Aterrizamos en Chaouen (o Chefchaouen, según se
prefiera) al caer la tarde. La llegada es curiosa: uno la ve encaramada
entre dos picachos, toda pintada de blanco. La carretera es bastante virada
y llena de gente andando, en burro, en carro...
Tras la subida final, se llega a la ciudad, en la que, a su vez,
también habrá que subir y bajar constatemente por estrechas,
empinadas y laberínticas callejuelas blancas llenas de encanto.
¡Y de gente!
Vista de Chauen desde la salida hacia Fez
Merece la pena dedicarle una horas. Nosotros hicimos noche en el hotel
Rif (viejo y destartalado, pero familiar y decente. 120 dh la doble y 160
dh triple), y paseamos (y trepamos) por sus callejas. A la mañana
siguiente, tomamos la ruta por el sur hacia Fez. |
Chechaouen
Nuestro primer contacto con Marruecos
en este viaje es una ciudad muy coqueta. Encalada en tonos blanco-azulados,
está encaramada en lo alto de una pared caliza. Tiene unos 25.000
habitantes, pero un ambiente bastante rural y auténtico, al no estar
muy explotada turísticamente. Subiendo por una empinada calle de
la medina se llega a una amplia plaza, donde es un placer sentarse en cualquiera
de las terrazas a disfrutar del frescor de la noche con un vaso de té
entre las manos.
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