PROLOGO

En quién mejor que en Fernando Nadra se resume la aventura política del siglo XX? En las ocho décadas que nos ha tocado vivir, se dio el apogeo y la declinación de las ideologías, el hombre conquistó el espacio y las comunicaciones conquistaron al hombre, la paz perpetua costó millones de muertos, Europa creó y demolió tres sistemas políticos totalitarios, al final la novedad del siglo XX ha sido el Estados de Derecho ... nacido en el siglo anterior y los procesos de integración. Aunque la globalización convive con nacionalismos reivindicativos.

Nadra fue precoz en el compromiso político. Los que cursamos derecho en la Universidad Nacional de Córdoba, entre 1938 y 1943, identificamos de inmediato a este tucumano que dominaba con su prestancia las asambleas, mientras yo, con perfil muy bajo, le disputaba el espacio. Todo parecía separarnos, pero no fue así. El, comunista, presidía la siempre poderosa Federación Universitaria de Córdoba. Yo, católico, no presidía nada: negociaba a favor de mis convicciones moderadas. Preparaba el desquite y lo tuvimos fugazmente: mi Lista Universitaria ganó la presidencia y luego el Centro, pero la Revolución del 43 los disolvió: no robaron el futuro.

Lo que nos unía a muchos con Nadra era la racionalidad, era un líder con el carisma de los mejores por la tolerancia, la persuasión, la equidad. Presidía sin oprimir y las utopías que cultivaba no eran las alienantes sino las correctivas. Quizá nos unía también un deseo de equidad social, que en poco tiempo más iba a ser distorsionado como instrumento de dominación política.

El liderazgo de Nadra se extendió durante más de seis décadas. Al alejarse del Partido Comunista anticipó los tiempos del desencanto y de su final implosión. El reencuentro dentro del arco democrático constitucional fue connatural para todos. Empezamos a leer sus artículos incisivos sobre los avatares cívicos de nuestro pueblo, porque justamente su civismo sobrevivía a los compromisos superados. Su humanismo esta vez había sacudido las posibles distorsiones, como tantos otros que volvían a las utopías posibles.

Y la utopía posible de Nadra es la de la construcción del Estado social de Derecho, como lo intentó tantas veces cuando impulsó los encuentros pluripartidarios alrededor de 1973 con la idea de conformar un Consejo de Estado para el consenso, cuando en las condiciones más difíciles, desde 1976, trató de abrir camino a la democracia con la Multipartidaria o, en la defensa de los derechos humanos, mediante su arriesgada acción personal y desde el Consejo de la Presidencia de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, pero sin ocultar su condena ni de las organizaciones armadas de la década del 70 ni de la represión ilegal. Desde su libro “Reflexiones sobre el terrorismo” hasta su valiente manifiesto “Por qué renuncié al Partido Comunista”, luego de haber sido su protagonista indiscutido, los que conocíamos a Nadra apreciábamos su discernimiento y su coraje cívico. En treinta trabajos, a veces traducidos, Nadra ha comprometido opinión sobre los aspectos más variados de nuestro tiempo, pero para construir, como dije, el Estado social de Derecho.

En la obra del autor, la sensibilidad es de izquierda, pero humanizadora y no reduccionista. Izquierda y derecha sólo tienen 200 años y hoy parecen más fuertes que las ideologías las realidades. Lo percibo así en las respuestas de Nadra a cada uno de los temas de nuestro tiempo. Louis Pauwels escribe: “Lo esencial no es decir cosas nuevas, sino repetir las cosas verdaderas de las que la gente tiene la debilidad de cansarse”. Es el caso de Nadra.

En mi opinión, la desmovilización política reconduce a los intelectuales a su plano específico, cultural o moral. En lo cultural serán útiles con la reflexión crítica y la creación literaria o estética. En lo moral, los que sientan particular responsabilidad hacia su sociedad, como Nadra, sabrán formular su propuesta. Esto no entraña juzgar del bien o del mal o, peor, sentirse pro arriba del bien o del mal.

El riesgo y el peligro el intelectual es precisamente su público, salir de su privacidad a la intemperie. Su coraje es también querer ser comunicador sin condicionarse a los medios o sin permitir que los medios concluyan creando los fines.

Hablo de riesgos porque los aceptamos. No creo que el autor de “La utopía posible” no esté expuesto a la discrepancia, pero ¿cómo no ser seducido por la destreza de la argumentación y el lenguaje? ¿Por su designio de cooperación cívica? Entre tantos ejemplos, su defensa del Pacto de Olivos encierra una filosofía de la gobernabilidad, pero cualquier tema puede suscitar reservas.

Durante la Convención Constituyente en 1994, nos encontramos por accidente en Santa Fe, Nadra era Asesor del Dr. Alfonsín. Su juicio sobre el proceso constituyente estuvo todo encaminado a su legitimidad, a hacerla posible. Tenía razón. Este libro programa la segunda parte del trabajo constituyente: encarnarla en las conductas públicas, en el civismo cotidiano, en las instituciones de todos los niveles, en la opinión pública, en los intersticios de la sociedad y del Estado. Esa tarea es la utopía posible. Es el proyecto transformador que nos falta cumplir. En las seis décadas en que la vida nos ha relacionado, creo que Nadra y tantos otros como yo, hemos soñado. Quizá no alcanzamos a ser una generación. Nos tocaron las “décadas perdidas”. Me siento rescatado en este libro.

Pedro J. Frías (1)

(1) El Dr. Pedro J. Frías preside la academia de Derecho de Córdoba y es miembro de academias de Roma, Madrid, Buenos Aries y Chile. Integró la Corte Suprema de Justicia de la Nación, representó a la Argentina como embajador ante la Santa Sede y actuó en el carácter de consultor en el diferendo austral. Profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba, vicepresidente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Buenos Aires, fue también presidente de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional.