La vida holandesa
iii: Architectuurcafé con Peter Wilson

Rotterdam, Mauritsweg, Cafe de Unie, Zaal (sala) Mayo 1997.

Rotterdam muestra calladamente de que se trata su vida arquitéctonica. Una ciudad que como muchas otras contrata a los nombres del star-system, pero que al parecer, saca de ellos algo mas que proyectos emblemáticos. Conversa y dialoga con esas figuras y permite, quizas, territorio para construir los sueños de los arquitectos errantes. Asi, en la sala del café Unie (J.J.P. Oud) se ofreció una charla sobre el Kop van Zuid, sobre su historia en el papel durante los ultimos años, y sobre su historia en concreto, con una intervencion general de Stef van der Gaag, del equipo de urban planners de la ciudad y con una particular historia de Peter Wilson de como comerse placenteramente una torta.

Porque Wilson ha estado trabajando alrededor del desarrollo urbanístico del Kop van Zuid como quien se come una torta con placer y pausa, sin glotoneria. Asi presento su charla el australiano y vimos como cuatro mordiscos importantes de su trayectoria han tenido lugar en el sur de la ciudad-puerto.

Es evidente que Wilson disfruta mas con su diálogo con la ciudad, con edificios que cuentan historias o historias que hacen a sus edificios. Desde la idea de usar los elevadores del antiguo puente levadizo sobre el Maas para un par de cafés que nunca se encuentran al mismo plano, como transeúntes que en su movimiento dejan pasar la oportunidad (el plano del encuentro); hasta la singular poética del paisajismo del breve malecón que recibe a puente Erasmus, que habla de números, paisajes, electrónicas y naúfragos. Proyectos como el Albeda College o el teatro Luxor, por utilitarios, autocontenidos, o a consciencia, atenuan su dialogo con la ciudad, o debemos decir más bien que hay menos texto con el cual regocijarse, aunque si espacio y presencia de calidad.

De aquella 'casa ninja' ganadora en Tokio, aquel remanso de silencio electronico, hemos pasado a la torre del cuidador del puente, alli a los pies del Erasmus. Alli el fluido electrónico, los radares, las pantallas, dificilmente se silencian, es un lugar de trabajo y no un remanso para descansar. Esas pantallas son las verdaderas ventanas para el cuidador, quien pocas veces ve a través de la ventana real al barco que debe controlar. La ventana grande y real deja pasar el silencio de la niebla, del sol y del amplio horizonte holandés. Y bajo la columnata agria y rustica de metal, las rocas dejadas por el último barco, eléctricas y enigmáticas. Dejadas en un muelle que dejó de usarse y por ende perdió su número y desapareció con él. Aunque el pavimento de trazas del número que fué, con un dos, un uno, otros números, identidades cuyo fin transitivo y denominativo no destruyó su esencia como objeto, como línea o símbolo. Para el transeúnte, un juego: no solo el paisaje y ver, sino contar, sumar, descifrar quizas a la enésima vez, que ese damero el el piso suma igual en un sentido que en el otro. Al otro extremo la torre de información pertinente e impertinente: la hora, la temperatura, el palpitar del número cero, el centelleo vertiginoso de la poblacion mundial. Un centelleo rojo y dado a la coreografía nocturna de la ciudad multicolor.

Para el Hotel New York, una frontera, el horizonte final, la linea non-plus-ultra de aquellos históricos emigrantes que comenzaron a ver a America desde el muelle Guillermina, que despidieron a Holanda aqui. Pero echando un poco la línea hacia atrás, tenemos veinticinco metros de America! Listos para ser usados para circos, conciertos, mitines, exposiciones, ferias. Tal cual America, cambiante, territorio fantástico y utópico donde cabe todo. Pero entre una y otra situación se puede transitar, aun los niños pueden mecerse en sus columpios entre A y H.

En resumen, pedacitos de torta, periféricos pero con gusto, para llegar al teatro Luxor, en el corazón del Kop van Zuid. Aunque parece que para llegar a ese bocado las coincidencias deben ocurrir. Tomando en cuenta la polémica que suscito el hecho que Wilson habia realizado el proyecto urbanístico para ese lugar unos cuantos meses antes del concurso del teatro, el cual felizmente gano. Para los asistentes al Architectuur Café también fue una cuestión de suerte, en éste caso mala, pues a pocos días de la presentación de la versión más reciente del proyecto a sus promotores y financistas, resultaba poca cortes hacer una presentación pública.

A pocas horas del café arquitectonico, queda la sensacion de una arquitectura que se lee y que se explica, que deja señales un poco intelectuales en su realización pero no por ello retórica o vacia. Queda la idea de pasear con la amiga y seducirla con una arquitectura que se presta a lo lúdico, asomarse a ese horizonte imaginario en la terraza del hotel New York y emigrar.

Antonio Paiva WAM-Rotterdam


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