EL EQUILIBRIO
Una vez el Buda llegó a un pueblo. Era la madrudada,
y el sol estaba apunto de aparecer por el horizonte. Un hombre se la acercó
y le dijo:
— Soy ateo: no creo en Dios. Tú ¿qué
opinas? ¿Existe Dios?
El Buda respondió:
—Sólo Dios es. No hay nada más que
Dios en todas partes.
—Pero ¡a mi me habian dicho que tú
eras ateo! —dijo el hombre.
—Te debieron de informar mal —aseguró el
Buda—.
Yo soy teista, Ahora lo has oido de mi propia boca.
Soy el mayor teista que ha habido nunca. Dios es, y no hay nada más
que Dios.
El hombre se quedó bajo el árbol con
una sensación de incomodidad. El Buda siguió su camino.
Al mediodía se la acercó otro hombre
y le dijo:
—Soy teista. Creo absolutamente en Dios. Soy enemigo
de los ateos. He venido a preguntarte qué opinas de la existencia
de Dios.
El Buda respondió:
—¿Dios? Ni lo hay, ni lo puede haber nunca.
No existe Dios en absoluto.
El hombre no daba crédito a sus oidos.
—¿Qué estás diciendo? —exclamó—
Oí decir que había llegado al puebloun hombre religioso y
vine a preguntarte si existe Dios. ¿Y me respondes así?
—¿Yo, hombre religioso? —replicó el
Buda—. ¿Yo creyente?. Yo soy el mayor ateo que ha habido nunca.
El hombre se quedó completamente confundido.
Ananda, el discipulo de Buda , estaba terriblemente
intrigado, pues había oído ambas conversaciones. Se inquietó
mucho; no entendía aquello. Lo de la mañana estaba bien,
pero por la tarde había surgido un problema.
—¿Qué le ha pasado al Buda?—se preguntaba
Ananda—. Por la mañana dijo que era el mayor de los teístas,
pero por la tarde ha dicho que era el mayor de los ateos.
Se decidió a interrogar al Buda aquella noche,
cuando estuvieran a solas. Pero aquella noche a Ananda le esperaba otra
sorpresa.
Cuando cayó la noche se acercó otra
persona al Buda y le dijo que no sabía si existia Dios o no. Aquel
hombre debía de ser una agnóstico, una persona que dice que
no sabe si existe Dios o no; que nadie lo sabe y que nadie podrá
saberlo nunca. Le dijo, pues:
—No se si hay un Dios o no. Tú ¿que
dices? ¿Qué crees?
El Buda respondió:
—Si tú no lo sabes, yo tampoco lo sé.
Y sería bueno que los dos guardásemos silencio.
Cuando este hombre oyó la respuesta del Buda,
también se quedó confuso. Le dijo:
—Había oído decir que estabas iluminado;
por eso creía que lo sabrías.
—Has debido oir mal —dijo el Buda—. Yo soy un hombre
absolutamente ignorante. ¿Qué conocimiento puedo tener?
Cuando se hizo de noche y todos se hubieron marchado,
tocó los pies del Buda y le dijo:
—¿Es qué quieres matarme? ¿Qué
haces?
—Casi me muero! Nunca había estado tan alterado
y tan inquieto como lo he estado hoy. ¿Qué es eso que has
estado diciendo todo el día? ¿Estás en tu sano juicio?
Por la mañana has dicho una cosa, por la tarde has dicho otra y
por la noche has dado una respuesta completamente distinta a la misma pregunta,
El Buda dijo:
—Esas respuestas no eran para ti. Di aquellas respuestas
a quienes correspondían. ¿Por qué las escuchaste?
¿Te parece bien oir lo que digo a los demás?
—¡Esto es el colmo! —dijo Ananda—. ¿Cómo
podía dejar de oirlas? ¡ Yo estaba presente, allí mismo,
y no tenía tapados los oidos! Y ¿cómo podría
suceder que yo no quisiera oírte hablar? Me encanta oirte hablar,
sin que mi importe con quién hables.
—Pero ¿por qué estás alterado?
—dijo el Buda—. Mis respuestas no eran para ti!
—Puede que no lo fueran—dijo Ananda—, pero yo me
encuentro en un dilema. Te ruego que me respondas ahora mismo ¿Cual
es la verdad? ¿Por qué razón has dado tres respuestas
diferentes?
Buda le explicó:
—Tenía que llevarlos a los tres a un punto
de equilibrio. El hombre que vino por la mañana erea ateo. Siendo
sólo ateo estaba incompleto, pues la vida se compone de terminos
opuestos.
—Tenía que introducir equilibrio en
su vida. Se había vuelto muy pesado de un lado, y por eso yo tuve
que poner algunas piedras en ol otro platillo de la balanza. Además,
también quise desestabilizarlo, pues se había convencido
de alguna manera de que no hay Dios. Era preciso hacerlo titubear en su
concencimiento, pues el que llega a una certidumbre, muere. El viaje debe
proseguir; la busqueda debe continuar.
El que vino por la tarde erea teísta. Yo
tuve que decirle que yo ere ateo porque él se había descentrado;
también él había perdido el equilibrio. La vida es
un equilibrio. El que alcanza ese equilibrio alcanza la verdad.