LA LEYENDA DE BEP KOROROTI

Leyenda de la tribu Koyapos (sur del Amazonas). El recopilador de esta historia fue el etnólogo Joao Américo Perette.

"Corría el año de 1952 y Perette visitaba la tribu de los koyapos, cercana al poblado de Gorotire, a orillas del río Fresco, al sur del Amazonas. El científico llegó en medio de un festejo, el de "la presencia de Bep Kororoti en la tierra."

Intrigado, el etnólogo entrevistó a Kuben-Kran-Kein, consejero y sacerdote de los koyapos, quien le explicó que Kororoti fue un extraño huésped que habitó en la aldea durante la temporada más agitada de la historia de Gorotire. "Años atrás -sostuvo- el extranjero cayó del cielo, vistiendo un ropaje que lo cubría de pies a cabeza y portando un kop", como llamó a un arma muy poderosa que, por sus efectos, es inevitable comparar con un arma laser. "Cuando el desconocido se apareció, los aldeanos huyeron despavoridos hacia el monte", prosiguió el sacerdote amazona. Los más valientes, en realidad, intentaron rechazar al intruso. Pero pronto comprobaron que sus armas resultaban insuficientes. De acuerdo con la narración de Kran-Kein, "el guerrero del cosmos parecía divertirse cuando veía la fragilidad de sus adversarios."

A fin de darles una demostración de su fuerza, alzó su arma y, apuntando primero a un árbol y luego a una piedra, pulverizó a ambos en una fracción de segundos. Todos comprendieron que el visitante quiso dar un ejemplo de su poder y dejar bien en claro que no estaba para bromas. "Su hermosura, la blancura resplandeciente de su piel y su afectuosidad -relató el consejero koyapo- fueron cultivando poco a poco a mi gente". Así nació una extraña amistad.

El extranjero fue aceptado como guerrero de la tribu y, al cabo de un tiempo, una joven lo eligió como esposo. Tuvieron varios hijos y una hija a la que le pusieron por nombre Niopouti. "Bep Kororoti era alguien muy sabio y comenzó a enseñar cosas que ninguno de mis antepasados conocía", aseguró el sacerdote a Perette. "Cuando la caza se hacía difícil -prosiguió-, él traía su arma y mataba a los animales sin dejarle herida alguna."

Pasaron los años, y un buen día Bep Kororoti empezó a cambiar. Eludía sin motivo a los nativos y cuando salía de su morada, siempre se dirigía a las montañas de Pucatoti, el sector de donde había venido. Hubo un día en que pareció no resistir más y decidió abandonar el poblado. Pasó un tiempo y el extraño viajero no aparecía. Sorpresivamente, una mañana se presentó otra vez en la plaza de la aldea lanzando un terrible grito de guerra. La tribu pensó que se había vuelto loco y trató de calmarlo, pero él se resistió con todas sus fuerzas, aunque sin hacer uso de su arma. En cambio, el cuerpo de Bep se sacudía convulsionado, como si hubiera entrado en un extraño sortilegio, al punto de que todo aquel que lo tocase, caía redondo al suelo. La lucha se prolongó por muchas jornadas.

Finalmente, lo persiguieron hasta la cubmre de la montaña y fue entonces cuando se produjo un suceso que aterrorizó a la aldea. El invencible Kororoti volvió hasta los primeros contrafuertes de la cordillera y con su kop destrozó todo lo que había a su alrededor. Se oyó una explosión formidable, y el insólito personaje desapareció en medio de nubes llameantes, humo y truenos. La tierra se estremeció con tal fuerza que la selva se transformó en un páramo.

Al cabo de varias semanas, la tribu, ya hambrienta, dado que su alimentación estaba basada en los frutos silvestres, empezó a desesperar. Niopouti, hija de Bep, que se había casado con un guerrero, dijo a su marido que sabía donde podían hallar alimento para abastecer a todo el pueblo, pero que debía acompañarla hasta la cordillera de Pucatoti. Ante los ruegos de Niopouti, el esposo juntó coraje y la llevó a la región. Al llegar se dirigieron a Mem-Baba-Kent-Kre, donde se encontraron con un árbol bastante especial. El consejero Kuben-Kran-Kein explica que "ella se sentó sobre sus ramas, con su hijo en la falda y le pidió a su marido que tirara las ramas hacia abajo hasta que sus puntas tocasen el suelo. Cuando esto sucedió se produjo una gran explosión y Niopouti desapareció entre rayos y truenos."

Desmoralizado, el compañero de Niopouti se resignó a esperar el regreso de su mujer. Días después, en medio de las plegarias con que invocaba el regreso de sus seres queridos, oyó un gran estruendo y vió al árbol en su lugar original. La sorpresa del hambriento guerrero fue infinita. Ahí estaban de nuevo su mujer, su hijo y, junto a ellos, Bep Kororoti, "cargando cestos repletos de alimentos que ni él ni nadie había visto jamás." Esta historia, cuenta el sacerdote koyapo al etnólogo Perette, finalizó con una despedida: "Después de algún tiempo, el extranjero volvió a sentarse en el árbol fantástico y ordenó otra vez flexionar las ramas hasta tocar el suelo. Se produjo una gran explosión y el árbol volvió a desaparecer en el aire. Desde entonces no se supo nada más de él."

 

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