Cómo escribí "Días de llamas"
Por Juan Iturralde (publicado en el diario El Sol el 8 de junio de 1990).

"Disculpadme, pero una vez que se reconocen mis méritos, soy capaz de una humildad verdaderamente brillante"
CHRISTOPHER FRY

Mi reprobable afición a llenar folios, ayudada por la revolución y la guerra civil, me impulsaron, luengos años ha a escribir una novela sobre este doble tema. El primer intento resultó un monstruo impublicable, porque no sabía lo que era el lenguaje, ni cual debía ser la columna vertebral de la novela, ni estaba suficientemente documentado. Arrinconé este feto, escribí otras dos novelas horribles que me sirvieron de ejercicio de solfeo, sin que por ello dejara de oír como zumbaba en mis venas el tema de la guerra civil, aunque apenas llegaba a mi consciencia otra cosa que el rumor de la corriente de episodios y personas que se habían ido acumulando. Pero como padezco una mente eminentemente teutónica dada al sistema y la documentación, completé el contenido de la corriente con otras anécdotas de viva voz y la lectura a fondo de los periódicos editados en la capital de España durante la guerra. Pertrechado de esta forma, tomé dos decisiones: situar la acción en determinado punto de Madrid -cercano a acontecimientos importantes y trágicos- y atenerme a la imparcialidad, aunque irritara a unos y otros.

A continuación, me lancé a rellenar folios y destripar máquinas de escribir, sin perdonarme horas de trabajo. De esto salió un esqueleto relativamente presentable. De inmediato -dicho en meses- hube de rellenar ese esqueleto de contenido espiritual y envolverlo en carnes palpitantes, una ardua labor que emprendí alegremente, sin imponerme ninguna autocensura, porque tenía la certeza de que el régimen dictatorial desaparecería antes que yo.

Por otra parte, pensé que debía inyectar en los protagonistas principales -y en la familia que lleva la voz cantante- todas las contradicciones y los conflictos originados por la guerra y la revolución, convencido de que el dramatismo es mayor cuando se desarrolla no sólo fuera sino dentro de los protagonistas.

Debo aclarar, no obstante, que hay episodios y protagonistas completamente imaginarios, que yo no viví aquellos acontecimientos -salvo el miedo al paseo y otras minucias- y que, en este mismo instante está asaltándome la vehemente sospecha de que estoy inventándome también la explicación de la tarea de escribir "Días de llamas". Pienso que la verdad, la verdad verdadera -si es que tal cosa existe- es que el tema tenía tal atractivo literario que una respetable cantidad de escritores, españoles y extranjeros, nos sentimos tentados por él y nos encontramos ante un dilema: el de parir una novela, aunque fuera un ratón, como el Monte de la fábula, o el de reventar como una burbuja y desperdigar -derrochar, sería más exacto- la carga acumulada durante años y años por un tema tan importante como el de la guerra y la revolución españolas.

Yo opté por lo primero, sudé como una parturienta atormentada por los fórceps y, mal que bien, conseguí dar a luz algo que la crítica ha considerado más grande y de más entidad que el ratón.

Por último, me surge una duda más -a mi lado Hamlet era un precipitado-, la de que todo esto sea verdad y no un embeleso montado por la vanidad y el deseo de una cierta notoriedad literaria.




Entresijos de una novela
Por Juan Iturralde (publicado en el diario El Sol el 29 de noviembre de 1991).

La GUERRA CIVIL (y la revolución coetánea) de 1936-1939 ha dado origen a una cantidad punto menos que inconmensurable de narraciones debido a la trascendencia que tuvo. Yo también me sentí obligado a escribir mi versión, empujado no sólo por su importancia intrínseca sino también porque noté que, a mi juicio, la mayoría de las novelas publicadas tenían ciertos resabios de parcialidad y una extensión innecesaria para transmitir al lector lo que fueron aquellos terribles acontecimientos.

El segundo de los, a mi juicio, defectos apuntados, me indujo a acumular acontecimientos, entremezclándolos, con objeto de conseguir un ritmo trepidante que se acercara a la realidad de entonces, ya que durante los seis primeros meses de la guerra -y la revolución- los episodios significativos se sucedieron con una velocidad de vértigo. Con independencia de lo anterior, quise plantear el problema moral de la contienda, sin incrustar en la novela un ensayo soporífero sino procurando que tal problema se dedujera de los hechos y las opiniones de sus protagonistas pero sin olvidar que con las mejores intenciones se pueden escribir las peores novelas.

Además, en mi opinión, todos los escritores tenemos que cumplir una obligación con la sociedad en que vivimos y debemos asumirla con sinceridad y con el valor que cada uno haya recibido de Dios, es decir, que no admito el principio del arte por el arte, máxime cuando quienes se ajustan a él están fallando al dar una suerte de apoyo tácito a las injusticias de la tal sociedad. Georg Lukacs, el filosofo húngaro retratado como el jesuita Nafta por Thomas Mann, en "La montaña mágica",dijo, en uno de sus ensayos sobre literatura, que Balzac, un burgués desde la coronilla a la punta de sus zapatos, al describir por lo extenso la vida de la burguesía francesa, con sus rapiñas, sus trapacerías, sus avaricias y sus afanes de ascender por encima de todo, había contribuido de una manera excepcional a despertar la conciencia dormida de los franceses abriéndola al conocimiento de todos aquellos, que tan sólo pueden ser corregidos cuando son conocidos a fondo, de la misma manera que un diagnóstico acertado es condición indispensable para un acertado pronóstico. El que escribe estas líneas -atado de pies y manos por su limitación- no tiene en modo alguno la intención, más o menos clandestina, de equipararse a Balzac ni la de que su novela "Días de llamas" haya tenido alguna influencia, por microscópica que haya sido, pero coincide con el gran francés en que pertenece a la burguesía y en que ha descrito a rojos y blancos con todos los defectos de unos y otros. Otra cosa es que haya conseguido la imparcialidad y cumplido con la obligación asumida para con la sociedad en la que le ha tocado vivir.

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