Introducción

 

 

"¿Qué queda de los millares de manuscritos de la biblioteca de Alejandría fundada por Tolomeo de Soter, documentos irremplazables y perdidos para siempre sobre la ciencia antigua? ¿Dónde están las cenizas de las 200.000 obras de la biblioteca de Pérgamo? ¿Qué ha sido de las colecciones de Pisístrato, en Atenas, y de la biblioteca del Templo de Jerusalén, y de la de Phtah, en Menfis? ¿Qué tesoros contenían los millares de libros que fueron quemados el año 213 antes de Jesucristo, por orden del emperador Cheu-Hoang-Ti, con fines únicamente políticos? En estas circunstancias, nos hallamos delante de las obras antiguas como ante las ruinas de un templo inmenso del que restan solamente algunas piedras. Pero el examen atento de estas piedras y de estas inscripciones nos deja entrever verdades demasiado profundas para atribuirlas a la sola intuición de los antiguos.

"Ante todo, y contrariamente a lo que se cree, los métodos del racionalismo no fueron inventados por Descartes. Consultemos los textos: "El que busca la verdad - escribe Descartes - debe, mientras pueda, dudar de todo." Es una frase muy conocida y que parece muy nueva. Pero, si tomamos el libro segundo de la metafísica de Aristóteles, leemos: "El que quiera instruírse debe primeramente saber dudar, pues la duda del espíritu conduce a la manifestación de la verdad."

Por lo demás, se puede comprobar que Descartes, no sólo tomó de Aristóteles esta frase fundamental, sino también la mayor parte de las famosas reglas para la dirección del espíritu y que constituyen la base del método experimental. Esto demuestra, en todo caso, que Descartes había leído a Aristóteles, cosa de la que se abtienen demasiado a menudo los cartesianos modernos. Estos podrían también comprobar que alguien escribió: "Si me equivoco, deduzco que soy, pues el que no es no puede equivocarse, y, precisamente porque me equivoco, siento que soy." Desgraciadamente, esto no es de Descartes, sino de San Agustín.

"En cuanto al escepticismo necesario al observador, no se puede realmente llevarlo más lejos que Demócrito, el cual sólo consideraba valedero el experimento que hubiese presenciado personalmente y cuyo resultado hubiese auntentificado mediante la impresión de su anillo.

"Esto me parece muy alejado de la ingenuidad que se reprocha a los antiguos. Cierto, me diréis, que los filósofos de la Antigüedad estaban dotados de un genio superior en el dominio del conocimiento, pero, en fin, ¿qué sabían de verdad en el plano cientifico?

"Contrariamente también a lo que se puede leer en las obras actuales de divulgación, las teorías atómicas no fueron inventadas ni formuladas en primer lugar por Demócrito, Leucipo y Epicuro. En efecto, Sextus Empiricus nos dice que el propio Demócrito las había recibido por tradición y que provenían de Muscus el Fenicio, el cual, punto importante a tener en cuenta, parece haber afirmado que el átomo era divisible."

Fragmento de "El Retorno de los Brujos", Pauwels y Bergier.

 

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