"La vida del hombre es un breve paseo entre el germen y la momia".

Marco Aurelio.

Esta frase de Marco Aurelio podría servir para empezar una reflexión, en principio propia, sobre la debilidad del ser humano.

¿Dónde radica la importancia de los seres humanos? ¿En sus cuerpos.? No, nuestra carne es blanda y un simple cuchillo puede acabar con esta vida tan trascendente. ¿En sus obras? No, las obras pueden ser destruidas muy fácilmente y, por muy duraderas que sean, todos somos conscientes de que algún día desaparecerán. ¿En este planeta que nos soporta? No, en la inmensidad del Universo es como un átomo, expuesto al paso del tiempo y a las inestabilidades de la Naturaleza. También sabemos que el planeta desaparecerá.

Según lo anterior, el ser humano debería ser consciente de su debilidad, de su brevedad, de su intrascendencia. Sin embargo, en este breve paseo entre el germen y la momia nos encontramos con personas que se creen dioses omnipotentes. quizás por un rechazo psicológico a esa debilidad que nos caracteriza, y que se va acentuando con la edad, surge en nosotros el orgullo y el deseo de imponernos a los demás. Nos creemos más guapos, más jóvenes, más inteligentes, más experimentados, más valientes, más trabajadores, más ricos, más poderosos. Nuestra búsqueda constante es ser "más que" para huir de lo que verdaderamente somos: un paso intermedio entre el germen y la momia.

El ser humano crea un engranaje para autoconvencerse de su importancia, para adoptar una función que le impida toparse cara a cara con la verdad. Una verdad hiriente, como todas las verdades, que nos dice que estamos solos, que no tenemos ninguna meta, y que nada perdurará de nosotros ni de nuestra descendencia. Nuestro orgullo se derrumba y el ser "más que" se convierte en una tarea absurda propia de insatisfechos.

Decirle al bello que su cuerpo es una máquina que come, digiere (a veces poco) y defeca, es difícil pero no deja de ser verdad. Decirle al inteligente que su cerebro es un amasijo de células que acabará pudriéndose y que sus obras serán olvidadas y destruidas, es difícil pero también es verdad. Las verdades son duras, son difíciles de admitir, y por eso uno recurre a las creencias. Yo creo en lo que no es verdad.

Las creencias nos enmascaran pero nos permiten vivir. El estúpido puede creer que es inteligente, el pobre puede creer que es rico, el feo puede creer que es bello, el materialista puede creer que existe la materia, el defecador de conocimientos puede creer que es original. Todos tenemos creencias y, aunque sabemos que no son verdad, somos incapaces de renunciar a ellas, pues deseamos concluir el paseo entre el germen y la momia.

Disfrutar del paseo, jugar mientras camino, explorar el paisaje, esos son mis únicos objetivos. Si algún otro peregrino se acerca a mí sin prepotencia y comparte mis objetivos, caminaré con él. Si me topo con un sargento que quiere ponerme en fila y vestirme de uniforme le diré: "no, vete tú a guerrear y deja que siga mi camino. Ni aunque fueras un general me uniformarías". Y si insiste, abandonaré mi natural reposado y le daré una patada en el trasero sin más contemplaciones.

Ya sé que otros caminantes se marcan metas que comienzan en la mendicidad para la supervivencia y terminan en el dominio de los simples peregrinos. Pero yo no tengo esa creencia. No me moriré por un ataque de salud, ni me ahogaré en un cuarto siniestro lleno de libros polvorientos, ni gruñiré constantemente para imponer consignas a los demás, ni tampoco dejaré que mis propios ácidos me vayan consumiendo por preocupaciones fútiles.

Definitivamente, no quiero ser una momia sino un niño que juega feliz mientras pasea.

Joaquín del Campo


Subir
Home
This page hosted by Get you own Free Home Page