Tabaquería. (1928)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.

Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo. Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,

a una calle inaccesible a todos los pensamientos, real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y pelos blancos en los hombres,

con el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada. Estoy vencido hoy, como si supiese la verdad.
Estoy lúcido hoy, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
La hilera de vagones de un tren, y una partida pitada
De adentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos en la ida.
Estoy perplejo hoy como quien pensó y encontró y olvidó
Estoy dividido hoy entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del oro lado de la calle, como cosa real por fuera,

y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no me hice propósito ninguno, tal vez todo fuese nada.
La educación que me dieron,
Bajé de ella por la ventana trasera de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allá encontré sólo hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.

Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar? ¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños genios como yo,
y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni uno,
y no habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos de remate con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí. . .
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no estarán en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas- ,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán oídos de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que Napoleón.
He apretado a un pecho hipotético más humanidades que Cristo,
He hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta junto a una pared sin
puerta Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me encuentra el cabello,
Y el resto que venga si viniere, o tuviere que venir, o no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y él es ajeno,
Salimos de casa y él es la tierra entera,

Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido. (Come chocolates, pequeña;
come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo sino chocolates.
Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que los comes!
Pero yo pienso, y al sacar el papel de plata, que es de hojas de estaño,
Echo todo al suelo, como he echado la vida.!

Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico quebrado hacia lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas, noble al menos en el gesto amplio con que tiro
La ropa sucia que soy, sin rol, al decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
o cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
o no sé que moderno -no concibo bien el qué-,
todo eso, sea lo que fuere que seas, si puede inspirar, ¡que inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como los que invocan espíritus me invoco
A mí mismo y no hallo nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.

Veo las tiendas, veo los paseos, veo los coches que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como una condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.

Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo que yo no envidie sólo por no ser yo.
Miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca vivieses, ni estudiases, ni amases ni creyeses
(porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
tal vez hayas existido apenas, como un lagarto al que le cortan la cola
y que es cola para acá del lagarto agitadamente.

Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí estaba equivocado. Me conocieron enseguida por quien no era y no desmentí, y me perdí.
Cuando quise sacarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, ya no sabía vestir el disfraz que no me había sacado.
Tiré la máscara y dormí en el vestuario
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quien me diera encontrarte como cosa que yo hiciese,
No quedase siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como una alfombra en que un borracho tropieza
O un felpudo que los gitanos robaron y no valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal vuelta
Y con la incomodidad del alma mal-entendiendo.
El morirá y yo moriré.
El dejará el letrero, y yo dejaré mis versos.
A cierta altura morirá el letrero también, y los versos también.
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
Seguirá haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como letreros,
Siempre una cosa enfrente de otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?), Y la realidad plausible ce de repente encima de mí.
Me incorporo enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como una ruta propia, Y gozo en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de sentirse mal.

Después me echo hacia atrás en la silla
Y sigo fumando.
Mientras el Destino me lo permita, seguiré fumando.

(Si yo me casase con la hija de mi lavandera
tal vez fuese feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla, Voy a la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (metiendo el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco; es Estévez sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino Estévez se volvió y me vio.
Me hizo adiós le grité ¡Adiós, Estévez!, y el universo
Se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.

ALVAREZ DE CAMPOS (1928)