SEGUNDA CARTA ABIERTA A JUAN GELMAN

Lo primero que sorprende de la extensa Contratapa de Juan Gelman (10/8) es que cite conceptos de mi nota que no figuran en la versión publicada (9/8), sino en la original, que los amigos de Página 12 me pidieron reducir por razones de espacio. Dice de mi que “lee poco y recuerda menos”. Pero es Gelman quién admitió “la fea jugarreta que me hizo la memoria”(16/7), cuando irresponsablemente acusó de cómplice de la dictadura a un dirigente de la APDH. Para reparar algo de mi poca lectura y peor memoria, me remite, con indicación de las páginas correspondientes, al libro “Soldados de Perón. Los Montoneros”, de Richard Gillespie. Después de releerlas, debo agregar lo que en su momento no quise, para no rebajar la polémica: que efectivamente Gelman era dirigente del Movimiento Peronista Montonero, que su ruptura fue en 1979, en lugar de 1978 como informa erróneamente, y que con su compañero de disidencia, Rodolfo Galimberti, se co-apropiaron de 68.750 dólares. ¿Cual parte debo recordar? Me informa que por ello sufrió “una grotesca condena a muerte por la conducción” de Montoneros, pero omite decir que fue en virtud del “Código de Justicia Revolucionaria”, aprobado y aplicado por la organización desde octubre de 1975, en democracia y casi 4 años antes que Gelman la abandonara. Nuevamente minimiza la real lucha antidictatorial, dejando fuera a dirigentes políticos, sindicales y sociales, sacerdotes y aún obispos, que se jugaron --y algunos fueron asesinados-- en esos años, aunque no haya sido con los objetivos y la metodología al gusto de Gelman. Es justa su cita a las Madres, pero inadmisible ignorar a la LADH, la APDH, Familiares, el CELS, el MEDH, o el SERPAJ, entre otras organizaciones de derechos humanos que actuaron valientemente en el país. Más allá de las cambiantes opiniones de Gelman acerca de Cuba, que la acuse de haber ocultado el genocidio, cuando conoce el apoyo que brindó a tantos exilados, lo dejo para la calificación de los lectores. Conocedor de los foros internacionales, sabe que cuando EE.UU-Carter avalaba un proyecto acerca de Argentina, solía venir en bloque con la condena a Cuba, o en realidad a la inversa. Ya que sólo registra lo que quiere, o le conviene, insisto en que más allá de las declaraciones de Nadra, total o parcialmente ciertas, los hechos y los protagonistas dan testimonio de su heroica lucha por presos y desaparecidos. Nadie ocultó a nuestros mártires para exhibirlos ahora “obscenamente”, como Gelman acusa con hiriente falta de respeto al dolor ajeno. Peleamos por todos y cada uno de ellos, rescatamos a muchos, e hicimos nuestra propia investigación durante la dictadura, bastante antes de la CONADEP. Por eso pudimos llevar a la justicia a varios jerarcas militares, cuando aún no se soñaba con el famoso Juicio. En medio de tantas injurias a tantos, finalmente Gelman nos descubre la razón de su particular rencor con Fernando Nadra. Lo que todavía no digiere es su debate con las organizaciones armadas en los ‘70, muy distinta de la caricaturización de “los dos demonios”. El debate que Nadra realizó con el seudónimo de “Polemos” --como Gelman, al menos por una vez, bien recuerda--, ganando a muchos más que los 100 jóvenes que él nos asegura haber salvado al separarse de Montoneros. Tampoco perdona, y lo reconoce, que muchos luchadores de diversas organizaciones, no hayamos elegido la “Resistencia” armada, y menos cuándo, dónde y cómo Gelman lo consideraba apropiado. Tal vez pretendía que apoyáramos el asesinato --¿o debo decir ejecución?-- de Mor Roig, de Rucci, el ataque al cuartel de Formosa o el pase a la clandestinidad, para solo citar las acciones realizadas bajo un gobierno elegido por el pueblo, agudizando aún más la condición de blancos móviles que ya tenían para las “Tres A” y demás bandas los compañeros de los movimientos sociales. Todo esto es muy anterior a su separación de Montoneros. En su recomendado libro-reportaje con Roberto Mero, realiza fuertes críticas a sus ex-compañeros, pero casi a título de observador externo, y aún no encuentro --tal vez Gelman pueda ayudarme con más sugerencias de lecturas-- su autocrítica personal al respecto. ¿O hay algún párrafo que mi insuficiente apego a la letra escrita me ha impedido ver?. De paso corrijo otra de sus tan concluyentes como erradas “denuncias”: “Polemos” no apareció después del golpe, por la sencilla razón que “Nuestra Palabra”, el periódico que mi padre dirigía, fue prohibido y su edificio, ocupado, acribillado por centenares de balazos en la madrugada del 24 de marzo. Fecha nefasta que corporizó el “fantasma” de golpe de estado, aquel que tomaban en broma, cuando no consideraban útil para agudizar las contradicciones. No pretendo castigar aún más su memoria, pero pese a su afirmación, Fernando Nadra recién se incorporó al secretariado del PC a fines de 1982, en los últimos días de la dictadura. Tampoco acierta/n su/s informante/s cuando le hace decir que fui secretario de Athos Fava, y menos en esa época. Pasé al PC, al que luego renuncié, recién en 1985, pero para contribuir a la redacción de la mayoría de sus informes y discursos, sobre todos los que iniciaron la dura autocrítica de ese partido en 1986, junto con una propuesta de unir a la izquierda y los sectores progresistas. ¿No le comentaron que también cuento con varias condenas a muerte, entre otras cosas por transmitir múltiples denuncias desde la corresponsalía de Prensa Latina en Buenos Aires, entre ellas la carta de Rodolfo Walsh a las Juntas o las revelaciones del ANCLA, para citarle algunas de su consideración?. ¿O de mi contribución a la acción que a días del golpe organizaron “cómplices” como Víctor Vázquez o Mario Marrero, aún desaparecidos por dirigir el heroico “trabajo a tristeza” en ferrocarriles y automotrices, cuando las huelgas estaban prohibidas?. ¿Nada del reconocimiento que me otorgó la Organización Internacional de Periodistas en 1978, por mi defensa de los derechos humanos en el país?. No reacciono “desde el lugar de hijo”, como subraya para disminuir mis argumentos, sino como protagonista reconocido de aquellos años, con lo bueno y lo malo que me toca. Finalmente, y pese a la pobreza que Gelman adjudica a mis lecturas, me atrevo a diferir acerca de la imagen que las suyas le dieron de los dioses griegos: no todos eran jóvenes y bellos como cree, pues los había bastante feos. Eso si, casi todos eran soberbios, rencorosos, crueles y arbitrarios...

Alberto Nadra