'Shopping' en Caracas

Antonio Paiva, 2000

'Shopping' la acción compulsiva y lúdica del consumo ha pasado de ser tema tabú de la teoría y práctica arquitectónica a convertirse en un tema importante de la discusión sobre la arquitectura y la ciudad.

Las señales de esta transformación son claras, UN studio (van Berkel y Bos) no le teme al centro comercial, en Harvard se investiga y se publica sobre el tema, las revistas dedican números enteros al tema. Las barreras parecen superadas.

Mientras tanto, resulta interesante ver en las páginas de crítica de arquitectura venezolana que el centro comercial, su tipo arquitectónico y repercusiones urbanas aparecen entre líneas en las sempiternas alertas sobre la muerte del espacio urbano. Pero siempre entre líneas, pocas veces frontal y a menudo con descalificaciones a-priori al centro comercial como práctica arquitectónica o intervención urbano.

En Caracas es posible establecer una trayectoria notable de los artefactos del shopping, ayer el Pasaje Zingg, hoy el Centro Sambil. Si se revisa el siglo veinte se podría decir que las intervenciones urbanas de escala monumental de mayor constancia han sido los edificaciones de concentración comercial. El capital recicla y moviliza sus recursos, entre ellos los bienes inmobiliarios, con mayor facilidad y flexibilidad que las mejores intenciones del sector público, ilustrado o no. Es decir, ha sido más fácil en Caracas reciclar cines monumentales en centros comerciales, que construir el espacio público del bulevar o 'rescatar la calle'. Desde el punto de vista cuantitativo (escala, número de edificaciones, frecuencia, etc.) es probable que esta dinámica de los centros comerciales de Caracas sea correcta. En cuanto a la calidad, la critica es fácil y despiadada: los centros comerciales son declarados aberraciones de lo urbano y productos basura.

Pero hay ejemplos de espacios del comercio que por momentos han enriquecido el espacio de la calle, que lo han reinventado o que se han aprovechado de sus bondades. Ahí la convergencia feliz del C.C. Chacaito, el metro y la plaza. Quizás una casualidad, pero de esas que abundan en las ciudades con suerte. Ahí el CC la Boyera con su anclaje peatonal en la cota más alta, claro entre lo servido y servidor en sus fachadas, la posibilidad del encuentro en sus pasillos y rampas en una urbanización sin encuentros. Ahí la transición del Centro Plaza a la Av. Miranda, en contraste con sus otros accesos más modestos (aunque también irrelevante para los usuarios que llegan en coche). Ahí la contribución iconográfica del CC la Pirámide (y su contraparte invertida del CCT!). Ahí la combinación práctica de tienda, acera, sombra y auto en el Unicentro El Marques y el CC. Chacaito. Ahí la extraña y oscura variante de tienda, acera y auto en las calles aéreas del CC. Paseo Las Mercedes.

Otros ejemplos siguen la tradición excluyente y dentro de su aislamiento de la calle recurren a la espectacularidad que el tipo arquitectónico permite para los interiores. Ahí la monumentalidad original (pre-minitiendas) de los atrios del CCT, o la exuberancia vegetal y técnica del Paseo las Mercedes. Exclusión que tiene su contraparte en la profusión de pasajes, pasarelas, puentes y aceras que intentan establecer los contactos negados a la calle: apéndices y accesorios que no forman parte del diseño original.

Sin embargo hay que admitir que los momentos de crédito son eventos aislados. No son de la belleza holística de una perspectiva barroca ni del lleno sensorial de una calle colonial. Pero el espacio urbano es azaroso y escapa a la premeditación. Tampoco hay que olvidar que calles, bulevares, terrazas, bodegas y abastos son tanto o más aislados en la experiencia contemporánea de la ciudad. Sobretodo la de aquellos que transitan en sus automóviles, que van del enclave doméstico al enclave comercial.

La presencia de los centros comerciales parece inevitable. Los instrumentos para detener o alterar su avance no existen o son muy débiles. Además, los patrones de uso y crecimiento urbano afianzan la presencia del artefacto 'CC'. La exclusividad de usos lo sustenta, basta ver las advertencias y movilizaciones de cualquier asociación de vecinos para evitar los 'usos no residenciales', ¡aunque aspiran tenerlos cerca en la urbanización vecina!

Sí es inevitable, entonces la contribución al espacio público puede emprenderse también desde este caldo de cultivo inesperado. Porque a pesar de todo, los arquitectos están allí involucrados, en los proyectos de la tienda, el stand, la terraza, el restaurante y la vitrina. Son ya partícipes de la negación de la calle, en la creación de los espacios del simulacro (la plaza, la fuente, etc.), la falacia de lo público en un lugar de acceso controlado, el micro-urbanismo de las callejuelas de tiendas, la paradoja del automóvil como condición previa para llegar al lugar donde el automóvil deja de ser predominante, la escala monumental, la economía de 24 horas, etc. En fin, ya son familiares con los temas que pueden generar el ataque, el análisis, la reflexión o la subversión.

Quizás surja una actitud que premie la observación, la reinterpretación y la irreverencia. Una actitud que permita la fantasía de mudar el Sambil a la Hoyada, de provocar su colapso o su implosión por el contraste y el enfrentamiento. Imaginar a los manteleros del nuevo estilo, intermitentes en los pasillos de mármol. Una actitud que no le tema a situar al simulacro en el lugar de su inspiración y ver que pasa.

Julio, 2000


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