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Bendición de la edad

Un mensaje pastoral sobre el envejecimiento
en la comunidad de fe


Introducción

Hay un tiempo para cada cosa, y un momento para hacerla bajo el cielo. (Ecle 3:1)

La entrada en la tercera edad ha de considerarse como un privilegio; y no sólo porque no todos tienen la suerte de alcanzar esta meta, sino también y sobre todo porque éste es el período de las posibilidades concretas de volver a considerar mejor el pasado, de conocer y vivir más profundamente el misterio pascual, de convertirse en ejemplo en la Iglesia para todo el pueblo de Dios.1
(Su Santidad Juan Pablo II)


Estamos encarando una situación sin precedentes en los Estados Unidos. Al inicio del siglo XX, una de cada veinticinco personas en Estados Unidos tenía 65 años o más. Hoy, uno de cada ocho –un total de 33.2 millones de estadounidenses– tiene por lo menos 65 años. Una persona que alcanza los 65 años puede vivir unos diecisiete años más; y muchos viven mucho más allá de ese promedio.2

Tanto la sociedad como la Iglesia apenas empiezan a esforzarse por resolver las implicaciones de la situación social, económica y espiritual del rápido crecimiento de este grupo humano. Bajo el tema "Una sociedad para todas las edades", las Naciones Unidas ha designado el año de 1999 como el "Año Internacional de las Personas de Edad". El Vaticano, en su propia contribución al Año Internacional, urge a los católicos que hagan un compromiso nuevo, no sólo de cuidar a las personas de edad, sino también a aprender de ellas.3 Y recientemente, el Papa Juan Pablo II ha ofrecido su reflexión personal sobre el envejecimiento.4

Inspirados por este desafío, nosotros, los obispos católicos de Estados Unidos, ofrecemos esta reflexión sobre el envejecimiento en la comunidad de fe.

Lo hacemos con una gratitud profunda por las muchas maneras en que los católicos de edad, devotos y generosos, han construido –y aún construyen– la Iglesia.

Escribimos como aprendices que, junto a otras personas de edad, exploran el período que algunos han llamado la "tercera edad".5 Aprendemos de los muchos legados culturales de nuestra gente de edad. Sus variadas costumbres, tradiciones y contribuciones enriquecen enormemente a la Iglesia.

Escribimos como pastores que aprecian a la persona en todos sus aspectos, con sus dones y talentos, y sus límites y vulnerabilidad. Nos mantenemos firmes en la oposición a la eutanasia, al suicidio asistido y a todo lo que amenace la dignidad y el carácter sacrosanto de la vida humana.

En esta declaración nos dirigimos a toda la comunidad de fe, pero dirigimos una palabra especial a (1) las personas de edad, (2) a las personas que las cuidan, (3) a la comunidad parroquial: párrocos, personal, voluntarios, y a todos los fieles, y (4) a los jóvenes adultos.

Nuestro propósito

Todos nosotros estamos creciendo en edad, no solamente como individuos sino como miembros de una comunidad de fe. El crecimiento espiritual de las personas de edad es afectado por la comunidad y afecta a la comunidad. El hecho de entrar en la edad avanzada exige la atención de toda la Iglesia. La manera en que la comunidad de fe se relacione con las personas de edad que forman parte de su comunidad –reconociendo su presencia, motivando sus contribuciones, respondiendo a sus necesidades, y proveyendo oportunidades apropiadas para su crecimiento espiritual– es un signo de la salud y madurez espiritual de la comunidad.

Lo saciaré de días numerosos...(Sal 91:16)

Expertos en cuestiones de envejecimiento hablan con frecuencia de tres fases de la edad avanzada, que corresponden a las edades (1) 65-74, (2) 75-84, y (3) 85 años y más. Para el 2030, cerca de setenta millones de estadounidenses, el 20 por ciento de la población, serán mayores de 65 años. El número de personas de edad en algunas poblaciones étnicas se incrementará en un promedio más alto. Muchas personas de edad exclaman, "Nunca espero vivir tanto tiempo".

Nuestra sociedad está envejeciendo. No obstante, la sociedad aún valora la juventud más que la edad, el hacer más que el ser, el individualismo por sobre el bien común, la independencia más que la interdependencia. Los estereotipos sobre el envejecimiento persisten aún, a pesar del creciente número de personas de edad saludables y activas en nuestras parroquias. Es muy significativo que tres de cada cuatro personas entre las edades de 65 a 74 años y dos en tres de esos que tienen 75 años o más dicen que su salud es buena o excelente. Aunque las personas de edad varían en sus habilidades, salud y bienestar emocional, no es cierto que el envejecimiento es un período de declinación inexorable y de aislamiento de la sociedad como se percibe generalmente.

La situación actual no tiene precedente. El alto número de personas mayores así como su vitalidad, su longevidad y su propio deseo de contribuir algo a la Iglesia y a la sociedad, nos impela a desarrollar nuevas respuestas pastorales. Las respuestas anteriores que veían a las personas de edad solamente como recipientes de servicios, no son adecuadas.

Ahora nos dirigimos a grupos específicos de la comunidad de fe.


Las personas de edad

El justo crecerá como una palmera, se alzará como cedro del Líbano. Plantados en la casa del Señor, en medio de sus patios darán flores. Aún en la vejez tendrán sus frutos, pues aún están verdes y dan brotes, para anunciar cuán justo es el Señor, que en mi roca no existe la maldad. (Sal 92:13-16)

Con afecto y respeto, nosotros los obispos –algunos de los que también somos de edad– nos dirigimos a ustedes que han entrado en la edad avanzada. Los invitamos a que reflexionen sobre quiénes son y cómo se relacionan con Dios y con los demás en esta etapa de su vida.

La declaración pastoral de los obispos católicos de Estados Unidos: Llamados y Dotados para el Tercer Milenio, emitida en 1995, presenta la vida espiritual en términos de cuatro llamadas específicas: a la santidad, a la comunidad, al servicio y a la madurez cristiana. Aquí nos enfocamos en cómo las personas mayores podrán experimentar y responder a estas llamadas, especialmente a la llamada a la santidad, que abarca a todas las otras y las dirige a la sabiduría.6 Esta sabiduría es una señal de madurez cristiana. Al hacer esto, nos basamos en nuestras propias experiencias pastorales así como en las reflexiones y visiones que personas de edad han compartido con nosotros.

El llamado a la santidad

Mientras todos somos llamados a la santidad, a "una unión más íntima con Cristo",7 los asuntos espirituales asumen con frecuencia una mayor importancia para las personas de edad. Muchos de ustedes tienen ahora el tiempo y el espacio para reflexionar más profundamente y actuar con una visión y fundamento moral más amplio. Para más y más personas mayores, la misa diaria es el centro de su vida espiritual y el punto de partida para ganar la compañía de muchos compañeros. Algunos son llamados a un tipo de oración conocida como oración contemplativa, en la cual las palabras dan paso a escuchar a Dios atenta y serenamente. El deterioro de los sentidos que puede ocurrir en la edad avanzada, y que con frecuencia se ve como algo sólo negativo, de hecho puede algunas veces fomentar la contemplación. Muchas personas de edad experimentan un renovado entusiasmo por aprender y buscan integrarse a grupos de estudio bíblico, a comunidades de base o a programas para formación en la fe del adulto.

Al envejecimiento también puede implicar una "crisis de sentido". En la edad avanzada uno comienza a pensar en que si la vida de uno ha marcado alguna diferencia en la vida de alguien, –si ésta tiene sentido. Tal vez tengan reminiscencias o entren en una etapa de revisión de la vida. Recordarán los sucesos del pasado y las relaciones en su vida, reconociendo lo que es bueno y constructivo, y dejando a un lado los errores y las fallas. Dado que ustedes no pueden cambiar los sucesos del pasado, pueden pedirle a Dios que les ayude a cambiar sus actitudes y la percepción de ellos. Algunas de las fallas del pasado, ahora serán vistas como hechos de los cuales aprendieron. Posiblemente el lidiar con personas difíciles les ha enseñado a tener paciencia y a respetar los diferentes puntos de vista.

Revisar el pasado puede llevarlos a la acción en el presente. Descubrirán una necesidad de reconciliación: de buscar el perdón y extenderlo a otros. Los primeros en necesitar el perdón, son ustedes mismos. Descubrirán también que Dios tiene una nueva tarea para ustedes. Un talento esperando ser desarrollado, o una cualidad demasiado valiosa "para ser jubilada", pueden llevarlos a realizar actividades creativas y fructíferas.

Desafortunadamente, los cambios más grandes en la vida de edad avanzada a menudo incluyen pérdidas: del cónyuge o de un hijo adulto; de amigos, la casa, la salud, o la identidad profesional; y, finalmente, la propia vida. Ese despojo de tantas cosas tan queridas, es un proceso doloroso, que inclusive parece ser inexorable, especialmente en los años avanzados. Sin embargo, esto puede ser una preparación natural para la muerte –el último despojo de las cosas externas– y la vida eterna en el cielo.

Encarar la propia mortalidad significa reconocer que la muerte es parte de la vida. Cada una de las demás fases de la vida –niñez, adolescencia, juventud y madurez– se han vivido con la expectativa de la siguiente fase. La siguiente fase después de la vejez, no importa lo larga y rica que sea, es la vida eterna. Las personas de edad desarrollan un aprecio más profundo "porque la vida de los fieles [del Señor] cambia, no termina".8 La vejez es un tiempo en el que uno aprende a aceptar el último cambio en la vida, llamado muerte. Es la entrada a la unión plena con Dios y reunión con los seres queridos. Desde ese portal, Cristo los llama a unir sus sufrimiento y muerte a los de Él, de tal manera que estos aspectos sean redentores. Tienen un propósito. Como dice San Pablo, "Así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para bien de su cuerpo, que es la Iglesia". (Col 1:24)

Aunque que la muerte es la última pérdida, también queremos decir una palabra sobre dos pérdidas particulares en la edad avanzada.

Primero, es probable que ustedes estén preocupados por la declinación y la pérdida eventual de su salud. Tienen miedo de llegar a depender de otros, tal vez de convertirse en una carga. Podrían preocuparse por no poder comunicar sus deseos sobre asuntos importantes tales como los sistemas de apoyo. Indicaciones hechas temprano ayudarán a sus seres queridos a conocer sus deseos. Es posible también que estén preocupados por la posibilidad de perder su casa o de no tener los medios económicos para sostenerse durante una enfermedad crónica o en caso de incapacidad. Para algunos, estos sentimientos se convierten en algo sumamente abrumador hasta el punto que piden a otras personas que terminen con sus vidas.

Estas son preocupaciones serias en las que ustedes, los miembros de sus familias y amigos, y su comunidad de fe, deben trabajar seriamente para impedir que sucedan. Sobre este punto, sin embargo, queremos decirles esto: no hay nada malo con ser dependientes de otros; la interdependencia, no la dependencia, es un valor auténticamente evangélico. Desde el nacimiento hasta la muerte, nadie es verdaderamente independiente. Todos necesitamos de todos, unas veces más que otras. No tengan miedo de pedir o aceptar ayuda. Su dependencia puede ser una ocasión de gracia tanto para ustedes como para otros.

En segundo lugar, nos dirigimos a las personas que han enviudado:

Sufrimos con ustedes la pérdida de sus cónyuges. Incluso en medio de la familia y de los amigos, sienten un vacío que nunca se llenará plenamente. Se pueden enfrentar a emociones conflictivas que hasta incluyen la cólera hacia el ser amado que se ha perdido, hacia uno mismo o hacia Dios. Entendemos que el primer año es especialmente difícil, dado que los cumpleaños y aniversarios traen a la mente memorias agridulces. Gradualmente los días buenos serán más que los malos, pero este proceso de sanación toma tiempo y paciencia. Aunque la interacción social puede ser difícil, les urgimos a que permanezcan en contacto con su comunidad de fe. Muchas parroquias ofrecen grupos para los que están de duelo y otros grupos de apoyo para quienes han enviudado.

Muchos de ustedes nos han dicho que sobreponerse a su propio dolor es la cosa más difícil que han hecho. Hablan de darse cuenta de que si su propia vida continúa, Dios debe tener un plan y un propósito para ustedes. Ustedes sacan fuerza y rumbo de la oración, la Escritura y los sacramentos. Muchos encuentran un sentido renovado al acercarse a otras personas, especialmente a aquellos que han sufrido pérdidas similares. Tal vez estas palabras de uno de los Padres de la Iglesia los conforten:

Aquellos que amamos y perdimos, ya no están donde estaban antes.
Ahora están dondequiera que estamos nosotros.

–San Juan Crisóstomo

Creciendo en sabiduría

Crecer en santidad significa lidiar con las pérdidas inevitables de la vida. Dicho de modo más positivo: el crecimiento en la santidad conduce a la sabiduría. Aunque muchas culturas guardan reverencia por la sabiduría de las personas de edad, la sabiduría no viene automáticamente con la edad. Las experiencias de toda una vida han sembrado las semillas, pero éstas deben cultivarse por la oración y reflexión sobre esas experiencias a la luz del Evangelio. Con la gracia de Dios, al ir madurando, uno alcanza la sabiduría: nos damos cuenta de que venimos de Dios y hacia Él vamos. O como dijo San Agustín, "Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón no descansará hasta que descanse en ti".

La persona de saber siempre está en crecimiento, siempre aprendiendo. La gente con sabiduría está siempre conectando el pasado con el futuro. Las personas de edad comparten sus historietas, y al hacerlo, transmiten a las generaciones futuras lo que han aprendido, por medio de las palabras y el ejemplo. Su sabiduría no muere con ellos, sino que guía y enriquece a las generaciones por venir.

El llamado a la comunidad

Las personas se santifican en comunidad. Para la mayoría de la gente, incluyendo las personas de edad, la comunidad primaria es la familia.

Ustedes se regocijan en unión con su círculo familiar: hijas e hijos, yernos y nueras, nietos, bisnietos y sobrinos. Transmiten a su familia la herencia cultural mediante los cuentos, celebraciones y rituales. Se preocupan por el divorcio de un hijo o por el contacto de uno de sus nietos con la violencia y los estupefacientes. Algunos de ustedes se encuentran en situaciones inesperadas, tales como cuidando a un miembro familiar de edad; y al otro lado del círculo de la vida, en la espera de un nieto. Con frecuencia sóis un punto de estabilidad en medio del cambio, un ejemplo de firmeza en la fe, profundizada por las alegrías y dolores de cabeza de la vida familiar. Para muchos, estas son experiencias profundas del amor y cuidado de Dios.

Algunos de ustedes viven la alegría especial de ser abuelos. Liberados de las responsabilidades de ser padres día a día, ustedes dan a las familias jóvenes el regalo de una atención con tiempo y sin prisas. Con la experiencia de los años pueden seguir motivando a sus hijos para que desarrollen nuevas destrezas o talentos, y a tomar decisiones importantes en su vida. Como lo señaló el Papa Juan Pablo II, ustedes pueden "romper las barreras entre las generaciones antes de que se consoliden".9

Algunos de ustedes están aislados de los miembros de su familia. Puede que uno de ustedes sea de los últimos miembros del árbol genealógico de la familia. Es posible que los hijos adultos se hayan mudado de casa. Tal vez ustedes se han rehubicado. Es posible que sus hermanos hayan fallecido. Después de muchos años de actividad familiar normal, pueden sentirte solos, incluso abandonados por aquellos a quienes más aman.

Muchas personas de edad regresan a las parroquias y a los grupos de base para encontrar la comunidad que necesitan. Como familia de familias, la parroquia conecta a las personas de edad con los demás y con otras generaciones. La parroquia provee alimento espiritual y sacramental así como oportunidades sociales y de servicio. Incluso aquí, sin embargo, algunas personas de edad podrían sentirse aisladas o excluidas. Si están limitados a estar en casa o en un centro de asistencia, los equipos parroquiales de visitas domiciliarias pueden mantenerlos conectados con la comunidad de fe. El personal y las personas que residen en tales centros, podrían convertirse en sus nuevas comunidades.

Algunos de sus compañeros se pueden sentir aislados por la falta de transporte para participar en las actividades parroquiales. Tal vez alguien que conocen, sólo necesita una invitación personal, una reafirmación de que él o ella es necesario en la parroquia. Especialmente durante los tiempos de transición la gente necesita el apoyo de una comunidad que se interese por ellos, ya que podrían sentirse cohibidos para buscarla ellos mismos.

Si han recibido el regalo de una comunidad así, les pedimos que lo compartan con otras personas de edad. Por ejemplo, invítenlas a la misa dominical y si es posible, ofrézcanles transporte. Ofrézcanse para presentarlas en la siguiente reunión del grupo de tercera edad de la parroquia. Invítenlas a que ayuden a preparar sándwichs para uno de los comedores públicos del área. Busquen a otras personas, e incorpórenlas a una comunidad solícita.

Finalmente, la comunidad de fe puede ser suelo fértil en el cual florezcan amistades que den vida. Aquí se encuentran con mucha frecuencia hombres y mujeres que comparten sus valores y experiencias –gente que entiende las pérdidas y los temores especiales de las personas de edad, pero cuya fe los fortalece y los motiva a seguir adelante. Esas amistades, a menudo inesperadas, pueden alivianar las preocupaciones y multiplicar las alegrías de la vida de edad.

El llamado al servicio

Los hijos se han marchado del hogar y ustedes han celebrado su jubilación. Dado que la mayoría de los que trabajan se jubilan a la edad de 65 años, un jubilado puede esperar vivir quince o más años para ofrecerse como voluntario y participar en otras actividades.10 ¿Qué van a hacer ahora?

Pueden tener la tentación de ensimismarse, de enfocarse solamente en buscar y perseguir pasatiempos y actividades de placer como frutos muy merecidos de su trabajo. Pero también tienen la oportunidad de devolver algo de lo que recibieron, de hacer una contribución grande a su propia Iglesia y comunidad, y al hacerlo, enriquecerán su vida. Nosotros, los obispos, subrayamos esta declaración: las personas de edad tienen una responsabilidad, de acuerdo con su salud, habilidades y otras obligaciones, de asumir alguna forma de servicio a los demás.

Ustedes ya han dado un servicio generoso a los miembros de su familia y a otras personas. Ahora pueden continuar, y tal vez extender, el servicio para ayudar a responder a necesidades urgentes en la sociedad y en la Iglesia. Las posibilidades abundan, desde cosas sencillas como llevar algún vecino a ver al doctor, hasta servicios voluntarios más extensos en escuelas, museos, centros de salud, albergues comunitarios y distribución de alimentos. Su parroquia también tiene necesidades y los necesita para servir en el consejo parroquial de finanzas, para dirigir los grupos de estudio de la Biblia, para enseñar a los jóvenes, para visitar a miembros de la parroquia que viven en centros de cuidados para la salud y para consolar a los que están de duelo. También pueden invitar a los miembros jóvenes de su familia y de du parroquia a considerar la vocación al ministerio como sacerdotes, religiosas o ministros laicos. En algunos grupos étnicos, las personas de edad juegan un papel importante en la motivación de los jóvenes para que entren a este servicio. Como lo expresa el Papa Juan Pablo II en su Carta a los Ancianos: "La Iglesia aún os necesita.... ¡El servicio al Evangelio no es una cuestión de edad!" (nos. 13, 7)

Incluso si se sienten débiles o están confinados a su hogar, su servicio a los demás puede continuar. Ahora tendrán el tiempo de admirar el dibujo de un niño o alabar una tarjeta de calificaciones escolares. Estarán disponibles para hablar más honestamente con los miembros de la familia o con amistades que estén pasando por situaciones delicadas. Podrían sentir el llamado a orar por las necesidades de su parroquia. O podrían rezar por sucesos que aparecen en los periódicos o que escuchan en las noticias. En última instancia, el ejemplo de la firmeza de su fe en medio del sufrimiento puede ser un regalo duradero para la familia y los amigos. ¿Qué persona joven, habiendo sido testigo de un padre, madre, abuelo o abuela que llega a su etapa final lleno de gracia, puede no ser atraído por la misma fe?

Los motivamos, y a todos nosotros también, a encontrar formas innovadoras en las cuales se puedan utilizar los dones y experiencia de las personas de edad. En lo que la Iglesia y la sociedad luchan con cuestiones morales difíciles (tales como los asuntos para finalizar la propia vida) y las preocupaciones de la vida política (tales como el cuidado de salud y seguro social), las voces de los católicos de edad que han estudiado y reflexionado en estas cuestiones necesitan ser escuchadas. Ustedes son sus mejores intercesores. El envío de cartas a los medios de comunicación social y a las autoridades electas, la expresión de su opinión en los foros comunitarios y el desarrollo de las bases para organizaciones de personas de la tercera edad, son algunas maneras en las cuales las personas de edad pueden marcar la diferencia.

También motivamos a que se incrementen las oportunidades para actividades intergeneracionales. Sirviendo de mentores a una persona joven es un buen ejemplo; y también en proyectos que combinan los talentos de varias generaciones. Como obispos, les advertimos que estamos en contra de una sociedad y una Iglesia que, inconscientemente, pone a los jóvenes en contra de los viejos. No creemos que los recursos sean tan limitados que los avances de un grupo sólo puedan hacerse a costa del otro grupo. Las actividades intergeneracionales pueden promover el aprecio de los dones de cada generación y disminuir la falta de entendimiento y conflicto entre las generaciones.


A los que prestan cuidados

Hijo, cuida de tu padre en su vejez y, mientras viva, no le causes tristeza (Sir 3:12).

El número de personas que están cuidando a parientes que necesitan ayuda está creciendo. Una encuesta realizada en 1996 manifestó que uno de cada cuatro hogares en los Estados Unidos cuida de una persona o de un adulto de edad avanzada. La vida de las personas de edad avanzada y de quienes las cuidan están entretejidas: lo que ayuda a una ayuda a la otra. Ahora hablamos a los que prestan cuidados:

Algunos de ustedes han dedicado su vida a responder a este llamado. Les damos las gracias por realizar este servicio de amor. Con el crecimiento del número de personas de edad enfermas, acudiremos a ustedes para pedirles sus consejos en cómo cuidarlos con respeto y compasión y para ofrecerles nuestro apoyo en esa tarea.

Algunos de ustedes nunca esperaron encontrarse realizando esta función. Pueden sentir que no están preparados. También pueden sentir otras emociones: amor, preocupación, resentimiento y frustración. Esta mezcla de emociones es normal, ya que ustedes sienten las recompensas tanto como el estrés que conlleva la prestación de cuidados.

Algunos de ustedes también son personas de edad avanzada, cuidando de otra persona mayor –más comúnmente, su cónyuge. Algunos de ustedes están en situaciones muy difíciles, si su esposo o esposa está enfrentando un cáncer terminal, el mal de Alzheimer u otra enfermedad seria. Ustedes enfrentan sus propios temores e incertidumbres, sin embargo, el compromiso que se hicieron uno a otro hace cuarenta años o más permanece firme y probablemente se ha hecho más profundo. En un mundo escéptico donde los compromisos se hacen fácilmente y así de fácil se rompen, ustedes ofrecen un testimonio de fidelidad que es muy necesario y hermoso hoy día. Les damos las gracias por este testimonio y prometemos el apoyo de la Iglesia mientras ustedes continúan viviendo su compromiso.

Algunos de ustedes que son más jóvenes estarán cuidando a sus padres o a otros familiares. Cuidar a los padres puede ser especialmente doloroso: ustedes recuerdan su vitalidad anterior, y sienten un sentido de tristeza y pérdida, especialmente en la medida en que sus habilidades físicas y mentales se van deteriorando. Eventualmente ustedes necesitarán mover a sus padres a un asilo o a un lugar con las facilidades necesarias. Esta decisión puede ser difícil y a menudo produce sentimientos de culpa. En situaciones donde la salud y seguridad de los padres, o tal vez su propia salud, requieren un cambio en la manera de vida, les urgimos a que busquen ayuda inmediata con este asunto y descarten esta culpa injustificada. En vez de eso, enfóquense en mantener contacto regular con sus padres o con los parientes ancianos, por medio de visitas, llamadas telefónicas, tarjetas y cartas.

También reconocemos a aquellos que sirven a personas de edad avanzada en asilos católicos con cuidado a largo plazo, centros de asistencia como también otros tipos de residencias, hogares y cuidado comunitario. El llamado de ustedes es de santos. Algunos de ustedes son voluntarios en planteles que están bajo el patrocinio católico, y en otros que no los son, y sirven como ministros laicos, ministros de la eucaristía, suministrador de cuidados pastorales y visitantes amigos. No sólo llevan bendiciones; ustedes también son una bendición.

La Iglesia católica ofrece muchas residencias con cuidados para la salud, centros de asistencia y otros programas diurnos donde el cuidado compasivo y digno que se ofrece da testimonio de su misión. Mediante planteles que dan servicios a largo plazo, la Iglesia cuida de los más débiles y vulnerables con programas especializados tales como cuidado para Alzheimer, control de dolor y cuidado de alivio. Los hombres y mujeres que reciben esos servicios pueden también disfrutar del consuelo de su fe católica en la misa y las celebraciones sacramentales.

Sabemos que los que prestan servicios necesitan cuidado también. La responsabilidad del cuidado de las personas de edad, puede ser física y emocionalmente agotadora. Algunos de ustedes cuidan simultáneamente a niños y a familiares de edad avanzada. Muchos de ustedes tienen trabajo; algunos de ustedes han tenido que ajustar sus horarios de trabajo. Las finanzas pueden ser una preocupación seria. Algunos de ustedes que son sacerdotes y religiosos también están lidiando con estas situaciones. Ustedes tienen el derecho a esperar apoyo de:

  1. Otros miembros de la familia.
    Por razones prácticas la responsabilidad del cuidado cae primariamente en una persona, pero otros miembros de la familia deben asumir su pleno derecho de compartirlo –por ejemplo, por medio de la contribución financiera y acordando descansos periódicos para la persona que presta cuidados. Esta es una cuestión de justicia, no de caridad.

  2. Su comunidad de fe.
    La parroquia tiene la obligación de proveer apoyo espiritual y otro tipo de apoyo para quienes cuidan a las personas de edad, por ejemplo, ayudando a formar grupos de apoyo para las personas que cuidan de ellos, refiriéndolos a los recursos que hay en su comunidad, patrocinando programas de educación para adultos que traten con asuntos particulares que preocupan a las personas que cuidan a las personas de edad, o que periódicamente los reconozcan y los bendigan.
Con mucha frecuencia, sin embargo, como Iglesia y como sociedad no hemos proveído lo necesario para cubrir las necesidades de los que prestan cuidados. En la medida en que más gente provee cuidado –y más gente recibe cuidado por períodos de tiempo más largos– debemos responder a esta nueva realidad. Debemos buscar la manera de apoyar a los que prestan cuidados que también están envejeciendo, a los que están tratando de balancear sus múltiples responsabilidades, y a los que esperan proveer cuidado por un buen número de años. Recesos para esos que proporcionan cuidado es una posibilidad que merece ser explorada.


A los párrocos, equipos pastorales y a todos los fieles

El mandamiento de honrar al padre y a la madre significa que nosotros debemos, individualmente y como comunidad, apoyar, proteger y respetar a las personas de edad.11
(Obispo Anthony Pilla)

Ahora nos dirigimos a los párrocos, al equipo pastoral y a los fieles: Junto con la edad vienen nuevas experiencias, nuevas preocupaciones y nuevo cuestionamiento, que exigen nuevos tipos de cuidado pastoral. Como párrocos, equipo pastoral y voluntarios, tienen la oportunidad de anclar firmemente las experiencias del envejecimiento dentro de una comunidad de fe y de mantener a las personas de edad conectadas a la comunidad y a la comunidad conectada a ellos. Mantenemos la visión de una comunidad intergeneracional vibrante, donde gente de todas las edades y habilidades dan y reciben cuidado pastoral.

Dado que las parroquias difieren en sus necesidades particulares y recursos, ofrecemos unos cuantos principios fundamentales para el ministerio parroquial con las personas de edad.

  1. Las personas de edad son proveedoras de cuidado pastoral, no sólo recipientes.
    Nuestra primera pregunta no debe ser: "¿De qué manera puede servir la parroquia a las personas de edad?", sino: "¿De qué manera puede la parroquia recibir y abrazar plenamente los dones de las personas de edad?" Las personas de edad traen una riqueza de recursos espirituales, fe profunda, talentos, experiencia y especialmente después de la jubilación, tienen tiempo para ofrecerlos. Lejos de agotar los recursos parroquiales, las personas de edad son un recurso invaluable. Incluso aquellos que obviamente necesitan cuidado pastoral, –los confinados, los discapacitados, las personas gravemente enfermas– también pueden dar cuidado pastoral por ejemplo, rezando por sus familias, por las personas que cuidan de ellos y por los demás, compartiendo su vida de fe o incluso, mediante el sencillo, pero poderoso ministerio de su presencia. Motivando a las personas de edad a aportar su contribución especial, afirmamos su dignidad y valor dentro de la comunidad de fe.

  2. Los de edad avanzada deben ayudar a identificar sus necesidades pastorales y decidir cómo se pueden satisfacer.
    Este es el principio de la participación. ¿Quién conoce mejor que las mismas personas de edad cuáles son sus necesidades? Aun así, nosotros marginalizamos a las personas de edad cuando tomamos decisiones por ellas, más que con ellas. Esto los puede convertir en ciudadanos de segunda clase con la comunidad de fe e igualmente lamentable, pueden privar a la comunidad de su experiencia y sabiduría.

  3. Las personas de edad son tan diversas, o más, que otros grupos generacionales.
    Son hombres y mujeres; solteros (nunca fueron casados, viudos, separados o divorciados), casados, religiosos y sacerdotes; ellos son de todas las razas y grupos étnicos; tienen una amplia variedad de habilidades e intereses. Pueden diferir en edad uno de otro por veinte años o más. Desafían los estereotipos. Desafían la fe de la comunidad a que sea tan inclusiva como le sea posible en la programación parroquial, por ejemplo, recordando que los hombres de edad, menos numerosos que las mujeres de edad, pueden necesitar diferentes tipos de servicio y actividades sociales.

  4. Las personas de edad necesitan una mezcla de actividades que los conecten entre sí y con toda la comunidad de fe.
    Las personas de edad, igual que la mayoría de nosotros, necesitan un grupo de personas cercanas con el que puedan compartir experiencias similares, problemas e intereses. Los grupos de avanzada edad auspiciados por la parroquia, las clases matutinas de estudio de la Biblia, y los proyectos de servicio pueden reunir a las personas de edad para fomentar el apoyo mutuo y la amistad. Sin embargo, debemos cuidarnos de que las personas de edad no sean aisladas de la comunidad de fe. El servicio parroquial, las actividades sociales, y más importante aún, las liturgias dominicales serán más ricas cuando atraigan una mezcla de generaciones. Esto significa que las actividades sean físicamente accesibles a todos, con transportación disponible en caso de ser necesario.

  5. La salud espiritual afecta y es afectada por la salud física, emocional, mental y social de un individuo. Aunque la principal preocupación de la comunidad de fe es satisfacer las necesidades espirituales, no puede ignorar estas otras realidades.

    Una parroquia no puede satisfacer todas las necesidades de las personas de edad; sin embargo, la parroquia debe reconocer estas necesidades y estar lista para señalar a personas de edad, a sus familias y a los que les prestan cuidados dónde encontrar los recursos apropiados. Animamos a las parroquias a que se unan a los proveedores locales de servicios para personas de edad y que responden a sus necesidades. Más aun, dentro de la comunidad de fe, la Iglesia debe esforzarse en abogar por y con las personas de edad. En su predicación y prácticas, la Iglesia puede afirmar la dignidad y el valor de las personas de edad dentro de la familia humana.

    Motivamos a los párrocos a que estudien el impacto para la parroquia del creciente número de personas de edad. ¿Qué significan estos cambios demográficos en términos de las metas parroquiales a largo plazo, de la programación, del presupuesto, y del personal parroquial? Abogamos que seamos precavidos para anticipar y satisfacer las necesidades de las personas de edad conforme van apareciendo e identificar maneras de compartir tesoros de bondad, fe y sabiduría que las personas de edad pueden ofrecer para enriquecer nuestras comunidades de fe.

A los adultos jóvenes

No desprecies al hombre envejecido, que nosotros también envejeceremos (Sir 8:6).

Cada persona prepara la propia manera de vivir la vejez durante toda la vida.12

Finalmente, nos dirigimos a los adultos jóvenes: El envejecimiento puede ser un tema que está lejos de su mente. Probablemente se les haga difícil imaginarse a ustedes mismos como persona de edad. Así sucedió también con sus padres y abuelos. El envejecimiento puede traer a flote otras realidades –soledad y tristeza, debilidad, dependencia, sufrimiento y muerte– cosas que a muy pocos de nosotros nos gusta contemplar. Sabemos que algunos de ustedes ya se han presentado a esas realidades en amigos o familiares mayores. Sin embargo, esperamos que ustedes también tengan imágenes positivas sobre el envejecimiento y la vejez: la abuela de ochenta años que distribuye alimentos a los necesitados, el tío abuelo cuya rutina incluye la misa diaria y el juego semanal de golf, el vecino de edad que se sienta ante su casa y todos los días saluda a los niños que van a la escuela.

Sabemos que en este momento de su vida ustedes están ocupados con la familia, los amigos, el trabajo y otras actividades. De cualquier manera, les pedimos que, como parte de la comunidad de fe, hagan lo siguiente:

  1. Identifiquen la imagen que tienen de las personas de edad.
    Si ésta es mayormente negativa, por favor miren a su alrededor, especialmente en su propia familia y en su parroquia. ¿Ves parientes de edad que aún son parte muy importante en la vida de la familia, ya sea que estén atendiendo al recital o al juego de uno de sus nietos, aconsejando a un adulto o a un niño, u hospedando una familia en la cena de Acción de Gracias? ¿Ves miembros de edad en la parroquia que proclaman la Palabra de Dios, enseñan a los niños, o presentan el reporte financiero anual? ¿Ves a personas confinadas que diariamente ofrecen su oraciones y limitaciones? Les pedimos que vean a estas personas como un don de Dios para ustedes y para toda la comunidad de fe. Hablen con ellos, aprendan de ellos, y déjense inspirar por ellos ya que pueden enseñarles una nueva perspectiva sobre cómo envejecer.

  2. Pregúntense a sí mismos, "¿Qué tipo de persona quiero ser cuando llegue a la edad avanzada?"
    Las semillas para envejecer con éxito se siembran en la juventud media y adulta. ¿Buscas y cultivas las amistades? ¿Te esfuerzas por profundizar en tu relación con Dios mediante la oración y los sacramentos? ¿Te privas de parte de tu tiempo libre para servir a otros? Estos esfuerzos, si comienzan ahora, darán frutos cuando te vayas acercando a la vejez. Te irás convirtiendo en esa persona amable y sabia que ha aprendido a disfrutar todas las etapas de la vida como regalos valiosos del Creador.

Conclusión

El único modo de vivir bien [en la vejez] es vivirla en Dios. (Linda Zaglio, de 101 de edad)13

Al escribir esta reflexión, hemos hablado de un fenómeno que es, en muchas maneras, totalmente nuevo. Nuestro país y nuestro mundo nunca han tenido tantas personas de edad avanzada –saludables, activas y con talentos. Si no podemos prever todas las maneras en las cuales ellos cambian la sociedad y la Iglesia, podemos decir con certeza que los cambios van a suceder.

Nosotros, los obispos católicos de Estados Unidos, estamos contentos de celebrar este Año Internacional de las Personas de Edad, invitando a otras personas, a sus familias y a sus comunidades de fe para que nos ayuden a desarrollar nuevas iniciativas que motiven la participación de las personas de edad en la sociedad y en la Iglesia. Reiteramos que la vejez es un don para toda la comunidad de fe. Cuando esa comunidad refleje la contribución de todos –de las personas de edad, así como de los jóvenes– esto proclamará verdaderamente la presencia de Cristo entre nosotros.


Preguntas para reflexionar y dialogar

Las siguientes preguntas pueden utilizarse para la reflexión individual o para promover el diálogo en la junta parroquial, en el grupo de personas de edad, en los grupos que apoyan a los que prestan cuidados, o en los programas de formación de adultos.

Para las personas de edad
Para los que prestan cuidados
March 28, 2000 Copyright © by United States Catholic Conference