En campo adulto
Bucaramanga,
Colombia.
28
de octubre de 1996
Este lunes de octubre el grupo de pequeños para quienes Gladys Macías es su primera “profe”, le tenían preparada una sorpresa, una más de las tantas que surgen de sus miradas nuevecitas en la práctica de mirar el mundo. Los niños, tan pronto estuvieron acomodados en el salón, le preguntaron: ¿por qué los demás niños votaron y nosotros no?. Las noticias de las elecciones del Mandato de los niños por la paz, ocurridas el viernes anterior, habían llegado a sus oídos y niñas y niños le reclamaban a la profesora su derecho a participar. Entonces Gladys, a quien la vida ya había sensibilizado sobre el tema, pues había sufrido un desplazamiento forzoso de otro pueblo debido a su oficio de maestra, no tuvo más remedio que organizar con entusiasmo unas elecciones extemporáneas con los niños a su cargo. Primero copiaron el tarjetón a partir de un modelo publicado en el periódico. Después hablaron de cada uno de los 12 derechos. Finalmente votaron y Gladys hizo de jurado de votación. Luego contaron los votos. Los votos de estos niños del Jardín Colonitas de Bucaramanga no quedaron contabilizados en el informe sobre el Mandato nacional de los niños por la paz emanado por la Registraduría Nacional, muy a pesar de las gestiones posteriores de Gladys. Y, sin embargo, ellos se sintieron partícipes de un Movimiento que les concernía y los incluía y que, como un bus que cobra velocidad pero que hace las paradas necesarias para recoger a sus pasajeros y tiene puestos para todos, no los dejó a la vera del camino.
Las expectativas sobre participación en el Mandato de los niños por la paz fueron sobrepasadas ampliamente. Y, sin embargo, pocos meses atrás, hacia junio o julio, la idea parecía haberse estancado. Había escepticismo entre los adultos sobre la posibilidad de realizar las votaciones, el apoyo de las entidades gubernamentales no era irrestricto, los asuntos operativos con la Registraduría aún no estaban resueltos, algunas ONGs tenían reservas acerca de la seguridad de los niños. Más de una persona le había dicho a Nidya Quiroz: “te pueden matar los niños ese día”. Entonces, cualquier día de esos Fárliz Calle y Juan Elías Uribe hicieron su aparición en la sede de UNICEF en Bogotá y, bien enterados como estaban de los impedimentos, entraron a la oficina de Cecilio Adorna, el representante de UNICEF para Colombia y Venezuela, y le dijeron: “señor Adorna, si ustedes no hacen estas votaciones de los niños nos sentiremos muy defraudados”. Pocas palabras, como las de las fórmulas mágicas y los conjuros, suficientes para desatar el nudo, para abrir el cauce.
Se desató entonces una febril actividad. Lo primero fue sacar adelante un acta del compromiso con la Registraduría Nacional del Estado Civil. Las elecciones eran impensables sin la participación de esta entidad. Allí se estaba jugando le legitimidad de las voces de los niños en el campo adulto. Sin embargo, la propuesta de una votación infantil nacional era considerada insólita y, además, fuera de su disponibilidad de recursos humanos y financieros de la Registraduría. Sin embargo, un día Orlando Abello, el Registrador Nacional de ese entonces, dijo “listo, lo hacemos”. Había encontrado un camino a través del convenio existente con el Ministerio de Educación y el Ministerio del Interior para la formación cívica del ciudadano del futuro. De paso, estos dos ministerios también quedaron enganchados como aliados del Movimiento.
Entonces se entró de lleno a la preparación del proceso electoral. Inicialmente se diseñó el tarjetón, como una pieza que en sí misma resultara pedagógica. Los 39 derechos reconocidos por la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños, se agruparon en 12 derechos-síntesis, descritos con frases breves y sencillas, identificados con las primeras doce letras del abecedario e ilustrados por aquellas manos-personajes que pronto invadirían muros y paredes, vidrios y ventanillas, pantallas de televisor, lugares públicos y privados de todo el país.
Después Nicolás
Buenaventura, viejo teatrero de pelo blanco que recuperó intacto
el niño que tenía adentro para la ocasión, se
reunió a jugar con un grupo de niñas y niños de diversas
partes del país y de esta sesión de juego salió la
cartilla Mi voto vale por dos... ¡La paz y mis derechos!, que sería
pieza fundamental para que niños y animadores del Movimiento en
todo el país se familiarizaran con el tarjetón, pensaran
en cada uno de los derechos y se apropiaran del sentido de la votación.
Por esos días una telenovela cautivaba la audiencia infantil. Dos
niños gemelos hacían parte del reparto de personajes y, cuando
estaban en problemas, se cogían de la mano y poniendo mucho amor
y concentración mental, obraban prodigios como devolver a la vida
a su abuela al borde de la muerte o mover las cosas de sitio. De modo que
los niños quisieron apropiarse de tales poderes en la cartilla,
consignaron: “Hemos pensado: si todos nosotros, nos tomamos de las manos,
bien concentrados y con mucho amor, haciendo un mandato por la paz, no
va a haber guerra que lo resista, por más fuerte que se crea. O
sea que la guerra va a ser derrotada”.
El mismo respeto a la expresión infantil, espontánea y profunda, se aplicó a la producción de las cuñas de televisión. Un pequeño grupo de niñas y niños vinculados al Movimiento invadieron cualquier día el estudio de grabación y abordaron cada derecho y decidieron cómo expresarlo, mientras los creativos de la agencia de publicidad por esta vez dejaron de buscar el “copy” perfecto, la frase exacta que articule dobles y triples sentidos, y se sentaron a aprender la sencillez de las frases de los niños. Cada uno de los derechos-síntesis tuvo su rostro y su frase de niño/a, intercalado entre los lemas generales de la campaña: Tengo derechos y necesito la paz / Mi voto vale por dos... ¡la paz y mis derechos! . Votemos el 25 de octubre.
¿Y si Usted, para ponerse a tono con aquellos días, lee esas frases y les asigna los nombres de los derechos que aparecen ordenados más abajo? Mi derecho a la vida no consiste solamente en nacer y crecer, sino en disfrutarla con salud y amor / En caso de conflicto armado y de guerra, todos los niños y todas las niñas tenemos derecho a estar protegidos / Todos los niños tenemos derecho a estudiar, a jugar y a descansar / Tenemos derecho a un hogar, al amor, al nombre, a una identidad y también a la nacionalidad / Los niños tenemos leyes especiales. Si somos acusados de un delito, tenemos derecho a que nos juzguen con ellas / No importa si somos de otro color, si pensamos diferente o somos de otra religión, pero tenemos derecho a la igualdad / Si tenemos problemas de ver, de hablar, de escuchar, de caminar, tenemos derecho al cuidado especial / Yo tengo derecho a una alimentación adecuada, a un cielo limpio, a un agua clara y a un aire puro / Tenemos derecho a que sea más importante nuestra educación y formación y a que, si vamos a trabajar, que sea cumplida de la edad mínima legal / Tenemos derecho a que nos atiendan primero en las inundaciones, los terremotos, las avalanchas y cuando no tengamos familia / Tenemos derecho a ser protegidos contra cualquier clase de abuso, contra el abuso sexual, las drogas ilícitas y el maltrato infantil / Todos los niños tenemos derecho a pensar, a decir cosas y a reunirnos para hablar de ello. A. Derecho a la vida. B. Derecho a la educación. C. Derecho al amor y a la familia. D. Derecho al medio ambiente. E. Derecho a la diferencia. F. Derecho al cuidado especial. G. Derecho a protección si trabajamos. H. Derecho a la libertad de expresión. I. Derecho al buen trato. J. Derecho a ser los primeros. K. Derecho a la paz. L. Derecho a la justicia.
El último día de la Semana los niños se movilizaron como una actividad preparatoria de lo que sería el Mandato, jugaron, realizaron talleres de pintura, de teatro, de música, se apropiaron de las paredes con murales, elevaron cometas, entregaron sus juguetes bélicos, sembraron ceibas, hicieron marchas y congregaciones varias. Se estaban ganando el puesto de actores y actrices principales en la película de la paz.
Sin embargo, faltaba dar un paso delicado, había que garantizar la seguridad de los niños el día de la votación. ¿Cómo lograr un día de asueto para las armas, en un país en el que todos los días tienen trabajo? Ante tal situación también valió aquello de mirar más allá de la punta de la nariz. Resulta que durante la guerra civil salvadoreña, la vida le reclamaba a la muerte, con esa persistencia que siempre ha demostrado, la posibilidad de vacunar a los niños. Entonces, tres veces al año, entre 1985 y 1989, la guerra se detuvo para que los niños fueran vacunados. Esos días de asueto para las armas fueron llamados “Día de la Tranquilidad”. Y, entonces, la idea del Día de la Tranquilidad se empezó a desplegar como una sombrilla antibalas sobre la jornada del Mandato de los niños de Colombia por la paz. Funcionarios de las entidades convocantes, de viva voz, recurriendo a los oficios de mensajeros varios y a través de avisos de prensa hicieron llegar, a nombre de las niñas y niños de Colombia, a toda la población en general y a todas las fuerzas involucradas en el conflicto armado del país, un mensaje de alto al fuego, de cese de las hostilidades, que permitiera a niñas y niños expresarse con tranquilidad ese día. Hubo respuestas formales e informales, la más importante: ese viernes de octubre las armas descansaron en paz.
Entretanto avanzaban los preparativos del dispositivo electoral. De los estimativos iniciales que hablaban de movilizar 500.000 niños, entre los 7 y los 18 años, en 10 departamentos, especialmente en aquellos con una alta incidencia de violencia, se había pasado a calcular un potencial de más de 3.000.000 de niños en 118 municipios de 24 departamentos, una vez terminadas las inscripciones, cuyo plazo venció el 11 de octubre. Sin embargo, estas cifras también se desbordaron y a los 118 municipios iniciales se sumaron en los últimos días otros 382, con más de 10.000 mesas instaladas en aproximadamente 5.000 puestos de votación ubicados en escuelas, colegios, parques, centros comerciales y parroquias.
Había un tráfico incesante de formularios electorales: para el registro de votantes, para las actas de escrutinio, para la consolidación de resultados por puesto, para la recepción telefónica de datos consolidados, para los boletines municipales y departamentales. También circulaban los instructivos para los jurados de votación y los monitores y animadores del proceso, así como para aquellas personas interesadas que estando lejos de las mesas previstas quisieran establecer mesas satélites.
Desde mediados de septiembre los medios de comunicación se vincularon de lleno a la movilización del Mandato. Tal como se había previsto en Santandercito, esta vinculación resultaría decisiva. Siguieron paso a paso los preparativos de la jornada electoral (“A toda marcha elecciones de los niños”), orientaron ampliamente a la opinión pública acerca del sentido del Mandato (“Los niños piden la palabra” / “Los niños y su gesto contra la guerra”), resaltaron la labor de niñas y niños a favor de la paz (“En Aguachica un niño le gana a la violencia”), hicieron eco del mensaje del Día de la Tranquilidad (“Piden alto al fuego para el Mandato por la paz”), dieron informaciones prácticas relativas al procedimiento (“Cómo votar por tus derechos”) y, finalmente, difundieron ampliamente los resultados del Mandato (“Niños votaron por la paz y la vida”). En esta etapa final cada vez más niños y niñas querían saber y votar por sus derechos y más adultos estaban dispuestos a animarlos y facilitarles la tarea.
El viernes 25 de octubre, acompañados por payasos, mimos, saltimbanquis, equilibristas, papayeras y cuenteros, bajo la mirada entre admirada y sorprendida de los adultos, los niños votaron en sus escuelas y colegios dentro de los horarios de sus jornadas; en parques, centros comerciales, parroquias y demás sitios públicos, entre las 9 de la mañana y las 4 de la tarde; en las mesas satélites en cualquier horario hasta las 3 y media de la tarde. En medio del ambiente festivo, cada cierto tiempo ocurría un pequeño acto solemne: un niño o una niña marcaba un X en el tarjetón y, al introducirlo a la urna, generaba un segundo de pausa para conectar el poder de su voz al coro de voces infantiles que minuto a minuto aumentaba de volumen en el país.
A las 10 de la noche de ese viernes memorable, la Registraduría Nacional emitió el último boletín de los datos consolidados del grueso de la votación. A esa hora se habían contabilizado algo más de un millón y medio de votos, cifra que se elevaría notablemente en las horas siguientes. En la sala de prensa de la Registraduría un grupo importante de periodistas y funcionarios de las entidades convocantes del Mandato seguía el desarrollo de la votación a través de las terminales de computador y de una pantalla gigante, con la misma agitación y atención de unos comicios presidenciales. Ante la magnitud de las cifras, a todos les rondaba en la cabeza lo que sintetizaría minutos después Marta Maurás, representante de Unicef para América Latina y el Caribe: “A partir de hoy mismo en cada casa, en cada escuela, en cada municipio nos resta comentar y analizar en profundidad qué significa el pronunciamiento de los niños”. La canción armónica por la vida y la paz entonada por los niños generaba en la sala esa corriente de emoción que, como sucede en los conciertos, pone la piel de gallina y acelera los latidos del corazón. Oscar Jiménez Leal, Presidente del Consejo Nacional Electoral, no fue inmune. Con lágrimas en los ojos, dijo: “Ellos, con la jornada de hoy, nos están demostrando que son capaces de conseguir la tan anhelada paz que nosotros no hemos sido capaces de lograr.”
El 31 de octubre, último día del mes dedicado a los niños en Colombia, un grupo de niñas y niños le entregó los resultados del Mandato al presidente Samper. Juan Elías, en mangas de camisa, terminó así su discurso: “Queremos que Usted, señor Presidente, al igual que todos los adultos de nuestro país, corresponda para buscar todos los medios prácticos y posibles para que se acaben la violencia y la guerra y que no haya más maltrato hacia los niños y hacia Colombia.” De manera organizada y contundente la opinión de los niños y niñas Colombia llegó hasta el más alto representante del poder adulto en el país. Con este mismo documento en la maleta, con el bagaje de esta experiencia, días después Fárliz y Juan Elías partirían para Nueva York para participar en el encuentro de Young Voices.