Presentación   Panorama Internacional Nº 11

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PLAN COLOMBIA y negociaciones de paz

¿El punto de no retorno?

por Octavio Armas y Sebastián Marlés


MUCHOS trabajadores de vanguardia y honestos militantes de la izquierda colombiana que soportan la agudización de la crisis económica, y social del país y que perciben la importancia de los acontecimientos políticos que se desenvuelven ante sus ojos, se hacen preguntas cada vez más frecuentes y profundas sobre sus causas, sobre los efectos en sus condiciones de vida y de trabajo y sobre las posibles salidas a los diferentes conflictos y el papel que como explotados deben desempeñar en ellas. Es normal encontrar, en las carpas de huelga y en las movilizaciones donde participan trabajadores que adelantan conflictos contra la patronal y el gobierno, activistas y trabajadores de base ávidos de información y análisis que les expliquen el verdadero significado del Plan Colombia y su relación con el rumbo de las negociaciones de paz, el crecimiento desmedido del paramilitarismo, la profundidad de la crisis económica y los planes del gobierno en materia salarial y prestacional.

Los partidos revolucionarios, en particular los agrupados alrededor del Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo (CITO) – Cuarta Internacional, debemos prestar el máximo de atención a estas inquietudes de los obreros y la vanguardia marxista para responderlas con análisis y propuestas de solución, contribuyendo a su formación y organización, con la mira puesta en que algún día podamos entre todos tirar abajo el sistema opresor del capitalismo, causa última de todas nuestras angustias y sufrimientos. Este artículo presenta parte de las opiniones que los socialistas tenemos respecto de algunas de las inquietudes que asaltan a los trabajadores y a la intelectualidad revolucionaria, no sólo nacional sino mundial, a quienes desde el pasado número de Panorama Internacional (No. 10) hemos propuesto públicamente unir fuerzas para denunciar y enfrentar con la movilización de masas al Plan Colombia y la intervención imperialista.

El problema Colombia

Una de las preguntas más frecuentes entre los obreros es la de ¿por qué existe un Plan Colombia?. La primer respuesta es muy simple: por que existe, para el imperialismo, un problema Colombia.

Colombia ha sido un país dominado por el imperialismo, primero por el español y más tarde, como toda América Latina, por el norteamericano. Ese rasgo central de nuestra historia ha marcado el tipo de desarrollo capitalista del país. El colombiano es un capitalismo signado por la explotación imperialista y por la brutalidad característica de los burgueses nacionales que jamás se han puesto con contemplaciones a la hora de aplicar a la fuerza sus planes económicos. El resultado ha sido un país saqueado en sus recursos naturales y humanos, millones de pobres que viven por debajo de los niveles de miseria, y un puñado de burgueses y terratenientes que mantienen sus enormes privilegios amparados en bandas de paramilitares y en los organismos estatales que no mueven un dedo para detenerlos.

Como contrapartida, el campesinado que ha sido empujado violentamente cada vez más lejos, ha terminado cultivando decenas de miles de hectáreas de coca y amapola que proveen de materia prima a los traficantes de droga que surten los crecientes mercados de consumidores de los Estados Unidos y Europa. En las grandes ciudades se han desarrollado enormes bolsones de miseria donde se hacinan por millones los desplazados por la violencia terrateniente, que acrecientan las filas del proletariado y los desempleados.

La ausencia de libertades políticas y sindicales y la negación casi total al ejercicio abierto a la protesta ha lanzado permanentemente a muchos de los activistas obreros y campesinos más decididos a las filas de las organizaciones guerrilleras. Las guerrillas han crecido al lado de las bonanzas económicas que han enriquecido a la burguesía y al imperialismo mientras empobrecen a la población trabajadora y campesina. El auge de las esmeraldas, del petróleo y más recientemente de la marihuana, la coca y la amapola fueron acompañadas por las organizaciones guerrilleras que crecieron en efectivos, en capacidad operativa, en finanzas y en respaldo por parte de los pobres que se proletarizan mientras se desarrolla este lucrativo negocio capitalista.

Para completar el cuadro, la bonanza de las drogas derivadas de la coca y la amapola ha sido capitalizada por una burguesía narcotraficante que, por su naturaleza, choca fuertemente con el imperialismo y con la burguesía tradicional colombiana. De hecho los narcos se han consolidado como una franja burguesa relativamente independiente que no responde incondicionalmente a los dictados de los gobiernos imperialistas. Esta franja burguesa, por la ilegalidad en que el imperialismo mantiene el negocio de las drogas, se ha tenido que dotar de un importante aparato militar clandestino que utiliza simultáneamente para dirimir sus contradicciones internas, o con las otras franjas burguesas e imperialistas, y para asesinar dirigentes obreros y campesinos. Gran parte de las bandas paramilitares responsables de los miles de asesinatos de los dirigentes populares han sido creadas y financiadas por la burguesía narcotraficante. De hecho derivan buena parte de sus finanzas de las cuotas que cobran en las primeras etapas del proceso de producción de las drogas.

Estas particularidades del desarrollo capitalista nacional han generado un “problema Colombia” que tiene como una de sus manifestaciones más evidentes un fuerte conflicto armado entre guerrillas, paramilitares y fuerzas armadas burguesas, en el cual la población pobre ha quedado en el medio, llevando la peor parte y aportando la mayor parte de muertos y desplazados.

El pánico al contagio

La miseria es la condición más propicia para el contagio de cualquier enfermedad. Las enfermedades sociales no son la excepción. El empobrecimiento acelerado de las poblaciones de los países vecinos a Colombia agregan un ingrediente altamente irritativo para los sensibles intestinos de los explotadores yanquis. La explosividad de las masas obreras e indígenas ecuatorianas que han tirado abajo a los dos últimos gobiernos, la situación incierta creada en Venezuela por el ascenso de Chávez, la crisis abierta en el Perú con la caída de Fujimori por el escándalo del contrabando de armas hacia la guerrilla colombiana y la extrema pobreza de las masas que habitan el norte de Brasil, configuran un cuadro clínico que amenaza epidemia en toda la zona.

En previsión a la extensión de la enfermedad colombiana, el imperialismo y la burguesía criolla han diseñado un plan sanitario que incluye una cirugía en Colombia y vacunación masiva entre los vecinos. Ese plan es el Plan Colombia, que no es una estrategia sólo para nuestro país sino para toda la región.

América Latina es el patio trasero de los yanquis, su zona de influencia tradicional en el reparto que del mundo ha hecho el imperialismo. Es una zona estratégica económica, política, ambiental y militar. La zona se puede desestabilizar por la combinación de factores que afectan a Colombia, y eso es muy malo para los negocios.

Los yanquis, y en general el imperialismo mundial, no quieren tener una nueva Centroamérica como la de la época de las revoluciones sandinista y salvadoreña, en las cuales grandes levantamientos urbanos y rurales de masas empalmaron con fuertes organizaciones guerrilleras que pusieron en cuestión la estabilidad del sistema capitalista en la región. Una situación parecida dificultaría todavía más la inversión imperialista en la explotación de recursos como el petróleo, el gas, los minerales, la madera, la fauna y la flora productora de materias primas para la industria farmacéutica y de biotecnología y los colosales recursos hídricos de la región. El imperialismo y la burguesía no pueden soportar la existencia de una fuerte guerrilla que les exige cuotas para poder operar en sus zonas de influencia, que secuestra a sus técnicos y administradores y les cobra fuertes sumas por su liberación, que dinamita los oleoductos y plantas industriales y que protege a los cultivadores de hoja de coca y los laboratorios de los narcos criollos.

Ellos no están dispuestos a soportar el crecimiento significativo de una burguesía narcotraficante que no se somete completamente a sus condiciones y a su dirección y que responde con atentados terroristas a sus exigencias de extradición.

Además los yanquis están decididos a recuperar el terreno que han perdido frente al imperialismo europeo, que en los últimos años ha invertido fuertes sumas en toda la región, disputándole buena parte de la plusvalía producida.

Y finalmente, han tomado la resolución de rediseñar toda su presencia militar en la región, alterada por la entrega del canal interoceánico a los panameños y de la zona militar que habían construido alrededor de él.

Este conjunto de motivaciones los ha impelido a diseñar y aplicar un plan general de estabilización de la región, empezando por Colombia que es el foco de la infección, para garantizarse las mejores condiciones posibles en sus planes económicos de saqueo: el Plan Colombia.

Plan Colombia: guerra y paz

El Plan Colombia es en primer lugar un plan militar contrainsurgente que busca la derrota de las guerrillas colombianas y el sometimiento de la burguesía narcotraficante, bajo las condiciones del imperialismo. Por esa razón la mayor parte de los recursos aportados por el gobierno norteamericano están representados en armamento, helicópteros y asesores militares para fortalecer el ejército colombiano y colocarlo en condiciones de derrotar a la guerrilla por la vía armada. Este agrandamiento del garrote busca persuadir a los comandantes guerrilleros para que abandonen el camino de las armas y se mantengan en la mesa de negociaciones en la cual buscan su rendición al más bajo costo. El imperialismo ya ha echado a andar su plan de acorralamiento militar de la guerrilla por intermedio del ejército colombiano, pero en un primer momento, combinando la zanahoria y el garrote, juegan sus cartas más importantes en apoyo a la salida propuesta por el gobierno de Pastrana: la negociación del conflicto.

Las negociaciones de paz son parte del Plan Colombia, no lo opues­to a ellas co­mo pretenden hacer creer el gobierno y la mayoría de las direcciones sindicales y políticas de la izquierda y la guerrilla. Las negociaciones que se adelantan en el Caguán con la dirección de las Farc y las que están a punto de iniciarse en el sur de Bolívar con el Eln son el primer episodio en la estrategia para derrotar a las guerrillas. Son por así decir, el Plan A. Si consiguen la rendición de la guerrilla en la mesa de negociación no se verían obligados a hacer uso de la mayor capacidad militar. De no ser así, seguramente nos veremos enfrentados a una intensificación de la guerra. De hecho se ha desencadenado una fuerte campaña contrainsurgente que los medios han denominado “La guerra del Putumayo”, departamento limítrofe con Ecuador y que colinda con los 42,000 km2 cedidos a las Farc como zona de distensión para adelantar las negociaciones. De igual manera el Eln ha tenido que soportar el asedio del ejército paramilitar de Carlos Castaño en el Magdalena Medio, territorio al sur del departamento de Bolívar, donde reclama su propia zona de distensión.

A pesar de la evidente ofensiva militar y paramilitar, las negociaciones de paz son presentadas por el gobierno y el imperialismo como la posibilidad de concertar mejores condiciones de vida y trabajo para la mayoría de la población. En realidad su único objetivo es el de conseguir las condiciones óptimas de explotación de los trabajadores y los campesinos sin las incomodidades de la existencia de una guerrilla que los secuestra y los boletea reduciendo sus ganancias, desestabilizando el régimen político colombiano y contagiando la región.

A armar esa trampa colaboran las direcciones guerrilleras, de izquierda, y un verdadero enjambre de Organizaciones No Gubernamentales financiadas por el propio imperialismo, que proclaman a los cuatro vientos la necesidad de una “solución política al conflicto armado” como la salida a los males de los trabajadores. Las audiencias públicas del Caguán, a las que asisten centenares de dirigentes sindicales y populares a presentar ilusionadamente sus propuestas y peticiones, son una enorme farsa de la que no saldrán más que nuevas frustraciones para los de abajo. No es cierto que de las negociaciones de paz vayan a salir la reforma agraria que devuelva la tierra a los campesinos, ni las reformas económicas y sociales que le den a los trabajadores mejores condiciones de vida y de trabajo, ni las reformas políticas que amplíen los marcos para el ejercicio de los derechos democráticos, ni las medidas para terminar con las bandas paramilitares, ni ninguna medida efectiva a favor de los más pobres. A lo sumo se aprobarán algunas garantías para que los comandantes guerrilleros se vinculen a la actividad política legal, e incluso es posible que a algunos de ellos se les expidan credenciales para que pasen a formar parte del parlamento burgués, tal como ocurrió en el pasado en las negociaciones con el Ejército Popular de Liberación (EPL), de origen maoísta, o con el M19, movimiento nacionalista pequeñoburgués, pero no saldrá ninguna medida efectiva que favorezca sustancialmente a la mayoría de los pobres del país.

¿El punto de no retorno?

Al iniciarse el año 2001 las negociaciones de paz están entrando en una nueva y decisiva etapa de la cual es muy difícil devolverse. El acuerdo de los ochenta y cuatro puntos entre el gobierno y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) para reglamentar el funcionamiento de la zona de distensión donde se adelantaría la Convención Nacional reclamada por el Eln como parte de la negociación, y el acuerdo de los trece puntos de Los Pozos firmado entre Andrés Pastrana, presidente de Colombia y Manuel Maru­lan­da, máximo comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia–Ejército del Pueblo (FARC–EP), son dos saltos adelante que colocan a las organizaciones guerrilleras en la puerta del túnel de no retorno. Es posible que el proceso sea largo, pero está a punto de convertirse en irreversible.

Dos hechos de la vida política nacional e internacional han marcado este nuevo momento de las accidentadas negociaciones de paz. El primero y decisivo es el ajuste que la burguesía imperialista está haciendo gradualmente a su política para Colombia y la región; el segundo, el acuerdo entre Horacio Serpa, principal candidato presidencial del Partido Liberal, y Pastrana que ha dotado a la burguesía colombiana de un marco estratégico para manejar el proceso de desmonte de las guerrillas nacionales.

El ajuste yanqui

La burguesía imperialista norteamericana, más allá de las diferencias que pueda tener internamente y que se expresan mayoritariamente por medio de los partidos Demócrata y Republicano, maneja su política exterior de común acuerdo bajo la forma de planes estratégicos a los que someten las diferencias de grado entre gobierno y gobierno. Su política exterior es una política “de Estado”, para decirlo en términos contemporáneos. En esta materia no improvisan y se mueven como una sola burguesía imperialista. El Plan Colombia y los recursos que de él se derivan fueron definidos en el Congreso norteamericano por un acuerdo entre los dos partidos. Y los ajustes que están definiendo, para endurecer el plan, los están acordando de igual manera a pesar del traumático cambio de gobierno de Clinton a Bush.

A pocos días de posesionado el nuevo mandatario yanqui se reunió una especie de comisión asesora de relaciones exteriores de la que forman parte Henry Kissinger y todos los jefes de la política exterior yanqui de los últimos gobiernos, para discutir el asunto. La preocupación de los capos de la diplomacia gringa radica en la falta de alternativas: la inexistencia de un plan B. El exsecretario de Estado de Nixon planteó la similitud de errores que se están cometiendo en la intervención en Colombia con los cometidos a comienzos de los sesenta y que culminaron con la intervención abierta en el sudeste asiático, y criticó la ausencia de políticas de recambio “en caso de que algo salga mal”. Esta reunión es altamente indicativa de la importancia que le concede la burguesía norteamericana al problema de la zona y en especial al conflicto colombiano. Tienen un polvorín en el centro de su patio trasero y están haciendo todos los movimientos para apagar cualquier chispa que lo pueda hacer estallar.

Una cosa es segura: los yanquis privilegian, en esta etapa, el mantenimiento y el apoyo a la política de negociaciones de paz de Pastrana, como parte del Plan Colombia, a la vez que levantan el garrote del fortalecimiento de la capacidad militar para obligar a la guerrilla a capitular en la mesa de diálogo. Pero ese aspecto de continuidad con el anterior gobierno demócrata va acompañado de medidas y declaraciones de endurecimiento de la política norteamericana hacia las Farc. Los altos funcionarios de la nueva administración imperialista han desempolvado el viejo lenguaje de acusación a altos mandos de la organización insurgente como “narcoguerrilleros” y han amenazado con pedir en extradición a algunos de ellos en caso de comprobar sus nexos con el negocio del tráfico de drogas hacia Estados Unidos y su responsabilidad en la muerte de ciudadanos norteamericanos. Y han dado pasos concretos. Hicieron estallar el caso de las relaciones de las Farc con traficantes brasileños para intercambiar cocaína por armas, y el gobierno de Bush se negó a participar en una reunión realizada en el Caguán con representantes de la llamada “comunidad internacional”.

El lenguaje y las posturas del imperialismo indican que el nuevo gobierno republicano quiere endurecer el plan para presionar una negociación más acelerada, que lleve a una más pronta y más profunda capitulación a las Farc.

El gobierno Bush está endureciendo todos los aspectos militares y antidemocráticos del régimen político colombiano al servicio de unos más amplios y rápidos resultados en las negociaciones de paz. Están endureciendo el plan, pero mantienen las negociaciones como la táctica privilegiada, al menos de momento. Están intentando la rendición de la guerrilla sin tener que ir a un Viet Nam en su propio solar.

La trenza criolla

Por otra parte el acuerdo entre Serpa y Pastrana –presionado por Clinton– para darle un tratamiento común y de largo aliento al problema de la paz, que le evite sobresaltos e interrupciones, marca una precisión y una decisión del conjunto de la burguesía colombiana de derrotar a la guerrilla, bien sea en la mesa de negociaciones o en la confrontación militar con planes que trasciendan los cambios de gobierno. Es decir, han decidido igualmente darle un tratamiento “de Estado” al problema, sometiéndose sin discusiones a la política imperialista del Plan Colombia. A ese acuerdo han arrastrado a los voceros de todos los demás movimientos y partidos políticos, incluyendo a Nohemí Sanín, candidata presidencial del pastranismo, Antonio Navarro parlamentario que viene del M19, Jaime Caycedo, Secretario General del Partido Comunista de Colombia (PCC) y Luis Eduardo Garzón, actual presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, la más importante confederación sindical del país, y vocero del Frente Social y Político, proyecto que agrupa a la mayoría de las fracciones de la izquierda reformista colombiana. Todos ellos se reunieron en la zona de despeje con la dirección de las Farc para ratificar su apoyo incondicional al proceso de negociación en el marco de la aplicación del Plan Colombia. Es una confabulación de la burguesía, y de la cúpula de las direcciones sindicales y de la izquierda capituladora para apoyar el plan del gobierno y el imperialismo de llevar a la entrega a las organizaciones guerrilleras.

Estos dos hechos marcan el nuevo estado de las negociaciones de paz. Son ellos los que explican la nueva política de la burguesía de exigir a la guerrilla compromisos escritos sobre las reglas del juego en las zonas donde se deben adelantar las negociaciones y el futuro proceso de desarme y desmovilización de las Farc y el Eln.

Ochenta son muchos puntos

El acuerdo de los más de ochenta puntos firmado con el Eln, es un listado de condiciones de sometimiento de la organización guerrillera a toda la estructura jurídica para garantizar el ordenamiento burgués y el mantenimiento incondicional de las leyes capitalistas y de propiedad privada en la zona de distensión del sur de Bolívar, donde posiblemente se adelanten las negociaciones con esta organización insurgente.

Este proceso, que se inició con un retraso de dos años en relación con las negociaciones con las Farc, y bajo la tutela del imperialismo europeo, puede ir más rápido y ofrecer resultados más tangibles para la burguesía a más corto plazo. El Eln está negociando más rápido y capitulando más amplia y abiertamente, sin recibir prácticamente nada a cambio. Y casi seguramente el resultado final va a ser que reciba muy poco por treinta años de lucha guerrillera contra el régimen, a no ser por unas cuantas prebendas para la alta comandancia y los “voceros políticos” del movimiento. Es una guerrilla golpeada militarmente por el ejército y los paramilitares, que ha perdido buena parte de sus tradicionales zonas de influencia. Ha sido golpeada incluso por frentes de las Farc (...) que les han asesinado combatientes en una disputa fratricida por el control de los territorios que comparten. Este es un conflicto en el cual el Eln está en abierta desventaja porque no tiene una relación tan estrecha con franjas del campesinado, como sí la tienen las Farc en las zonas de cultivo de hoja de coca y amapola.

Aislado políticamente, en el campo y en las ciudades, el Eln es un bocado político que la burguesía aspira a tragarse de un solo golpe y a eso contribuye la propia política de la dirección de la organización insurgente que ha tomado la decisión de desmovilizarse antes de que las Farc hagan lo propio. La profundidad y velocidad del repliegue que le han impuesto, tanto las condiciones objetivas adversas como la política de la comandancia, se expresa en su propuesta de integrar los efectivos del ELN al ejército burgués.

Incluso el forcejeo con los paramilitares y con franjas del campesinado cocalero del sur de Bolívar que se oponen al despeje de San Pablo y Cantagallo, para adelantar los diálogos y la llamada Convención Nacional, son utilizados por el gobierno y el imperialismo para terminar de presionar a la comandancia del Eln. La minuciosidad reaccionaria del acuerdo de los ochenta puntos se explica por la necesidad del Eln de demostrar, incluso a los paramilitares, que están dispuestos a aceptar toda la juridicidad burguesa y a respetarla y hacerla respetar en la zona, a cambio de que se pueda adelantar su proceso de capitulación negociada.

La suspensión de los diálogos anunciada por el Eln al momento de escribir estas líneas pareciera desmentir esta hipótesis. Pero bien vistos los argumentos aducidos por el comandante Pablo Beltrán no hacen más que ratificarla. A pesar de esos tropiezos coyunturales el plan imperialista continúa, como se constató pocos días después con el arribo de una comisión de la ONU especializada en la supervisión de procesos de negociación, desmovilización y desarme.

Trece puntos no son pocos

El gobierno ha visto en estas condiciones un nuevo factor a su favor para acelerar la negociación con las Farc, que correrían el riesgo de encontrar copado por el Eln parte del espacio político al que aspiran una vez legalizados. Un año o dos de diferencia en los procesos pueden ser decisivos para los planes de las dos organizaciones.

El acuerdo de los trece puntos de Los Pozos, pactado directamente entre Pastrana y Marulanda, es un salto en el proceso de negociación con las Farc, que coloca a esta organización en la ruta de la desmovilización. A no ser que algo extraordinario ocurra, la burguesía y el imperialismo se han garantizado un terreno mucho más firme para el adelanto de sus planes, no importa qué tanto se demoren en hacerlos realidad. Consiguieron concretar dos viejos anhelos expresados desde cuando comenzó el proceso: primero, el compromiso explícito de las Farc de no levantarse de la mesa y de no suspender las negociaciones centrales por causa de incidentes aislados, lo que había ocurrido varias veces en el pasado reciente, la más crítica de ellas cuando se vencía el plazo de desmilitarización de la Zona de Despeje del Caguán. Ahora estos problemas serán llevados a una mesa paralela. Y segundo, que la totalidad del proceso será acompañado y fiscalizado por la llamada “comunidad internacional” (el imperialismo europeo y la burguesía latinoamericana), que ya hizo una primera reunión con la alta comandancia de las Farc en la que la acorralaron con sus exigencias y la comprometieron a una reunión bimensual con un grupo de países representantes suyos y a una plenaria semestral. A esta reunión no asistieron los yanquis por las razones que expresamos atrás, pero contó con todo su respaldo. Esa política le funcionó perfectamente al imperialismo mundial para doblegar al Farabundo Martí en El Salvador y no existe razón para que no la utilicen ahora.

El Caguán y Cantagallo: Contadora 2001

El proceso colombiano se parece cada vez más al que protagonizaron las guerrillas centroamericanas en la década del 80 del siglo pasado y es de prever que los resultados sean igualmente desastrosos para los trabajadores y el pueblo. En ese sentido se podría decir que San Vicente del Caguán y Cantagallo son, o serán, las Contadora y Esquipulas del 2001. Quince años después de la rendición del Frente Fara­bundo Martí para la Liberación Nacional la miseria hace estragos entre las masas salvadoreñas y los únicos que han mejorado de condición son –además de los capitalistas nacionales y extranjeros– Joaquín Villalobos, Ana Guadalupe Martínez y otros cuantos excomandantes guerrilleros que llenan sus bolsillos con los dólares que les paga el imperialismo por asesorarlo en las negociaciones para doblegar a las guerrillas que aún se mantienen activas en el mundo, tal como lo hacen desde hace años en Colombia Antonio Navarro exmilitante del M19, León Valencia de la reinsertada Corriente de Renovación Socialista del Eln y Camilo González que, proviniendo de las filas del trotskismo, pasó por el M19, fue Ministro de Salud del gobierno burgués del neoliberal César Gaviria y hoy preside el Mandato por la Paz, una de las ONG que sirven de mampara a la intervención imperialista.

Pactando con el enemigo

Las Farc y el Eln, como hace veinte años la guerrilla centroamericana, o como en su momento el M19, han equivocado el interlocutor. Están negociando su desmovilización con la burguesía y el imperialismo en secreto y a espaldas de quienes podrían ser sus mejores aliados, y cuyos intereses dicen representar: los trabajadores y el pueblo. Están pactando su incorporación al sistema capitalista y a su antidemocrático régimen político, cuando deberían estar discutiendo con las organizaciones obreras y populares un balance autocrítico de cuarenta años de improductiva estrategia guerrillera y una política y un plan para cambiar de rumbo y adoptar los métodos y el programa de la clase obrera para seguir en la brega por destruir el sistema de explotación capitalista.

Por el camino que hoy transitan las organizaciones guerrilleras van a entrar en la trampa de la paz imperialista, que solo busca su rendición incondicional para eliminar un obstáculo importante en sus planes de sobreexplotación de los recursos humanos y naturales de toda la región. Se va a repetir, dramática e inexorablemente, la experiencia centroamericana.

Los trabajadores y el Plan Colombia

La aplicación del Plan Colombia afectará en forma significativa a los trabajadores urbanos y rurales, no sólo de Colombia sino de la región. Derrotada la guerrilla en la mesa de negociaciones o en el campo de batalla, la burguesía y el imperialismo concentrarán sus baterías contra las conquistas de la clase obrera. Se redoblará el ataque desarrollado durante la última década contra la estabilidad laboral, la salud y educación públicas, las conquistas pensionales y prestacionales y el nivel salarial, bajo el supuesto de que, derrotada la guerrilla, será más sencilla la aplicación de los planes de sobreexplotación. Y eso será así si los trabajadores nos limitamos a observar pasivamente el desarrollo de los acontecimientos.

No podemos actuar de tal manera. Tenemos que combatir el Plan Colombia con los métodos de la clase obrera, que son opuestos a los métodos de la guerrilla. El terrorismo individual, el secuestro, el boleteo y el beneficio directo o indirecto del negocio de las drogas en nada facilitan la lucha de los trabajadores contra la explotación capitalista. Son la otra cara de la diplomacia secreta que ha caracterizado las negociaciones burocráticas entre los altos funcionarios del gobierno y el imperialismo y la alta comandancia guerrillera.

Los trabajadores tenemos que organizarnos a nivel internacional, en primer lugar en Latinoamérica, para enfrentar la aplicación del Plan Colombia con la movilización masiva de la mayoría de los explotados. Tenemos que realizar marchas y paros nacionales contra la intervención militar norteamericana. Tenemos que oponernos, con toda la fuerza de la que dispongamos, a la fumigación de los cultivos de coca y amapola, porque destruye nuestros campos y selvas y atenta contra la salud del campesinado. Tenemos que resistirnos a la instalación de bases militares imperialistas en Colombia y en la región Andina porque violan la soberanía nacional. Tenemos que rechazar el incremento del pie de fuerza del aparato militar porque después de derrotar a la guerrilla sus fusiles se dirigirán contra nosotros y nuestras luchas. Los trabajadores de los países del área y de toda América Latina debemos conformar un frente común de lucha contra los planes de semicolonización de nuestras naciones. Tenemos que exigir a los trabajadores de los Estados Unidos y Europa que se movilicen contra los planes económicos, militares y políticos que han elaborado sus gobiernos para aumentar la explotación y expoliación de nuestros recursos y nuestra mano de obra.

Y tenemos que decirle a los combatientes de la guerrilla que las negociaciones que adelantan sus comandantes con el imperialismo y el gobierno no nos llevarán a la paz ni al bienestar. Tenemos que decirles que están equivocando los interlocutores. Que no es con los enemigos de clase con los que hay que discutir y negociar sino con los trabajadores y los pobres. Que si realmente desean mantener su lucha por cambiar las condiciones sociales y económicas de los explotados, no es integrándose al aparato estatal capitalista como lo van a lograr, sino abandonando los métodos guerrilleros que han demostrado ser totalmente ineficaces, y adoptando los métodos de la lucha masiva y de la democracia de la clase obrera y abrazando su programa de la revolución socialista. Que no es siguiendo el ejemplo de tantos excomandantes guerrilleros –que después de los procesos de negociación con sus organizaciones, el M19 y el Epl, se integraron al régimen burgués traicionando su pasado revolucionario y a los militantes guerrilleros que confiaron en ellos– como van a conseguir sus objetivos, sino manteniendo desde las filas de la clase obrera y el campesinado pobre la lucha contra el sistema de explotación capitalista.

Una salida obrera al conflicto

El aislamiento internacional y el desgaste político que internamente han sufrido las organizaciones guerrilleras han puesto en evidencia la crisis del método foquista en Colombia. Pero cuarenta años de lucha y más de veinte mil combatientes obreros y campesinos merecen mejor suerte que el entierro de tercera que pretenden darles el imperialismo, la burguesía, el gobierno y la propia dirección guerrillera en las mesas de negociación. Bien valdría la pena que los combatientes de base de las Farc y el Eln y los activistas que en las ciudades y el campo simpatizan con ellos, le exigieran a los comandantes la congelación de toda negociación con la burguesía y la apertura de un diálogo amplio y abierto con las organizaciones obreras y populares para buscar una salida revolucionaria al conflicto. Una salida que permita a los combatientes abandonar, sin riesgo de su vida, el método individualista y mesiánico del foquismo y adoptar el método de la lucha organizada, abierta y masiva de la clase obrera y los trabajadores. Una salida que les permita a los luchadores campesinos, que no tuvieron más remedio que empuñar las armas para defenderse de los ataques de los terratenientes y sus bandas de pájaros paramilitares, retomar el camino de la lucha masiva y organizada por la tierra bajo el programa de la clase obrera y en alianza con ella en su lucha por implantar el socialismo.


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