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Trabajo
y Sociedad |
¿Tragedia de la
política santiagueña?
Luis Alejandro Auat
Departamento
de Filosofía
Universidad
Nacional de Santiago del Estero
auat@uolsinectis.com.ar
Caracteriza
a la tragedia griega el hecho de que el protagonista se bate entre dos destinos
igualmente funestos, de manera que en cualquier opción pierde. El trayecto de
la libertad tiene la corta distancia entre el oráculo que le anunció su destino
y el cumplimiento fatal del mismo.
Uno de los observadores más
agudos de la realidad santiagueña, Bernardo Canal Feijóo, creyó intuir una
especie de destino trágico de nuestra política cuando, en 1932, cifró en estos
términos –fulanismo o anarquía- la clave de comprensión del alma santiagueña
puesta en vida civil. “En la esfera política el ‘personalismo’ es la desembocadura
natural y fortuita del alma santiagueña. Cualquier principismo la desmentiría
burdamente”. Veinte años hacía que el partido radical quería constituirse en
Santiago del Estero: en su lugar, se hablaba del ‘cacerismo’ o del ‘castrismo’.
“[...] El radicalismo destronado por el fulanismo. El principio suplantado por
el individuo” (Ñan. Revista de Santiago.
Nº 1, 1932. Pág. 55.).
Y otro tanto cabe decir de
cómo entre nosotros el Partido Justicialista no puede dejar de ser “juarismo”.
Con el agregado de una explícita legitimación del hecho mediante la
reivindicación permanente del caudillismo y hasta del paternalismo más
desembozado (“Los santiagueños tienen un Padre... ¡y una Madre!”).
“El personalismo reside en los
demás –explica Canal Feijóo-, en todos esos que fueron estrechándose de
hombros, anulándose en una totalidad mayor de planos generales para alzar o
hacer posible la pirámide en que uno, vértice, culminaría”. Un desentendimiento
absoluto, un descansar en el lomo del otro las responsabilidades propias. “Un
pueblo en esta unanimidad de íntima prescindencia, toleraría cualquier forma de
gobierno”. Porque la historia nos asigna la republicana y representativa,
caemos en el personalismo como “contracara de la incoercible anarquía”. Pero el
personalismo “es en el fondo una manera salvaje de resistirse a lo orgánico, al
‘principio’ civilizador de la forma política, acatándolo en apariencia” (Ñan Nº 1, pág. 59).
De la otra raíz de nuestra
cultura, la bíblico-semita, nos viene el sentido dramático de la historia: el
tiempo no es la eterna repetición de lo mismo sino que tiene la dirección que
le imprimen nuestras opciones, conscientes o no, en cada momento crucial. En el
drama, vivimos situaciones límites, pero hay salida. La historia dramática, en
medio de las dificultades, está abierta a la novedad. Y sobre todo, es obra de
la libertad.
La conducta del santiagueño no
es fruto de un destino pre-establecido. “La larga adversidad ha hecho de él un
descreído del mundo”, afirma el mismo Canal Feijóo. Su descreimiento tiene
razones históricas, no fatales.
Desconocer la historicidad del
sujeto es el error cometido tanto por los tradicionalismos repetitivos como por
los progresismos iluministas. Los primeros sostienen la pervivencia atemporal
de formas culturales supuestamente portadoras de la “esencia” de nuestro
pueblo. Y es en este sentido que se reivindica hoy al caudillo de ayer,
desconociendo el cambio en el cuadro histórico de las posibilidades. La función
de autoafirmación y liberación que pudo haber desempeñado el caudillo del siglo
pasado, cambiado el cuadro histórico, se transmuta en función de estancamiento
y opresión desempeñada por el caudillo de hoy.
Pero los “progresismos”
iluministas también yerran en su desconocimiento de los procesos históricos. La
voluntad demiúrgica de crear una realidad institucional impersonal, gira en el
vacío incapaz de hacer pie en la concreción de nuestros hábitos
político-culturales. La lúcida conciencia del fracaso del proyecto de importar
instituciones, condujo a Alberdi a la convicción de la necesidad de “mudar la
masa o pasta de nuestra población”. Proyecto que tampoco le salió del todo
bien, al integrarse los inmigrantes españoles, italianos o árabes, a “la masa o
pasta” cultural mestiza pre-existente.
La libertad actúa siempre
dentro de un cuadro de posibilidades, configurado por las acciones y opciones
del pasado. Muchas veces, de lo que se trata no es de optar, sino de crear las
condiciones para optar: el cuadro de posibilidades. La salida de una situación
crucial, o de una encrucijada, siempre está contenida en los datos de la misma
situación. Es el descubrimiento de lo que Gaspar Risco Fernández llama, con
Freire, el “inédito viable”.
¿En qué momento de la historia
santiagueña nos encontramos? ¿Qué papel le cabe a nuestra generación? ¿Debemos
crear las condiciones de posibilidad para la emergencia del inédito viable?
Creo que el fulanismo en
nuestra política no se reemplazará de la noche a la mañana, cuando el reloj
biológico o la jubilación determinen el comienzo del post-juarismo. Otros
fulanismos vienen en camino. Pero ¿cuál es el cuadro de posibilidades que
encontrarán? ¿Qué funciones desempeñarán en él?
La cuestión no
pasa por cambiar de “fulanos”, sino por darles un cuadro de posibilidades que
modifiquen sus funciones. Modificar la lógica política es el desafío de nuestra
hora. Pasar de una lógica patrimonialista a una lógica de lo público, de una
lógica hegemonista y excluyente a una lógica del diálogo, el pluralismo y la
participación. Y esto es cosa de todos los sectores, de todos los ámbitos y de
todos los momentos. En cada gesto y en cada acción se juega alguna lógica.
Modificando las lógicas de nuestras acciones, se va configurando otro cuadro de
posibilidades.
El inédito viable no es un
mesías: es el estilo y la función que el cuadro de posibilidades le obligue a
asumir a cualquier dirigente. No se trata de reemplazar al fulanismo con
instituciones impersonales: de lo que se trata es de configurar las condiciones
culturales –incluyendo las lógicas de acción- para la emergencia de líderes
democráticos: conductores respetuosos del pluralismo, abiertos al diálogo,
capaces de compartir el poder en co-responsabilidad y sin miedo a la
participación.
La alternativa
al fulanismo es la anarquía, sólo si nos resignamos a considerar como trágico
nuestro destino político. Pero nuestra historia no es una tragedia: es un drama
con final abierto.
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