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Reinaldo Montero
(sobre su obra)

 

Ensayo crítico, a propósito de Los equívocos morales.

LOS EQUÍVOCOS MORALES DEL 98 (MIRADA DE HISTORIADOR)
por Pedro Pablo Rodríguez

 

La victoria de Estados Unidos sobre España en 1898 fue asumida de manera diferente por cada uno de los protagonistas.
En Estados Unidos alguien la llamó una ¨guerrita espléndida¨, con lo que sintetizó la idea central sobre sus resultados que ha predominado hasta el presente: con un relativo bajo costo y en muy breve tiempo, la victoria traspasó al país del Norte la totalidad de lo que restaba del antiguo imperio español. Estados Unidos se encontró no solo con la posesión de Cuba -anhelo de los políticos expansionistas desde finales del siglo XVIII-, sino que además España le cedió Puerto Rico, isla también ocupada militarmente por los norteamericanos, y hasta Filipinas y Guam, lugares donde no habían puesto pie en tierra las tropas norteñas y los que, según todos los indicios, no habían entrado en los cálculos iniciales impulsores del gobierno del Norte hacia la contienda armada.
En dos palabras: con la firma del Tratado de París, las relaciones internacionales de la época contaron con una nueva potencia que disponía de posesiones claves en América y en el Pacífico. Con ambas islas antillanas, Estados Unidos dominaba en 1899 estratégicamente las entradas del Golfo de México y del Mar Caribe, rutas transcontinentales de importancia renovada ante la entonces inminente apertura del canal de Panamá -en construcción por una empresa norteamericana-, y dominaba también dos territorios ya decisivos en la producción azucarera mundial y abastecedores del consumo doméstico estadounidense, sin descontar, por supuesto, la importancia del abastecimiento del tabaco en rama y de minerales -explotados por compañías del Norte- desde Cuba.
No menos significativa resultaba la súbita presencia norteamericana en el Pacífico. Si la anexión de Hawai unos años atrás había levantado suspicacias, la adquisición sobre todo de las Filipinas -abundantes en población, en producciones agrícolas tropicales y bien cerca de la costa continental- fue claramente percibida como una amenaza para las grandes potencias -Gran Bretaña, Francia y Alemania- con intereses directos en territorios asiáticos, y en franca pugna por aquellos años por dominar el comercio con China y Japón, y, sobre todo, por desmembrar al débil Celeste Imperio.
Estados Unidos, un país volcado substancialmente, luego de las adquisiciones territoriales a costa de México a mediados de siglo, hacia la expansión económica de su interior y con escasa presencia en la arena internacional, aparecía así ante la próxima centuria como una potencia emergente de alcance mundial. Por eso, los diferentes círculos dominantes en el país apreciaron unánimemente la guerra como una ganancia neta, idea que desde entonces ha hegemonizado sin casi disputas la conciencia norteamericana hasta nuestros días.
Sin embargo, para España la derrota fue un verdadero trauma psicológico y moral cuya percepción aún hoy tiende a mantenerse en términos absolutamente negativos. El ¨desastre del 98¨ es ya un lugar común en la conciencia española al referirse al tema, a pesar de que la historiografía peninsular más reciente ha demostrado que económicamente el país se había recuperado pocos años después y que, sobre todo, había logrado rebasar la tremenda crisis financiera y fiscal en que la tenía sumida la guerra de Cuba. Quizás no parecería exagerado afirmar que la pérdida de las colonias fue un beneficio neto para la economía española. Pero como los elementos de crisis estructural de la sociedad española se mantuvieron incólumes hasta la república y la Guerra Civil más de treinta años después, la conciencia social expresó su desagrado ante la crisis magnificando la derrota y la pérdida de Cuba. Regeneracionismo y modernismo sintetizan la visión crítica acerca de España asumida por la autotitulada generación del 98, la que pretendió analizar y superar el trauma del desastre y apreciar los grandes problemas nacionales arrastrados durante buena parte del siglo XIX.
Inclusive en el caso particular de Cuba, el cese del dominio español no alteró de inmediato el importante peso de los capitales españoles invertidos en la economía cubana ni disminuyeron la corriente migratoria de la Península. Por el contrario, durante la república, desde Cuba se continuó repatriando capitales hacia la antigua metrópoli, aunque la mayoría de ellos se quedara en la Isla y se nacionalizaran al ser heredados por los hijos cubanos, al igual que hasta la tercera década del presente siglo creció ininterrumpidamente la emigración de trabajadores españoles que no hallaban sustento en su patria.
Por demás, es perfectamente lógico que los ganadores vean con optimismo el proceso que los condujo a la victoria, mientras que el pesimismo y el criticismo suelen aflorar en los vencidos.
Es en Cuba donde probablemente se ha variado significativamente la estimativa del 98 al analizarse su importancia para la realidad nacional. Según todos los indicios, la intervención norteamericana no concitó un rechazo entre los patriotas, y la derrota española fue entendida como un hecho favorable a la nación cubana, por lo cual Estados Unidos fue visto por muchos como el responsable de la independencia. Sin embargo, los actos del gobierno de ocupación militar, la imposición de la Enmienda Platt, las continuas injerencias en la vida de la república y, sobre todo, la conciencia que se extendió hacia fines de la segunda década del siglo XX de que las propiedades estaban pasando a manos norteamericanas, condujo por un proceso de suspicacias, desagrados, frustraciones y franco rechazo que culminó en la apreciación generalizada, aún antes del triunfo de la Revolución de 1959, de que la entrada de Estados Unidos en la guerra cortó la posibilidad del triunfo mambí en beneficio de los intereses expansionistas del Norte. Inclusive, como parte importante de este proceso de cambio en la estimativa cubana del 98, se destaca el hecho de que un grupo de historiadores logró imponer la denominación de Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, con el fin de reconocer la destacada presencia de las tropas mambisas en el conflicto, y de llamar la atención acerca del desconocimiento hacia las autoridades cubanas durante el armisticio y las conversaciones que condujeron a la firma del tratado de paz en París.
Con frecuencia los procesos históricos suelen quedar fijados en la memoria a través de algún o de algunos acontecimientos que son atrapados en la conciencia como expresión o síntesis de tal proceso.
En el caso de la guerra, esta ha quedado asociada en la mentalidad norteamericana con la explosión del acorazado Maine. Lo mismo sucede en España con el hundimiento de su escuadra en Santiago de Cuba. Quizás el hecho de la pérdida de los barcos llevara muy directamente a establecer el paralelismo con el evidente hundimiento para siempre del mundo colonial. El fin de la flota fue, sin dudas, el fin de un mundo, de un orden de cosas de cuatro siglos, tanto para Cuba como para la propia metrópoli. Lo interesante es que para ambas potencias ese combate naval -mucho más que victoria de la armada estadounidense en Cavite, Filipinas- resultó en términos militares lo que decidió prácticamente el fin de la contienda: se trata de que para las dos el objeto central de la disputa era Cuba.
La cercanía al centenario del 98 -como se dice ahora- parece que está trayendo una vuelta de tuerca en el sentido de comprender el hundimiento de la armada española como la representación del proceso. No sé si Reinaldo Montero tuvo este asunto en mente mientras escribía Los equívocos morales, pero estoy convencido de que la pieza contribuye a fijarle tal valor representativo a ese acontecimiento, con independencia de cuáles hayan sido las intenciones del autor.
Lo que pasa es que Montero entrega una reflexión sobre aquellos momentos que resulta una indudable apreciación cubana y desde la Isla, a pesar de que el drama presentado es justamente el de la flota hispana, o, mejor, el de los españoles involucrados en el asunto ocurrido en la boca de la bahía santiaguera.
Es interesante cómo la pieza se apropia y recrea los puntos de vista expresados entonces por diferentes españoles acerca de los acontecimientos previos y siguientes a la batalla naval de Santiago de Cuba. Por una parte se presenta la España descreída de la monarquía y de la guerra de Cuba a través de Atanasio -ese personaje tan valleinclanesco como los esperpénticos Rimbobante, Resoples y Pardiez-, pero cuya lucidez ante la falsedad de la situación límite a que llegaba el país lo conduce simplemente al cinismo, sin voluntad de tratar de mudar el rumbo de las cosas. Por otro lado, están los hombres del gobierno, o, mejor, del sistema monárquico: Tobares, el jefe de la plaza de Santiago, y el almirante Cervera. Ellos son los ejecutores de una política, pero también son responsables de ella en tanto y en cuanto no se cuestionan en modo alguno sus fundamentos, ni siquiera Cervera, personaje de indudable atracción para el examen desde el arte por ser el eje de las contradicciones españolas del 98, y a quien la historiografía -por eso mismo- ha analizado en su conducta una y otra vez. Y finalmente, está la España podría decirse popular en el caso del grumete Balboa, verdaderamente inconsciente del destino histórico en juego que lo sometía a venir a Cuba.
Por supuesto que el análisis historiográfico de la sociedad española -y sus varias clases y sectores- ha de ser más ahondador. Lo que quiero es llamar la atención acerca de cómo la mirada artística ante un hecho conocido -hecho que en sí mismo tiene, por tanto, bien poco que aportarle al público teatral- busca establecer con amplitud las líneas no siempre coincidentes para todos del drama finisecular español. Por eso, en primera instancia, esta ¨Comedia del cerco de Santiago¨ es una pieza de tema español. Claro que solo en primera instancia; no únicamente porque los acontecimientos del 98 en Santiago de Cuba involucraron a tres naciones al menos, sino, además porque el autor asume el tema español desde una perspectiva cubana de fines de este siglo, cuando la Isla toda está sometida a un férreo cerco norteamericano -el nuevo bloqueo, más que naval- y con las ambivalencias entre la resistencia, los imperativos de la sobrevivencia y las dudas y debates ante el futuro inmediato y sus perspectivas. Se trata, pues, de que esta mirada desde Cuba sobre el 98 español está también sobredeterminada por los ¨equívocos morales¨ de nuestro difícil presente.
Por esas razones la pieza es también del 98 cubano. Su única puesta en escena hasta el momento provocó uno de los más valiosos debates de los últimos tiempos acerca de las funciones y significación de la cultura artística y literaria, lo cual es ya un indicador de su validación hoy. Pero ateniéndonos a su texto literario, a lo escrito por Reinaldo Montero, el tema cubano de entonces está presente sin duda alguna: primero, porque lo que sucediera con la armada española -como con la propia guerra entre Estados Unidos y España- tendría efecto inmediato y decisivo sobre la Isla, como bien sabían entonces todos los cubanos; segundo, porque el tercero en discordia -Estados Unidos- tenía sus propios intereses y proyectos para Cuba, presentados por el autor en el Intermedio, y lamentablemente no apreciados por la mayoría aplastante de los cubanos; y, tercero, porque los cubanos fueron también actores protagónicos del drama ocurrido en Santiago en la mañana del 3 de julio de 1898, ya que los patriotas habían desencadenado y sostenían a pleno coraje la Guerra de Independencia.
Y la guerra es, sin dudas, el telón de fondo de Los equívocos morales, tanto como desencadenante de los acontecimientos históricos que conducirían a la armada hispana a la bahía santiaguera como el gran asunto que moldea las conductas de los personajes, desde los que se sienten responsables de tomar o de asumir decisiones como de los que se acomodan a ellas (bien sean el grumete Balboa, su amante Tica o sus tías Dolores y Angustias).
Quizás alguien extrañe el lado heroico del tema patriótico -las acciones de los mambises-, pero es indudable que esas tías de nombres tan significativos resumen la vida cotidiana, dolorosa y angustiada, de la población cubana santiaguera que busca desesperadamente qué comer a la vez que desea el triunfo del Ejército Libertador al cual provee de armas, pertrechos y medicinas. Como esa misma Tica, que no sé bien hasta dónde es oportunista o inconsciente, que al parecer piensa en primer término en sí misma, que se enamora o que está buscando quien la saque de las durezas a que está sometida, o que actúa impelida por todas estas cosas a la vez.
Un último asunto interesa al historiador. Ese Intermedio sustentado en un documento citado y reproducido más de una ves por colegas historiadores como prueba suprema de las aviesas intenciones dominadoras y racistas hasta el genocidio de los círculos gubernamentales estadounidenses en el 98: las instrucciones de Breckenridge, el subsecretario de Marina de Estados Unidos.
Se trata de que hay poderosos indicios de que tal texto es apócrifo, ya que nunca hubo un alto funcionario norteamericano de semejante apellido o cercanamente parecido en la Secretaría de Marina. Y se ha especulado acerca de que si fue escrito y divulgado por un cubano antianexionista, bien conocedor de la manera de pensar y de las intenciones anticubanas de ciertos círculos oficiales en el Washington de entonces. Lo interesante es que quienes hoy se acercan al estudio de la época, no dudan, sin embargo, que el texto bien pudo ser escrito por un funcionario de semejante nivel. No sé si Montero conoce este asunto, pero como su obra literaria en los últimos tiempos está ganada no solo por los temas históricos cubanos sino por los hábitos del oficio del historiador en la búsqueda y comprobación de la veracidad de su información, creo muy adecuado, a pesar de las dudas acerca de su autenticidad, emplear las palabras de ese documento, no concebido como una ficción literaria, pero que funciona muy bien como tal a la misma vez que goza de cierta validación historiográfica.
Con su habitual dominio de la lengua, con una indudable visión escénica, con la incorporación consciente y creadora de Cervantes y Valle Inclán, Reinaldo Montero entrega en Los equívocos morales su lectura del 98, plenamente contemporánea, con el logrado propósito de asumir el pasado desde y para el presente, lo mismo que pretendemos los historiadores de otra manera. Y lo más importante: alcanza y revela al mismo tiempo cómo a cien años de ocurridos aquellos acontecimientos aún llaman al examen y a la reflexión.

La Habana, 22/11/97

 

 

 

 

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