, en convertirlo en violín proporcionado a este plectro, en material idóneo para edificar esta casa, en justa ruina para componer este verso. A esta reaccioón se había aludido ya de antemano en el Sinaí al concluirse la Alianza: "Sed santos porque yo soy santo". Por consiguiente, en la Nueva Alianza, ella tampoco puede ser una cura posterior, de tal manera que la primera preocupación sería una fides quae propia de un intelecto dócil, la cual no es otra cosa que un tener-por-verdaderos un cierto número de dogmas. La primera preocupación es también la última; cómo el hombre, siguiendo el modelo de Cristo, puede corresponder plenamente a Dios.

Con ello aparece ya abiertamente toda la gloria y la problemática de la experiencia cristiana de la fe. Si la fe es sintonización de toda la existencia con Dios y adaptación a él, puede llamarse también obediencia, y de hecho lo es. No olvidemos cuán estricta es también la obediencia que exige la belleza mundana, tanto al artista creador como a los que contemplan y gozan de su obra, y, de este modo, la recrean. El artista tiene la idea que ha de realizar y no se concede el menor respiro hasta que su espíritu creador agota todas sus energías al servicio de ella. El servicio a lo bello puede convertirse en la más dura ascesis, y así ha ocurrido siempre en la vida de los grandes creadores y todas las renuncias que exigía la inexorable musa estaban guiadas por el impulso sublime que tendía a plasmarla en el ámbito visible, utilizando todas sus energías físicas y anímicas. Spittler ("Prometheus") y Claudel ("La Muse qui est la Gráce"), entre otros, han expresado la analogía entre creación estética y fe religiosa. Pero sólo en la fe el hombre es artista y obra de arte al mismo tiempo." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. la percepción de la forma, Madrid 1985, 202-204).

 

 

"...el magisterio eclesiástico puede representar la verdad de Cristo sólo desde el punto de vista de la doctrina, no desde el de la vida, mientras que en Cristo vida y doctrina se identifican. Esta identidad es absolutamente singular, está ligada a la unión hipostática y sólo puede ser imitada por la Iglesia, en cuanto formada por hombres, a través de un dualismo: como doctrina (infalible) en el ministerio apostólico y petrino, como santidad de vida en la Iglesia (mariana) de los santos. Aunque, en la Iglesia, ambas representaciones de Cristo están íntimamente ligadas, se necesitan la una a la otra y se remiten recíprocamente y, sin embargo, ninguna de ellas puede reemplazar a la otra y reclamar para sí la representación del Cristo total. La Iglesia docente puede representar la verdad, pero no puede introducirla por la fuerza en los corazones de los creyentes. Frente a la forma de la revelación que le es mostrada, el individuo es libre de aceptarla o de rechazarla."(BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. la percepción de la forma, Madrid 1985, 192-193).

 

 

"...toda gracia es siempre cristiforma. Procede de la unión hipostática y comunica gratuitamente algo de su forma arquetípica. En Cristo, el Hijo, nos volvemos hijos de Dios, en su fraternidad nos transformamos en imagen suya, en hermanos. Esto quiere decir que a través de la vida cristiana ejemplarmente vivida puede y debe hacerse "formalmente" visible para el mundo algo del misterio de la unión hipostática. Ciertamente, ésto sólo puede lograrse si se evita toda confusión ética o mística de los miembros con la cabeza y toda identificación que suprima la distancia a partir del sentido y de la obediencia de la fe. Esto es posible sin más a través de la permanente contemplación de la forma objetiva de la revelación, a la cual está remitido siempre el cristiano por la luz subjetiva de la fe, la esperanza y la caridad. El verdadero santo es siempre aquel que se confunde lo menos posible con Cristo, pues sólo así puede devenir trasparente a él del modo más convincente" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. la percepción de la forma, Madrid 1985, 194).

 

 

"La verdadera teología comienza justamente allí donde la "ciencia exacta de la historia" se transforma en ciencia de la fe propiamente dicha (lo que supone el acto de fe como matriz del comprender). Esta teología ha de considerarse ciencia auténtica (en el sentido tomista), pero en una acepción peculiar de la ciencia que sólo concuerda analógicamente con las demás ciencias (incluida la filosofía), porque el carácter específico de la teología se explica en virtud de una participación gratuita –inmediata en el acto personal de fe pero mediada por la Iglesia en la proposición auténtica de la fe- en el conocimiento intuitivo de Dios mismo y de la Iglesia gloriosa. Sólo a partir de esta dimensión cabe contemplar la "forma" estrictamente teológica en su belleza específica; sólo en ella se hace posible el acto que la tradición agustiniana describe como fruitio, y que es el único que puede poner de manifiesto el contenido teológico y sobre todo constituir esa anticipación escatológica dada en la fe y exigida por ella" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. la percepción de la forma, Madrid 1985, 72).

 

  

"Permítasenos...expresar una vez más nuestra opinión de que las grandes teologías cristianas, las que han ejercido un influjo realmente poderoso a lo largo de la historia, son casi todas ellas "diletantes" (según el ideal actual de la ciencia) y han sido creadas por "enamorados" y "entusiastas" de la palabra de Dios. ¿Acaso se atreverá alguien a afirmar que los Padres de la Iglesia sólo permanecieron en el plano teológico cuando polemizaban y definían, es decir, cuando cumplían a la medida de su tiempo las exigencias de la moderna actitud científica, y no, en cambio, cuando se desahogaban libremente en rapsodias, "confesiones" y "enarrationes"? Ciertamente, hubo algunos que supieron aunar ambos estilos (como Gregorio Nacianceno en sus discursos dogmáticos), pero, por lo general, los dos estilos van por separado y el centro de gravedad, el santuario interior de la teología, se halla más bien en la rapsodia que en discursos llenos de definiciones y distinciones, orientados más bien hacia el exterior. ¿Es un teólogo Ignacio de Antioquía? ¿Lo es Orígenes en sus homilías y comentarios? ¿Ambrosio en la interpretación de Lucas? ¿Agustín en sus escritos no polémicos? ¿Lo son los Victorinos? ¿Y Ruperto? ¿Y Buenaventura en sus escritos breves? ¿Y qué son las Jerarquías de Dionisio, qué un Juan de la Cruz (doctor de la Iglesia)?

¿Qué es, a su vez, la fórmula de Calcedonia, elaborada con tanto esfuerzo en toda su exactitud, sino un punto de partida, un principio metodológico y heurístico para una cristología a desarrollar? ¿Y acaso no puede decirse lo mismo de gran número de cánones y definiciones eclesiásticas, es decir, no son propiamente teología, sino directrices seguras conforme a las cuales ha de desarrollarse la teología y que permiten una interpretación y una comprensión correctas de la revelación divina? Lo mismo vale, a otro nivel, para esa forma de la teología que, fiel a su principio propio, pero también apoyándose en la forma científica de las demás ciencias, se desarrolla en estricto acuerdo con las reglas de la escolástica. A este respecto es necesario hacer notar que el tránsito de la forma escolástica a la forma libre y espiritual debe ser fluido, insensible, como lo esel paso del habitus fidei vivae al donum Spiritus Sancti intelligentiae et scientiae. No se trata, en efecto, de que el habitus acquisitus scientiae sea abandonado a toda costa a favor de un habitus infusus y donum Spiritus, sino de que estos últimos se desarrollen también en el interior de la forma científica rigurosa, a fin de que la fuerza configuradora del espíritu humano y su genialidad reciban la impronta del poder modelador del Espíritu santo. La obra de Tomás de Aquino, como las de Anselmo, Buenaventura o Alberto Magno, irradian la belleza de la fuerza humana que configura y modela, pero llevan en sí la impronta sobrenatural. Y esto, prescindiendo de que hablen poco o mucho de lo bello y que, a la hora de su tematización y clarificación metodológicas, sean conscientes o no del momento estético. Jamás hubieran poseído tamaña fuerza modeladora –abstracción hecha una vez más de la inteligencia humana y del kairós histórico- ni hubiesen tenido una influencia histórica tan avallasadora, si su talento no hubiese sido informado por la fuerza creadora del Espíritu, o, lo que es lo mismo, si no hubiesen sido arrebatados y alcanzados (en sentido cristiano) en la unidad del entusiasmo y de la santidad" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Vol 1. la percepción de la forma, Madrid 1985,73-74).

 

 

"Para Dionisio, no vale la pena hablar como teólogo si no es bajo la gracia que purifica, ilumina y unifica." (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 2. Estilos eclesiásticos, Madrid 1986, 174).

 

 

"La teología no parte de la investigación humana, sino de la revelación divina que dimana del padre de las luces; su procedimiento "no está limitado a las reglas humanas del proceso deductivo, de la definición y de la distinción"; "abarca el universo como en compendio", y su término es "la plenitud de la bienaventuranza", con la que "llegamos a colmarnos con la plenitud de Dios" (BALTHASAR, Hans Urs von, Gloria. Una estética teológica. Parte segunda: Formas de estilo. Vol 2. Estilos eclesiásticos, Madrid 1986, 260).

 

 

"Hay santos que no sólo permanecen escondidos para sí mismos (como en el caso de todo verdadero santo), sino también para el mundo, pero que sin darse cuanta han producido los mayores frutos en la historia en virtud de sencillos actos de oración y de entrega de sí mismos que sin embargo, valorados "psicológicamente" parecen no ser "nada especial".

Si esto es verdad y si ahí radica el centro de su influjo histórico, se puede comprender por qué ha de fracasar toda tentativa de deducir el influjo histórico de Cristo a partir de las formas institucionales y visibles de la Iglesia, de las decisiones de sus representantes oficiales, de la eficacia constatable (a nivel de culto, de comportamiento ético o presencia política) de sus miembros registardos. Si la eficacia del mismo Cristo y la de sus seguidores más auténticos se pierde en lo inaprensible, no podrá resultar más que decepcionante, comparada con la de Cristo, la eficacia de aquellas magnitudes en las que a nivel empírico se constatan numerosas insuficiencias y carencias." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teodramática. Vol III, Las personas del drama: el hombre en Cristo, Madrid 1993, 35).

 

 

"La Iglesia de Cristo, conforme a las palabras de Pablo, está fundada sobre los apóstoles y profetas (Eph 1,20), es decir, sobre ministerio y carisma o, más exactamente, puesto que el ministerio es también una forma del carisma, sobre carisma objetivo y subjetivo, sobre santidad objetiva y subjetiva. [...]

"En esto conocemos el amor, en que Él ha dado su vida por nosotros. Luego también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos" (1 Joh 3,16). Cristo no "santifica" por otro motivo, sino porque también sus discípulos "sean santificados en la verdad" (Joh 17,19). La santidad, subjetivamente, es idéntica a aquel amor que prefiere Dios y los hombres a sí mismo, y que, por ende, vive para la comunidad de la Iglesia. "La caridad no busca su interés" (1 Cor 13,5). Una santidad que se buscara a sí misma, que se tomara a sí misma por fin, sería una intrínseca contradicción." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona 1964, 15-16).

 

  

"Nadie es en tanto grado él mismo como el santo, que se ajusta al plan de Dios y pone a su disposición su ser eterno, su cuerpo, alma y espíritu." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona 1964, 17).

 

 

"Como uno ha de averiguar, ha de tratar de escuchar en la oración y meditación la voluntad de santidad de Dios, y nadie puede hallar su llamamiento a la santidad fuera de la oración." (BALTHASAR, Hans Urs von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona 1964, )

 

 

"...necesidad de una interacción lo más íntima posible de jerarquía y santidad, no menos que de la teología especulativoescolástica y la teología de los santos. Sólo el que personalmente está en el ámbito de lo santo, puede entender e interpretar la palabra de Dios. Toda la teología de la Iglesia vive de aquella época, que va de los apóstoles a la Edad Media, en que los grandes teólogos eran también santos. Aquí vida y doctrina se interpretaban recíprocamente, se fecundaban y atestiguaban. En los tiempos modernos, para daño grande de ambas, teología y santidad se han vuelto independientemente. Los santos, sólo en raros casos son ahora teólogos; de ahí que los teólogos no los tengan en cuenta, sino que los relegan con sus opiniones a una especie de ala lateral de "la espiritualidad" o, en el mejor de los casos, de "la teología mística".

La moderna hagiografía ha contribuído lo suyo a esta rotura, al presentar a los santos, su vida y su acción, casi exclusivamente bajo categorías históricas y no haberse dado cuenta, si no es muy raramente, de que su tema era también, y principalmente, teológico. Este tema, empero, exige, un método convenientemente modificado: no tanto el desarrollo psicológico del individuo, mirado desde abajo, cuanto una especie de fenomenología sobrenatural de las grandes misiones, miradas desde arriba. Lo más importante en el gran santo es su misión, el nuevo carisma otorgado por el Espíritu a la Iglesia. El hombre que lo recibe y lo lleva, es un servidor suyo, un débil y hasta en las supremas realizaciones un desfallecido servidor, en que lo iluminador no es la persona, sino el testimonio, la misión, el ministerio: "Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz". Todos los santos, ellos justamente, conocen la deficiencia de su servicio a su misión y hay que creerlos en lo que tan enérgicamente afirman. Lo capital en ellos no es su personal acción heroica, sino la decidida obediencia con que se entregan de una vez para siempre por esclavos de su misión y que ya no entendieron su existencia entera sino como función y envoltura de esas misión. Habría que poner a plena luz: su misión, su exposición de Cristo y de la Sagrada Escritura. Habría que dejar en la penumbra lo que ellos quieren y deben dejar en la penumbra: su pobre personalidad. Habría, pues, que intentar leer y entender, a través de su existencia de santos, la misión dada por Dios a la Iglesia" (BALTHASAR, Hans Urs von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelaona 1964, 22-23).

 

  

Nos dice Teresita:

""La santidad no consiste en esta o la otra práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en su bondad de padre" (BALTHASAR, Hans Urs von, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelaona 1964, 249).

 

 

 

 

 

 


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