Fiesta o religión: el dilema de los primeros cristianos

Juan J. Cienfuegos

Guión 

1.    Jorge versus Guillermo: el debate ideológico en la Biblioteca.

a.     Los autores contra la fiesta: san Pablo, san Clemente de Alejandría, san Paulino de Nola, san Juan Crisóstomo, san Martín de Tours, san Efrén Sirio y la Regla de san Benito.

b.    Los autores a favor de la fiesta: la Regla de san Benito, san Antonio, san Martín de Tours, Sinesio de Cirene y Ausonio.

2.    La práctica diaria en el culto

a.      Paulino de Nola

b.     San Agustín

c.     San Ambrosio

d.    San Gregorio Magno

  1. Conclusiones.

 

 

 

Muchas gracias, en primer lugar, a los organizadores de estas décimocuartas Jornadas de Filología Clásica, y especialmente al doctor Maestre por su invitación a estos encuentros y por sus amables palabras que salen más del corazón y de la amistad que de auténticos merecimientos míos.

 

            Es evidente que el asunto que he propuesto es extraordinariamente amplio, extensísimo, de modo que hay una enorme cantidad de textos y datos relativos al dilema anunciado. Como el que mucho abarca poco aprieta, he puesto un límite cronológico y me ciño a lo que suele llamarse antigüedad tardía, siglos IV y V d.C., alguna incursión en el VI, pero sin entrar por ejemplo en la literatura medieval donde este asunto de la fiesta ocupó a muchos autores.

 

No obstante ese arco cronológico, me voy a acercar al tema dando un pequeño rodeo por unas deliciosas páginas de la literatura contemporánea, las que escribió el italiano Umberto Eco en su novela más célebre, El nombre de la rosa, en la que, como saben, el elemento dinamizador de la acción es la condena de la comedia, de la risa y de la fiesta que hace el monje español Jorge y que para ello se apoya en la autoridad de los Padres y de algunos textos sagrados, ante la opinión más benévola que sostiene el franciscano Guillermo de Baskerville.

 

 

Estamos en la Biblioteca de la abadía benedictina, el Segundo día, la hora Tercia, hacia las 9 de la mañana. Como saben, Adso nos cuenta la conversación entre Guillermo y el monje español Jorge. Con mucha habilidad el franciscano Guillermo consigue llevar la conversación al asunto de la licitud de la risa. El monje español lo que quiere es marcar una clara línea divisoria con relación a los paganos, que, según él, hacían mal escribiendo comedias para hacer reír, como demostró Cristo que nunca contó comedias, sino parábolas de donde aprender a ganar el paraíso. Guillermo no comprende la insistencia de Jorge en que Cristo nunca pudo haber reído pero Jorge no acepta ni siquiera que la risa sea comparable a los baños que curan los humores, porque la risa deforma los rasgos del cuerpo y hace a los hombres parecerse al mono. El franciscano por el contrario dice que precisamente los monos no ríen, que la risa es un atributo específicamente humano, un signo de racionalidad. La réplica de Jorge es contundente, la palabra también es signo de racionalidad y con ella se puede ofender a Dios, no todo lo humano es esencialmente bueno, y de pronto da un salto cualitativo y dice que la risa es signo de estulticia. El que ríe ni cree ni odia aquello de lo que se ríe, por eso reírse del mal no significa que se combata al mal y reírse del bien no significa que se crea en él, por eso es de tontos reírse y entonces abiertamente Jorge cita la Escritura, quia scriptum est, stultus in risu exaltat vocem suam. Guillermo no encuentra ninguna autoridad para oponer a la cita de Jorge y sólo puede acudir a los clásicos, como que Quintiliano habla de estimular la risa, que Tácito alababa la ironía de Calpurnio Pisón y que Plinio el Joven, decía “de vez en cuando río, bromeo, juego, soy hombre”. Jorge de ninguna manera acepta esas autoridades porque son paganas, y cita en su ayuda la Regla de san Benito, (buscarla, comprobar que es realmente esto la Regla), “condenamos con eterna censura las bromas, las palabras ociosas  y que provocan la risa y prohibimos que el discípulo abra la boca para cosas de esas”. Entonces Guillermo contraataca con Sinesio de Cirene, cuando dice que la divinidad ha combinado armoniosamente lo cómico y lo trágico, y también mete en su argumento a Ausonio, que igualmente aboga por esa mezcla sabia de lo serio y lo jocoso. Entonces, llegando al final de la conversación, Jorge opone precisamente la autoridad del amigo de Ausonio, Paulino de Nola, y de Clemente de Alejandría, que según la interpretación de Jorge, advierten del peligro de lo jocoso y lo cómico. Y añade que según Sulpicio Severo, San Martín de Tours nunca fue presa ni de la risa ni de la hilaridad. Pero sí le atribuye Guillermo, cuenta Eco en su novela, respuestas de cierta gracia. Jorge argumenta que eran respuestas rápidas y sabias, no risibles. Luego Jorge cita al Eclesiástico, expresamente, y a otros autores ya más cercanos a sus días e insiste, Cristo no reía, porque la risa fomenta la duda. A lo que replica el franciscano que a veces es justo dudar.

 

No sé si Umberto Eco ha declarado su fuente o no, en cualquier caso se ha documentado bien para este pasaje. Todos sus datos, todas sus citas están tomadas del inagotable Ernst R. Curtius, concretamente del Excurso  titulado “Bromas y veras en la literatura medieval”, insertado al final de la utilísima Literatura europea y Edad Media Latina. ¿Es este de Eco un caso de intertextualidad al estilo del de Luis Racionero?

 

Sea como fuere, aunque el texto de Eco sea de ficción, en la medida en que sigue a un texto científico, al de Curtius, puede muy bien servir de guía para tener una idea muy aceptable de la polémica cristiana sobre la risa, la comicidad y la fiesta. De modo que vamos a ir viendo en la primera parte de mi discurso cada uno de los autores mencionados militantes de una y otra posición.

 

Contra la risa están, según Jorge: san Pablo, san Clemente de Alejandría y Paulino de Nola, san Juan Crisóstomo, san Martín de Tours, san Efrén el Sirio y la Regla de san Benito.

Efectivamente el texto de la carta de san Pablo a los Efesios V 4 prohíbe taxativamente a los cristianos, si no la risa, sí el stultilóquium y la scurrílitas.

fornicatio autem et omnis inmunditia aut avaritia nec nominetur in vobis sicut decet sanctos aut turpitudo aut stultiloquium aut scurrilitas quae ad rem non pertinent.

 

Traducción

Efesios   5

1                   La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos.

2                   Lo mismo de la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no están bien.

           

Argumento de Clemente de Alejandría: Paidagogós II cap. V (s. II d.C.: escribe en griego). Clemente de Alejandría es citado por Borges, el Jorge de Burgos de Umberto Eco, o sea un monje ciego en una Biblioteca laberíntica, que no otra cosa es la hipóstasis del escritor argentino. Bueno, pues hablando de libros Borges cita precisamente a Clemente de Alejandría porque receleba de la palabra escrita, “Lo más prudente es no escribir, aprender y enseñar de viva voz”, dice el alejandrino en la línea del argumento de Platón contra la escritura. Y ahora volvamos a nuestro asunto. Lo que realmente dice Clemente de Alejandría en el texto que citan Curtius y Umberto Eco por boca de Jorge es esto:

 

“No se puede negar lo que es natural al hombre, como la risa, pero hay que ponerle límite y sentido de la oportunidad. Se admite la sonrisa pero no la carcajada. Pero hasta la sonrisa ha de ser controlada. No se puede sonreír constantemente ni delante de personas mayores, salvo que a ellas les complazca.”

 

No es del todo prohibitivo, no es tajante para negar la risa. Admite que la risa es algo natural del hombre. De modo que el argumento de Jorge no es demasiado sólido en este punto.

Otro autor invocado por el monje hispano es san Juan Crisóstomo (“Boca –pico- de oro” muerto en 407) que afirmaba (en PG LVII co. 69) que Cristo nunca había reído. Este sí que es un argumento irrefutable de que la risa no está permitida a los cristianos que modelan su vida sobre el ejemplo del Evangelio.

            Asimismo, Sulpicio Severo dice de san Martín de Tours Nemo unquam illum vidit iratum, nemo commotum, nemo maerentem, nemo ridentem,  que “nadie lo vio nunca enfadado, ni commovido ni triste ni riéndose”.

            Parece un buen testimonio en contra de la charanga pero obsérvese sin embargo que lo mismo que niega la risa también está diciendo que tampoco nadie lo vió triste ni enfadado, o sea, que parece que lo que niega es que el santo fuera desmesurado en ningún sentido de modo que Sulpicio alaba el autocontrol de san Martín, un tópico del elogio ampliamente empleado en este tipo de vitae.

 

            Si lo anterior se presta a duda, no hay nada que objetar cuando Jorge trae a colación a san Efrén Sirio (muerto en 373), que efectivamente condena el jolgorio monacal en su Parénesis contra la risa de los monjes.

            Igualmente, el capt. IV de la Regla de san Benito prohíbe reírse: Verba uana aut risu apta non loqui; risum multum aut excussum non amare, inspirándose en Eclesiástico XXI, 20 que citamos hace un momento: fatuus in risu exaltat uocem suam.

 

 

Vamos a ver ahora los autores a favor de la risa que cita Guillermo de Baskerville en su discusión con Jorge: la propia Regla de San Benito, san Antonio y san Pablo a los Colosenses, san Martín de Tours, Sinesio de Sirene y Ausonio.

 

Efectivamente, dentro de la literatura referida al monacato hay algunos textos a favor de la licitud de la risa. Así, San Benito calló el pasaje, también del Eclesiástico XXI 23: Vir autem sapiens uix tacite ridebit. El hombre sabio reirá calladamente. La regla de san Benito, por tanto, admitía implicítamente una risa moderada, porque lo prohibido es risum multum aut excussum, risa abundante o  carcajadas.

 

Asimismo, el discurso de san Antonio, según su Vita escrita por san Atanasio cap. 73, estaba “sazonado de divino ingenio”, pues seguía la recomendación de san Pablo a los Colosenses, IV 6: “sermo vester semper in gratia sale sit conditus”: Que vuestra conversación sea siempre amena, sazonada con sal.

           

 

En cuanto a san Martín de Tours, Sulpicio Severo refiere bromas espirituales del  santo (spitualiter salsa). Si bien no es extraño que nunca viera nadie a san Martín en ningún estado de ánimo desmesurado, ni exagerado en el sentido que lo dice Bryce Echenique de la vida de su Martín Romaña, porque Martín de Tours se pasó la vida destruyendo templos y luchando contra los ritos celtas, digamos que el hombre no era precisamente una persona de carácter afable o risueño. Los milagros que cuenta Sulpicio Severo de san Martín son siempre sobrecogedores, son especialmente indicados para meter miedo en el cuerpo, como lo de paralizar a las personas, evitar que le caiga a él encima el pino sacral de una comunidad de campesinos y desviarlo contra esos pobres lugareños, y así todos. No obstante, he encontrado que Sulpicio Severo cuenta tres sucesos que son realmente graciosos a su manera, como bromas pesadas que le gasta Martín a la gente. El primero se narra en el cap. XI 1 de la Vida de san Martín. No lejos del monasterio donde estaba de obispo Martín, había un sitio al que una falsa fama había consagrado, en la suposición de que allí habían sido enterrados algunos mártires y de que el altar había sido construido por algún antiguo obispo. San Martín no deja de preguntar por este lugar sagrado, qué mártir estaba allí enterrado, en qué época había vivido y cosas así. Un buen día coge a unos cuantos monjes y se dirige al sitio, para asegurarse de que aquello no era una superstición. Bueno pues Martín eleva sus oraciones y volviéndose, precisamente hacia la izquierda hete aquí que de pronto se le aparece el horrible fantasma de un hombre y Martín lo commina a decirle su nombre y su historia. Entonces la aparición lo confiesa todo, y aquí está la broma, que el supuesto mártir en realidad es un ladrón que fue decapitado por causa de sus crímenes y que había sido celebrado por un error de la gente, y que él no tenía nada que ver con los mártires.

            Otro episodio es del cap. XII. San Martín se encuentra en el campo con una comitiva de campesinos que llevan a enterrar un cuerpo cargado en una carreta y con unos telas por encima a las que el viento agita. Le llama la atención al buen santo y sospechando que fuera un culto pagano, les levanta la cruz y los deja absolutamente paralizados, petrificados, velut saxa. Luego, al querer darse la vuelta los pobres campesinos, dice Sulpicio, ridiculam in vertiginem rotabantur, daban vueltas ridículamente hasta caer al suelo. El tercer episodio narra el encuentro de Martín con cierto demonio que no quiere abandonar el cuerpo del poseído y muerde a quien se le acerca. Martín le mete los dedos en la boca y le dice “anda, si tienes poder, muerde éstos”. Entonces el demonio no se atreve ni a tocarle los dedos que tiene ante la boca y no pudiendo salir por ella, sale por el trasero en medio de espantosas ventosidades. O sea que san Martín también tenía su mijita de guasa cuando quería.

 

Sinesio de Cirene propone con su ejemplo la mezcla armónica de lo cómico y lo serio. Él reparte su vida entre la seriedad  y el placer (spoudé y hedoné), y relata una aventura de viaje que “la Divinidad integró harmonícamente con elementos cómicos y trágicos” (Epístola IV). Sus libros se inclinan ya a lo serio ya a lo jocoso, dice en la carta I a Nicandro. Antes que él, ya Claudiano en su Consulado de Estilicón alaba precisamente del caudillo de Teodosio su charla franca, su accesibilidad, que permite que en su presencia cualquiera puede mezclar el humor con la seriedad sin temor ninguno (Cons. Estilicón II, 163ss.). Incluso nos dice que el propio Estilicón cuenta chistes (ibidem v. 170: te ... audit miles, aspersis salibus, etc) Y en la misma línea, Ausonio expone claramente su plan en el Libro de Exhortación a su nieto: sunt etiam Musis sua ludicra: mixta camenis otia sunt....  Mezclar lo trágico y lo cómico keinos emoi panton métojos qui... “También las Musas tienen sus propias diversiones: está mezclado el descanso con las Camenas. En el epigrama 25, titulado La recomendación de su libro, podemos leer:

 

Hay aquí lecturas apropiadas para la mañana y también para el atardecer. Con las alegres, mezclamos cosas serias, para que cada una guste en su momento. No es uno el color de la vida, no hay un solo lector de los poemas, cada página tiene su hora”

 

En la epístola 6, a Paulo, promete compartir todo con su amigo Axio que es poeta en griego como el propio Ausonio, y le dice éste a Paulo que Axio “se adapta con facilidad a mis cosas serias y a las bromas”, qui seria nostra, qui ioca pantodapé nouit tractare palaístre.

Esto es lo que dice el notable poeta y rétor Ausonio, del que Augusto Monterroso dijo:

"En algún día de algún año del siglo IV de nuestra era, en su casa de la ciudad de Burdigala, la actual Burdeos, el gran poeta latino Décimo Magno Ausonio escribió lo que en aquel tiempo se llamaba un epigrama y hoy me atrevería a llamar un cuento:

«SOBRE UNO QUE ENCONTRÓ UN TESORO CUANDO QUERÍA COLGARSE DE UNA SOGA.

Un hombre, en el momento de colgarse de una soga, encontró oro y en el lugar del tesoro dejó la soga; pero quien lo había escondido, al no encontrar el oro, se ató al cuello la soga que sí encontró.» (Trad. de Antonio Alvar Ezquerra).

Puedo ver, de pie, al retórico Ausonio, el poeta inmortal de la caducidad de las rosas y de la vida, pidiendo a sus jóvenes y aristócratas discípulos que ese día desarrollaran una composición, en prosa o en verso, con aquel argumento lleno de posibilidades para imaginar y describir largamente el origen, la condición y el carácter de aquellos dos extravagantes personajes que en tan escasos minutos cambian radicalmente sus destinos como consecuencia de un simple azar." (Augusto Monterroso, "El árbol", en La vaca, Madrid, Alfaguara, 1998, 56-57)

 

Volviendo a nuestro asunto, lo que más tarde iba a ser todo un tópico panegírico el ioca seriis miscére que para Ausonio constituye una importante faceta de su obra manifestada explícitamente como acabamos de ver, no es bien comprendido sin embargo por su antiguo discípulo y amigo Paulino de Nola, quien en la opinión de nuestro Jorge está contra la fiesta y la risa, y precisamente por eso lo colocaba al lado de Clemente de Alejandría. Vamos a detenernos aquí un momento, porque Umberto Eco sigue a Curtius y parece que no ha corroborado con la consulta directa de los textos la afirmación de la seriedad de Paulino. En efecto, como dice Curtius y reitera Eco, Paulino no estuvo de acuerdo con ciertas actitudes de Ausonio, concretamente con que éste, Ausonio, no llevara hasta sus últimas consecuencias sus creencias y se conformara con ser un cristiano sólo de nombre.

            Paulino en cambio sí fue absolutamente fiel a su fe y esto no es un detalle baladí porque su actitud ante la fiesta habrá de ser valorada como la de un auténtico cristiano, es decir, que si hubiera sido un hombre vacilante en su creencia, dudoso, ambiguo, pues su opinión no valdría tanto como la de una persona tan entregada a Dios y a los demás como fue este Paulino natural de Burdeos, otrora una de las más grandes fortunas de su tiempo y que en Hispania se casó con la dulce Terasia o Teresa, como dijo de él mi admirado Joan Perucho. Dejó toda su fortuna y la de su rica esposa a los pobres y después de una estancia en varias ciudades hispanas, pasa por la Galia, se encuentra con Martín de Tours que le cura milagrosamente una afección ocular, se encuentra luego con Ambrosio en Milán y finalmente se establece cerca de Nola, junto al sepulcro de san Félix, creando una comunidad cristiana dedicadas a honrar la memoria del mártir con la oración y a acoger a  las multitudes de peregrinos que visitan cada año el santuario. Y todos los años por el aniversario del santo compone unos poemas natalicios en su honor, poemas donde recoge como veremos auténticas historias que preludian la sencillez y espontaneidad de muchas obras medievales. Además, como un verdadero intelectual, cruza una extensa correspondencia con los grandes sabios de la cristiandad, san Agustín y san Jerónimo, además de otros importantes corresponsales, como el propio Sulpicio Severo del que hace poco hablábamos, y, por supuesto, con su antiguo amigo y maestro, Ausonio.

            Los reproches entre los dos antiguos amigos se producen recíprocamente, porque si Ausonio le reprocha a Paulino que abandone a su mejor amigo por su nueva fe, Paulino por su parte no se muestra dispuesto a seguir jugando con la literatura de Musas y dioses. Este es el pasaje citado por Curtius y por Eco:

multa iocis pateant; liceat quoque ludere fictis.

sed lingua mulcente grauem interlidere dentem,

ludere blanditiis urentibus et male dulces

fermentare iocos satirae mordacis aceto

saepe poetarum, numquam decet esse parentum.

 

(poema X 260) Concedo que se hagan bromas; que se pueda incluso juguetear con la fantasía. Pero hundir profundo el diente, acompañándolo con el dulzor de la lengua, jugar con caricias que queman y fermentar bromas nada dulces dentro del vinagre mordaz de la sátira, le cuadra a menudo a los poetas, pero nunca a los padres .

 

Ni Curtius ni Eco tienen razón cuando dice que Paulino no es partidario de la relación festiva con la divinidad, con el culto. El pasaje anterior, que cita Curtius a quien sigue U. ECO, se refiere únicamente a la concepción de la literatura, no a la manera de entender la relación del hombre con Dios, el culto cristiano concretado en la veneración a los santos y a los mártires especialmente.

 

Y con este autor ya pasamos a la parte más práctica de la relación entre fiesta y religiosidad. Si hasta ahora nos hemos movido dentro del debate ideológico en torno a la licitud o no del elemento festivo en el cristianismo, con Paulino vamos a centrarnos en la aplicación práctica de las creencias en el ritual, en la liturgia por así decir codiana.

 

            Los primeros cristianos no sabían al principio cómo actuar frente al fastuoso espectáculo de los festivales religiosos paganos, con sus imágenes, sus sacrificios y el jolgorio enseñoreado como auténtico motor de la actividad religiosa.

            Por boca de los intérpretes de las Escrituras y Padres de la Iglesia se producen una serie de intentos para ofrecer una alternativa cristiana al culto pagano. Pero en el terreno de la realidad diaria el asunto es mucho más claro y manifiesto. Y el caso de Paulino de Nola y las peregrinaciones al sepulcro de san Félix es el documento mejor conocido de la religiosad popular de los primeros siglos del cristianismo. En primer lugar la actividad constructora del santo de Nola es realmente espectacular. Quien pasa por ser el inventor de la campana o al menos el que le dio el uso que tiene en las iglesias y quien fue el primero que tuvo la idea de decorar el interior de las templos con pinturas, con el planteamiento arquitectónico de sus iglesias nos indica el camino que su obra religiosa va a seguir y cómo entiende él que deben ser la veneración y el culto.

 

En efecto, Paulino remodeló el recinto religioso en torno al sepulcro de Félix construyendo varias iglesias alrededor de una gran plaza central adornada de innumerables fuentes para acoger a las inmensas multitudes de campesinos que cada 14 de enero acuden en romería ante san Félix. ¿Va a decirles Paulino a todos estos fieles que no pueden celebrar, fíjense en la palabra, celebrar al mártir? De ninguna manera, como veremos en seguida.

            Ya desde el segundo natalicio dedicado al santo (enero del 396), Paulino invita a todos a la fiesta y al regocijo:

Da gusto ahora, dice, desatar nuestros corazones libres en medio del gozo, puesto que al fin nace estando nosotros aquí el querido día constantemente celebrado incluso en tierra extranjera, el día que te consagró en la tierra y te situó entre los astros. Ahí está, mira cómo un pueblo variopinto viene tiñendo los caminos en un enjambre multicolor...(XIII 20 ss.)

En el tercer natalicio se reitera el ambiente festivo:

En todas las reuniones se celebra el almo día, todos (45)presentan en las sagradas puertas los dones votivos ofrecidos; se asienta la alegría en todos los seres de cielo y tierra, y en el firmamento abierto hasta el aire parece sonreír, la primavera respirar en los callados soplos de la brisa y un blanco ribete parece festonear el festivo cielo. No hay límite para las multitudes que acuden en abigarrada columna (50)ni tampoco descanso, desde la noche acechan con ansia el alba y no son capaces de esperar al día, las ardientes plegarias rompen el descanso de la noche, las antorchas con sus llamas vencen a la oscuridad, y es un placer contemplar a una sola ciudad abarrotada de otras muchas ciudades y a todos las multitudes movidas por un solo deseo. (XIV)

Y en el mismo poema el propio Paulino expresa su alegría personal por contemplar a los romeros y participar él mismo “y gozar alegre en medio del bullicio de la fiesta” (XIV 105 ss.). Anima a los muchachos, mis niños, les dice, a bailar y cantar, a rociar con flores el suelo de la iglesia y a adornar con guirnaldas los dinteles.

 

 

El poema XVIII desde su comienzo manifiesta la intención festiva con que se celebra el aniversario de la muerte de san Félix:

Cantad conmigo mi poema, os lo ruego, hermanos, tocad las palmas y dad rienda suelta a vues­tro espí­ritu en un casto jolgorio. (10) Alegría santa y canciones castas son las adecuadas para los fieles. Pues ¿a qué hom­bre, que ame y tema a Cristo, le está permitido no estar hoy con­ten­to y llegar sin la ofren­da que le permitan su ta­len­to, lengua y ha­cien­da, (15)cuan­do los propios elementos de la naturaleza atestiguan con colores de fiesta que los servidores que viven en el cielo están gozosos en compañía de Cristo? ­Con­tem­plad cómo la ale­gría del mun­do luce en el es­plen­dor del día con señales sagra­das. Un halo de blan­ca ale­gría lo posee todo, una lluvia que no moja se deposi­ta desde las cenicientas nubes, la tie­rra se cubre con un manto níveo(20) y el ador­no ­de la nieve en las casas, en el suelo, en los bos­ques, en los mon­tes, dan fe de la blanca gloria del santo an­cia­no..

 

            Aquí ha dado un paso más Paulino porque incluso acusa explícitamente a los que no quieran celebrar la fiesta, a los que se resistan a estar alegres sin tomar ejemplo de la propia naturaleza que se viste sus mejores galas para el día de la romería, y eso que el tiempo no acompaña, porque llueve y hasta nieva, pero los romeros no lo sienten, el agua no moja y la nieve es un adorno, vellones de leche que resbalan del cielo callado. Después de esto no puede decirse que san Paulino no apoye la fiesta. Pero hay más. Los peregrinos le traen al santo animales que se sacrifican y se comen en alegra confraternidad. Como antes dije, Paulino cuenta algunos episodios de indudable sabor medieval como el milagro del cerdo o el de la ternera. Ambos fueron criados para ser ofrecidos a san Félix. El cochino está tan gordo, dice Paulino, que a los pobres y a los viejos se les hace la boca agua pensado en el banquete que se van a dar. Pero el amo del animal es un egoísta y antepone su beneficio al cumplimiento honesto de su ofrenda al santo, de modo que llega al templo y después de sacrificar al animal, reparte entre la gente lo peor, las vísceras y carga en su caballo la mejor parte para llevársela para él, pero no había recorrido una milla cuando sin saber cómo se cae del caballo y se queda en el suelo como paralizado, gritando que no se puede mover. Entonces milagrosamente el caballo se va solo sin que lo lleve de las riendas hasta la iglesia con la carga de los jamones y las partes nobles del cerdo. Se detiene espontáneamente ante la puerta del hospicio de pobres y espera a que lo descarguen de la ofrenda. Entretanto, los acompañantes traen entre todos al interesado campesino que no puede moverse. El postrado se tira al suelo y suplica al santo. Entonces este dueño del cochino manda que se lleve la carne al hospicio y que se guise y se reparta. Los pobres empiezan a pedir al santo que lo perdonen y en ese momento de manera prodigiosa empieza a sentir de nuevo las piernas y queda perdonado y curado de un golpe. Paulino cuenta otro milagro también en este mismo poema XX, con otro guarro que estaba tan gordo que no pueden traerlo y lo dejan abandonado sus amos, pero por la mañana aparece él solo en la puerta de la iglesia como si la bestia intuyera que estaba destinado a la ofrenda. El caso es que en todos estos milagros el asunto siempre es el mismo, que sacrifican en ofrenda un animal prometido y luego celebran un banquete, es decir, festejan al patrono comiendo, bebiendo y cantando.

 

Es más, cuando el propio Alarico amenaza Nola e Italia entera, en el octavo natalicio, el del año 401, Paulino anima a sus romeros a echar fuera la pesadumbre y los convida a festejar alegremente el día del santo patrono, a pesar de los negro nubarrones de guerra que se ciernen sobre la campiña y las ciudades. ¿Por qué? Porque un día santo reclama alegría y fiesta. Y se apoya nada menos que en el ejemplo de Moisés en Éxodo 12: a pesar del dominio egicio, los israelitas celebraron la fiesta de los Ázimos y comieron el cordero de la Pascua.

 

            La razón fundamental de las celebraciones la expone Paulino en el poema 27 en estos términos:

 

Así es que, lo mismo que el Señor ha adornado el cielo con sus estrellas, a los campos con las flores y a los años con las estaciones, de igual manera ha engalanado esas mismas estaciones con los días de fiesta, para que (110)nuestras almas, perezosas por las tareas del día a día, al menos por la variedad que traen, celebren de buen grado después de un intervalo de tiempo las sagradas solemnidades con renovado deseo y preparen para el Señor los corazones inactivos a lo largo de las fiestas del año, porque servir permanentemente a la justicia sin pecar produce aburrimiento, mientras que para los habituados a delinquir es una pesada tarea (115)privarse del pecado.

 

Un poco más adelante sigue diciendo:

 

Por eso el Señor en su bondad, (120)para dar cobijo a todos bajo las alas de su amor, a los incapaces de llegar al alcázar de la virtud les ha concedido el descanso oportunamente distribuido de los días santos.

 

Este planteamiento es muy parecido al de Platón en Leyes II 653d que dice:

 

“Así pues los dioses, apiadados de la raza humana nacida para la miseria, han establecido las fiestas de acción de gracias como períodos de tregua a sus turbaciones y les han concedido como compañeras de sus fiestas a las Musas y a Apolo.”

            En este pasaje Paulino está defendiendo su posición a favor de celebrar las fiestas contra la opinión de cierto sacerdote hispano, frecuentemente señalado como auténtico precursor de Lutero. Me refiero al hereje Vigilancio, combatido por san Jerónimo en alguna epístola y en el tratado titulado precisamente Contra Vigilancio, personaje del que dice “Mejor sería llamar Dormitancio” a este posadero calagurritano. Este hereje, en efecto, era enemigo acérrimo de cualquier tipo de celebración, tanto de la veneración de las reliquias, como de las vigilias en las tumbas de los mártires y de cualquier fiesta periódica, además de no ver nada bien ni al celibato eclesiástico ni a la vida monacal. Se comprende pues que Paulino justifique la sana diversión de sus romeros.

 

Pero el texto definitivo donde se manifiesta de manera palmaria la posición del santo de Nola respecto a las fiestas es otro lugar también de este mismo poema 27 donde explica que ha decorado el interior de las iglesias con pinturas de escenas de la Escritura para que los campesinos mientras las contemplen se olviden del hambre: dum fallit pictura famem (v. 589)

Acostumbrado desde antiguo a servir a los cultos paganos, teniendo como (550)Dios a su barriga, se ha convertido al fin a Cristo el peregrino mientras está admirando las manifiestas obras en Cristo de los santos. Fijáos en qué cantidad tan grande acuden desde todos los campos y cómo van dando vueltas de un sitio a otro, piadosamente engañados en la simpleza de sus mentes. Han dejado lejanos hogares, han despreciado las nieves (555)sin una gota de frío porque hervían con el calor de la fe. Y ahora hételos aquí que en gran número alargan su gozo, incluso estando en vela toda la noche, y rechazan al sueño con la alegría y a la oscuridad con las antorchas. Sin embargo, deberían llevar ese gozo con sanos deseos y no mezclar las copas con los santos umbrales. (560)Pero aunque haga sonar su devoción con la mejor de las obediencias la cohorte de los fieles en ayunas, que con sus castas voces entona los santos himnos y en su sobriedad ofrece al Señor el canto de su alabanza, con todo soy partidario de perdonar las diversiones que organizan en sus modestos banquetes, porque el desvarío (565)se ha colado en sus mentes sin cultivar. Ignorante de una culpa tan grande, su simpleza viene a caer en la piedad al creer equivocadamente que los santos se complacen cuando sus sepulcros son rociados con el aromático vino. Así pues, ¿después de muertos aprueban lo que condenaron como maestros? ¿La mesa de Pedro recibe lo que rechaza la doctrina de Pedro?

            Todo tiene explicación, vienen de muy lejos, muertos de frío, son simples aldeanos que se creen que a los santos enterrados en los sepulcros les gusta el vino. Que la mesa de Pedro, esto es el altar debajo del cual están las reliquias de los mártires, acepta lo que rechaza el propio Pedro en I Pedro 4.3, o sea “las comilonas, borracheras y abominables idolatrías”. Sin embargo no se dice toda la verdad. En realidad, los campesinos celebran con tanto jarana el aniversario porque están acostumbrados desde siempre a hacerlo en los sepulcros de sus parientes. Esto es lo que Paulino disculpa sin decirlo y lo que no parece tan bien a otros cristianos menos tolerantes, como san Agustín y, con mayor rigor, san Ambrosio que apoya la prohibición absoluta de estos rituales.

            En efecto, el primer testimonio de esta prohibición lo ha transmitido Agustín de Hipona cuando narra lo que le sucedió a su madre en Milán. Estando todavía en África, cuenta san Agustín, santa Mónica solía llevar a la iglesia algo de comida y bebida cuando visitaba las tumbas de los santos mártires, pero cuando pretende hacer lo propio en Milán se encuentra con que a la entrada de la iglesia el portero le dice que no puede acceder al recinto sagrado con el vino y la comida porque lo ha prohibido el obispo Ambrosio. Esta es, en resumen, la anécdota que cuenta san Agustín en Confesiones VI 2, pero ¿qué hay detrás de todo esto?

            Los detalles de la historia son bien significativos. La santa trae a la tumba de los mártires (cum ad memorias sanctorum, sicut in Africa solebat, pultes, panem et merum attulisset[1]), gachas, pan y vino. Obsérvese que del término pultem deriva pultarium, nuestro puchero, fechado por Corominas el año 1495. Sigo. Así pues, beber y comer en la iglesia era habitual y ella estaba acostumbrada a honrar de esa manera a los santos, una práctica que no es exclusiva de las comunidades africanas, dado que Ambrosio nos documenta lo mismo en las iglesias de Italia y, seguramente, en todos los templos cristianos. Así es. En el tremendo alegato del obispo de Milán contra el vino, que no otra cosa es su De Helia et ieiunio, censura a todos los ebriosi, incluso a aquellos bebedores que brindan a la salud del emperador, o que con el brindis elevan sus súplicas a Dios en la creencia de que así le llegan mejor sus peticiones:

 

sicut illi qui calices ad sepulchra martyrum déferunt atque illic in uesperam bibunt; aliter se exaudiri posse non credunt. stultitia hominum, qui ebrietatem sacrificium putant, qui existimant illis ebrietatem placere qui ieiunio passionem sustinere didicerunt[2].

Como aquellos que llevan las copas a los sepulcros de los mártires y beben en la víspera creyendo que no los escucharán de otra manera. Una tontería de los hombres que creen que el sacrificio consiste en la borrrachera, y piensan que su embriaguez es grata a quienes aprendieron a sobrellevar su pasión con el ayuno.

 

De modo que no se trata de una momentánea libatio, lo que pretendía hacer santa Mónica, probar un poco de vino, al contrario, al parecer la gente pasaba la tarde bebiendo. De ahí la fuerte invectiva que es digna de todo un defensor actual de la vida sana. Para san Ambrosio, el vino es el origen de todos los vicios, es el demonio, trastorna a los hombres haciéndoles ver que son reyes, y cuando se les pasa la borrachera comprueban que en realidad son mendigos que no tienen ni para el gasto del día siguiente; además, el vino lleva a la bronca, mientras que por el contrario, el cristiano que vive en la sobriedad, el abstemio, es como un atleta incansable y triunfador[3]. A juzgar por la extensión y la intensidad con la que Ambrosio condena el vino en su sermón, se deduce fácilmente que la costumbre de pasar el día bebiendo dentro de la iglesia era patrimonio de muchísimos cristianos sencillos que no entendían de ayunos y de mártires.

            Pero la auténtica causa que lleva a Ambrosio a prohibir la entrada de todo tipo de ofrendas en los templos no es otra que terminar con la fiesta pagana del culto a los difuntos, como lo percibe Agustín al decir que su madre dejó de llevar la ofrenda  del canasto lleno de comida y vino, cito textualmente,

Así pues, cuando mi madre llevaba a la iglesia de los santos gachas, pan y vino, como solía hacer en África, y fue rechazada por el portero, desde que supo que la orden era del obispo, tan piadosa y obedientemente la aceptó que yo mismo me admiraba de ver la facilidad con que se había convertido en acusadora de su propia costumbre antes que contraria a la prohibición. No residía en su espíritu el alcoholismo y el amor al vino no la llevaba a odiar la verdad, como le ocurre a muchos hombres y mujeres, quienes sienten naúseas cuando escuchan hablar de la sobriedad, como los borrachos ante un vaso de agua. Cuando ella llevaba el canasto con la viandas rituales para probar y luego ofrecer, no ponía por delante más que un vasillo de vino rebajado conforme a su sobrio paladar que probaba por educación, y si había muchas iglesias de lo santos difuntos a las que tenía que honrar de esta manera, llevaba ese mismo vasillo para ponerlo en todos los sitios y lo repartía en pequeños sorbos con los fieles presentes no sólo aguado sino incluso muy caliente, porque allí busca la piedad, no el placer. De modo que cuando se enteró que el ilustre predicador y obispo de la piedad lo había prohibido incluso a quienes lo hicieran con sobriedad, para que los borrachos no tuvieran ninguna ocasión de excederse y porque aquellas casi “parentalias” eran algo parecidísimo a la supersitición de los gentiles, se abstuvo de buen grado y en lugar del canasto lleno de frutos de la tierra aprendió a llevar a las iglesias de los mártires el corazón lleno de sentimientos más puros, para poder darle a los necesitados todo lo que pudiera y que se celebrara allí la comunión del cuerpo del Señor, por imitación de cuya pasión habían sido inmolados y coronados los mártires. Pero a mí me parece, señor Dios mío, y así está en mi corazón ante ti, que tal vez mi madre no habría sido apartada de esta costumbre fácilmente si la prohibición hubiera venido de otro a quien no hubiera amado como a Ambrosio.

 

            De modo que aquella buena gente estaba acostumbrada desde toda la vida  a celebrar sus Parentalia, un rito instituido según Ovidio por el propio Eneas[4], que fue el primero que lo practicó en los funerales de Anquises, aunque sobre esto hay diferencias dado que Ausonio atribuye su creación al rey Numa[5]. Sea como fuere su origen, las fiestas iban del 13 al 21 de febrero y en ellas la gente visitaba los sepulcros haciendo ofrendas de vino y de habas, garbanzas y altramuces[6]. Se llegó incluso a crear un término exclusivo para este rito festivo, el verbo parentare, cuyo significado era “honrar a los difuntos”. Y por supuesto que la fiesta se celebraba por todo lo alto, de modo que no era un asunto menor, como lo demuestra el hecho de que las Parentalia estuvieran incluidas en las Feriae Publicae y que el propio Tertuliano no tuviera más remedio que arremeter contra los enormes festines organizados en los sepulcros, suponiendo que los muertos sienten algo y a pesar de que decían no creer en la vida después de la muerte y reírse de esa creencia[7]. A este respecto, la celebración general de todos los mártires fue instituida por el Papa Bonifacio IV al consagrar el Panteón Romano. Este es el comienzo de la Fiesta de todos los Santos en la Iglesia católica. Más tarde, Gregorio III (siglo VIII) transfirió la Fiesta de finales de febrero al 1º de noviembre y la institución de la Fiesta de los Difuntos se debe a san Odilón, quinto abad de Cluny, en el año 998, con que cerramos el anillo que en cierta manera teníamos abierto con la evocación de la abadía del furibundo Jorge.

 

            Volviendo al incidente de santa Mónica, recordemos que el propio Agustín confiesa que se extraña mucho de que su madre no protestara ante la prohibición, es decir, que él esperaba que no aceptara la orden del obispo, como seguramente hacían muchos fieles cuando se les vetaba una forma de entender el culto que venían ingenuamente practicando toda la vida. En los sacrificios paganos después de reservar para la divinidad las entrañas y determinadas partes de la carne de la víctima, el resto era consumido por los asistentes que incluso se llevaban porciones a casa. En cuanto al vino, era común ofrecerlo en las libaciones, sobre todo derramándolo sobre las tumbas. De ese vino también bebía el oferente (Guillén, Urbs Roma, vol. III pág. 133). También se ofrecían alimentos a los dioses tanto en unos banquetes donde se reservan unos sitios para ellos (los lectisternia), como poniendo la comida directamente en mesas para ese fin dentro de los templos (pulvinaria, op.cit.pág. 109).

            Sigamos con san Agustín. En la epístola 29, del año 395, a Alipio, obispo de Tagaste, comenta con su destinatario los tumultos que se produjeron en las comunidades de África cuando se prohibió cierta ceremonia denominada Laetitia, bajo la que los fieles encubren, dice, la ingesta masiva de vino:

 

cum post profectionem tuam nobis nuntiatum esset tumultuari homines, et dicere se ferre non posse ut illa sollemnitas prohiberetur, quam Laetitiam nominantes, vinolentiae nomen frustra conantur abscondere[8].

“A tu marcha me entero de que los hombres se han rebelado y dice que no pueden permitir que se les prohiba una fiesta en la que bajo el nombre de Alegría esconden la borrachera.”

 

No es extraño, en este sentido, que el canon 42, XLII del Concilio Cartaginés del 419, vetando la participación en los banquetes de los templos tanto al pueblo en general como (y esto es lo sorprendente) a los propios sacerdotes,

 

nulli episcopi vel clerici in ecclesia conviventur... Populi etiam ab huiusmodi conviviis, quantum fieri potest, prohibeantur,

 

que ningún obispo ni clérico celebre banquetes en la iglesia y que también se le impida a la gente en la medida de los posible.

 

haya sido redactado a instancias del obispo de Hipona. Pero, ¿cómo era posible que estuviera pasando eso? ¿Realmente incluso los obispos y sacerdotes tomaban parte en los banquetes rituales de aquellas fiestas en memoria de los parientes muertos? La respuesta es sin ninguna duda afirmativa porque la iglesia contemporizaba con sus fieles en muchos sitios donde el culto a los difuntos estaba tanto más enraizado cuanto más reciente era el agua de su bautismo. De nuevo Agustín nos da noticia exacta de la situación en esa misma carta a Alipio:

 

            Verumtamen ne illi, qui ante nos tam manifesta imperitae multitudinis crimina vel permiseunt vel prohibere unon ausisunt, aliqua a nobis affici contumelia viderentur, exposui eis qua necessitate ista in Eclessia uiderentur exorta, scilicet post persecutiones tam multas tamque uehementes cum facta pace turbae gentilium in christianum nomen uenire cupientes hoc impedirentur, quod dies festos cum idolis suis solerent in abundantia epularum et ebrietate consumere nec facile ab his perniciosissimis sed tamen uetustissimis uoluptatibus se possent abstinere, uisum fuisse maioribus nostris, ut huic infirmitatis parti interim parceretur diesque festos post eos, quos relinquebant, alios in honorem sanctorum martyrum uel non simili sacrilegio quamuis simili luxu celebrarent; iam Christi nomine conligatis et tantae auctoritatis iugo subditis salutaria sobrietatis praecepta traderentur, quibus iam propter praecipientis honorem ac timorem resistere non ualerent[9].

 

 

Cuando se hizo la paz, las multitudes de gentiles en su deseo de hacerse cristianos fueron impedidas de esto porque solían celebrar días de fiesta a sus ídolos en medio de la abundancia de comilonas y de borracheras y no podían privarse fácilmente estos placeres tan perniciosos pero a la vez tan antiguos, nuestros antecesores decidieron disculpar un parte de la enfermedad y que en vez de estos días de fiesta que dejaban atrás, celebran otros en honor de los santos mártires no con el mismo sacrilegio pero sí con el mismo derroche. Una vez atados al nombre de Cristo y bajo el yugo de tanto poder, recibirán lo salvadores consejos de la sobriedad a los cuales, por respeto y temor a quien los dicta, no se podrán resistir.

 

            Como acabamos de ver, frente a la actitud más intransigente de Ambrosio, Agustín considera justificado que los anteriores obispos fueran partidarios de cierta flexibilidad y tolerancia con una gente que acababa de aceptar la fe de Cristo, y que por esa razón se le permitiera celebrar los días dedicados a los mártires con un jolgorio similar al producido en el culto de sus antiguos ídolos. De la misma opinión fue Gregorio el Taumaturgo (según transmite su biógrafo, Gregorio de Nisa), al permitir que los fieles se divirtieran en las fiestas en honor de los santos mártires:

 

            “Como un experto conductor los unció firmemente al reino del conocimiento divino y consiguió que se regocijaran bajo el yugo de la fe. Al ver que la ingenua e inexperta multitud persistía en los placeres del cuerpo engañada por sus ídolos, quiso otorgarle un precepto especial para guiarla. Gracias a la celebración de la memoria de los santos ellos podrían empezar a mirar a Dios en lugar de venerar a sus ídolos. Sin duda con el paso del tiempo se volverían espontáneamente más honorables, y los placeres del cuerpo se encaminarían a una forma más espiritual del gozo[10]

 

            En otras palabras, que la fiesta iba a continuar, pero ahora se celebraría el aniversario del santo en vez del ritual a los dioses. En palabras de Arnold H.M. Jones, “Santos y mártires sustituyeron a los dioses y héroes del paganismo, sus iglesias reemplazaron a sus templos, sus commemoraciones ocuparon el lugar de las antiguas fiestas”[11]. Y ciertamente en esta idea los mártires tuvieron una importancia capital porque sus reliquias sirvieron para reutilizar los materiales paganos, es decir, la purificación del antiguo templo tenía lugar cuando se introducía la reliquia en la iglesia y sobre ella se construía el altar. Recuérdese en el suceso del ladrón tenido por santo, el interés que tenía Martín de Tours en averiguar si el altar levantado y venerado era verdaderamente de un mártir e igualmente el valor medicinal y curativo que desde bien temprano le atribuye a las reliquias la literatura cristiana. Siguiendo con Gregorio Taumaturgo, concluyamos que su actitud fue sin duda la de un hombre inteligente y que interpretó bien la costumbre para mantener a los fieles en el seno de la iglesia.

            En este mismo sentido, el Papa Gregorio I escribe al abad franco Melito sobre los nuevos cristianos de Britania y le da instrucciones concretas para su gobierno. Este Papa es Gregorio Magno (540-604), cuyos mayores logros fueron la buena administración del ya considerable patrimonio de la Iglesia, la conversión de los Anglos (Beda cuenta la anécdota de que un día al ver unos rubios esclavos anglos en el mercado de Roma, dijo non angli sed angeli sunt) y la creación de la música sacra, el canto que en su honor se llama “gregoriano”. Era de una noble familia con ascendencia hispana, los Anici o familia Anicia. Y fue contemporáneo de Recaredo y de la reina Brunegilda.

La carta es de sumo interés por todos los detalles que ofrece para conocer el primitivo culto cristiano y las dificultades con que se encontró.

 

Le escribe al abad franco Melito que cuando se encuentre con el obispo Agustín, distinto al obispo de Hipona, enviado a convertir a los anglos, le diga que no deben destruirse los templos de los ídolos en esa nación, sino que lo que hay que destruir son los ídolos. Hágase agua bendita, rocíese en esos mismos templos, constrúyanse altares y pónganse reliquias, porque si esos templos están bien construidos es necesario que se conviertan del culto a los demonios a la obediencia de la verdad de Dios, para que esa nación al ver que no se destruyen sus templos abandone el error de su corazón y conociendo y venerando al verdadero Dios, acuda a los lugares que tiene por costumbre. Y respecto a la costumbre de sacrificar muchos toros a sus dioses, debe cambiar esta celebración de modo que el día de la consagración o en los natalicios de los santos mártires, cuyas reliquias están allí guardadas, que construyan tabernáculos alrededor de esas iglesias que proceden de los antiguos templos y celebren la solemnidad en piadosos banquetes y no inmolen animales al diablo sino a la alabanza de Dios, que den gracias a quien les otorga su saciedad para que mientras se alegran por fuera puedan consentir mejor el gozo interior.

 

 

 

¿Qué conclusiones podemos sacar de toda esta reflexión?

1º Que la prohibición de la fiesta y de la alegría en el culto fue la primera intención de los cristianos.

2º Que no pudieron llevarla a la práctica porque significaba renunciar a una parte muy importante de los actuales y futuros fieles.

3º Que el vínculo entre la antigua y nueva religiosidad para la gran multitud de futuros cristianos eran los mártires.

4º Que de los mártires, lo primordial era exaltar la capital importancia de sus reliquias, tanto para el nuevo uso de los antiguos espacios de culto como para fundar otros nuevos, estableciendo altares en torno a estas reliquias, que ostentaron un valor taumatúrgico y curativo que era básico como principal exponente del poder del Dios cristiano, que opera a través de lo representantes de la salvífica potencia, los mártires.

5º Que la prohibición radical de las fiestas y de las comidas no era prudente. Antes al contrario, la moderación e incluso la tolerancia de esas ancestrales costumbres permitiría la transición de las gentes a la nueva fe.

6º Por último, es dentro de este contexto de tolerancia con las costumbres festivas de los nuevos fieles donde debe ser interpretada la actitud de Paulino de Nola, en ejemplo arquetípico para la religiosad cristiana en Italia, pero seguramente extensible en todo el imperio.

 

            Y ya termino. Si bien hoy día se ha encauzado la fiesta religiosa en un sano camino, hacia la celebración de Dios, la Virgen y los santos, mártires o no, el viejo Dioniso (como Vargas Llosa reconoce en Lituma en los Andes) no abandona a sus fieles tan fácilmente y vemos cómo la postura más flexible de Paulino, de los dos Gregorios, el Taumaturgo y el Papa, es la que se ha consolidado finalmente, dado que la fiesta sigue y el vino corre con abundancia en los chamizos de antaño que, por más que hayan cambiado su apariencia, vienen a servir para lo mismo. Si, como deseaban y esperaban tanto Gregorio el Taumaturgo como Paulino, las copas se han espaciado y la fe ha penetrado más profundamente en los corazones, no nos toca a nosotros averiguarlo. Gracias.


 

[1] Agustín, Confesiones VI 2.

Puches ‘gachas’, 1495. Del lat. pultes, plural de puls pultis, íd. Deriv. Puchero, 1495, lat. pultarius íd., propte. ‘olla para puches’, puchera, h. 1250; pucherazo.

[2] Ambrosio De Helia et ieiunio 17, 62.

[3] Ambrosio, De Helia et ieiuno 12, 41, nam sicut mater fidei continentia ita perfidiae mater ebrietas est. in quod facinus non ista praecipitat? sedent in foribus tabernarum homines tunicam non habentes nec sumptum sequentis diei. de imperatoribus et potestatibus iudicant, immo regnare sibi uidentur et exercitibus imperare....

[4] Ovidio, Fastos II 533 ss. y Virgilio Eneida V 89 ss.

[5] Ausonio, Parentalia, praef..

[6] Plinio, Historia Natural XVIII, 12, 117-119 recoge, entre otros, la idea de que las habas están prohibidas en la dieta porque en ellas están contenidas las almas de los muertos, dicen los pitagóricos, por cuya causa se emplean para honrar a los muertos (parentando). También sobre las habas en el culto a los difuntos habla Festo Epitoma operis de uerborum significatu, sub voce faba: Refriva faba dicitur, ut ait Cincius quoque, quae ad sacrificium referri solet domum ex segete auspici causa; quasi revocant fruges, ut domum datantes tevirtico ad rem divinam faciendam. Aelius dubitat, an ea sit, quae prolata in segetem domum referatur, an quae refrigatur, quod est torreatur. Sed opinionem Cinci adiuvat, quod in sacrificis publicis, cum puls fabata dis datur, nominatur refriva.

El mismo carácter funerario tenían los altramuces y garbanzos, cf. Calpurnio Sículo eclg III 84ss.: aurea sed forsan mendax tibi munera iactat, qui metere occidua ferales nocte lupinos dicitur et cocto pensare legumine panem. Vide también Plutarco, Aetia Romana 95.

[7] Tertuliano, de resurr. mort. 1, 2 Sed uulgus inridet, existimans nihil superesse post mortem, et tamen defunctis parentat, et quidem inpensissimo officio pro moribus eorum, pro temporibus esculentorum, ut, quos negant sentire quidquam, etiam desiderare praesumant.

[8] Aug. Epist. XXIX ad Alypium 2.

[9] Agustín epist 29 9.

[10] Gregorio de Nisa, Vida de Gregorio el Taumaturgo, (J.P. Migne, Patr. Graeca XLVI cols. 954-955).

[11] “Il tramonto del mondo antico”, Laterza, 1972, pág. 486 (Tomado de Ruggiero, Paolino di Nola, pág. 180).