La Princesa Aina

 

Ocurrió esta historia, mi querida niña, en un país muy, muy lejano. Un país precioso, y muy especial, donde las estrellas bailan en el cielo junto con el sol y la luna; los animalitos del bosque, la ardilla, la liebre, los gatitos, mariquitas y los pajarillos... juegan al escondite; los árboles no son como los que conocemos, ¡No! ¡Que va...! Son muy diferentes, en lugar de tener frutas colgando de sus ramas, tienen golosinas, helados, y regalos.

En este país vivía una hermosa princesita, de cabellos oscuros, pero que a veces por detrás, se veían más claros, más rubios. Tenía cinco añitos. Unos preciosos ojos, grandes y alegres, resaltaban en su rostro; unas manitas pequeñas y juguetonas que con gran entusiasmo hacían cosquillitas y cogían las almohadas para hacer "guerra de almohadas", y unos labios preciosos dispuestos a besar en todo momento. Esta niña, Aina se llamaba, la Princesita Aina.

Aina vivía feliz en su castillo. Un castillo de cristal, con mesitas de azúcar y sillas de algodón. Las camitas eran de terciopelo, y las ventanas de papel. Era un castillo muy divertido, porque no había problema de que las cosas se rompieran. Verás, cuando una silla de algodón se rompía, en lugar de hacerse trocitos, se convertía en muchas sillitas de chocolate... En el jardín había un Tiovivo para que todos los amiguitos de la princesa pudieran jugar y divertirse... Uf, qué maravilloso era vivir en el castillo de la Princesita Aina.

Leunam, el gran rey, era el papi de Aina. Era un rey bueno, cariñoso, comprensivo y el mejor padre del mundo. Quería mucho a su preciosa hija, y siempre estaba jugando con ella. La mamá de Aina vivía en otro castillo, lleno de color y juguetes, no muy lejos del castillo del Rey.

Un día, la princesa Aina, salió del castillo del rey. Jugando con su gatito Caramelo, se adentraron en el bosque. Aún era de día y pensaron en coger un ramo de flores para llevárselas al papi Rey.

Caramelo y Aina, estuvieron cogiendo todo tipo de maravillosas flores, rosas, margaritas, claveles, azucenas, nardos y tulipanes, de todos los colores, hasta que formaron un precioso ramo, pero no se habían dado cuenta de lo tarde que era, hasta que vieron que entre los árboles aparecía la luna...

- ¡¡Oh!! Caramelo, es muy tarde, se está haciendo de noche, y nos hemos perdido... ¿qué podemos hacer?

Caramelo que era un gato muy listo, le dijo a la princesa:

- Mi querida amiga, no te preocupes, llamaré a todos mis amiguitos del bosque y ellos nos enseñarán el camino de regreso a palacio. Entonces, apareció Pantuflo, el ratón de pies grandes, Cielito, el pajarillo alegre y Naranjito el pez travieso. Fue Pantuflo quien preguntó a la princesa:

 

Querida niña. A ver, dime una cosa ¿Cómo es el palacio donde vive el rey Leunam? Dime si hay cerca algún sitio que recuerdes. He de saber hacia dónde debo dirigirme. La princesa, le contó

que cerca de palacio había unos hermosos jardines, con fuentes preciosas que se iluminaban de noche. También había un lago con cisnes y patitos, y muchos animales salvajes...

Pantuflo, al oír la palabra "salvajes", salió corriendo y se escondió debajo de unas hojas secas, y todos los animalitos del bosque se pusieron a reír. Aina, no podía parar de reír al ver a Pantuflo tiritando de miedo. Había olvidado decir que no estaban sueltos sino que estaban en sus casitas dentro del zoo.

Ja, ja, ja, ja, todos reían y se divertían pero fue Cielito, el pajarillo alegre el que tuvo la genial idea.

- ¡Eh! ¡Chicos! Se me ocurre algo estupendo. Como yo puedo volar, volaré alto, muy alto, y seguro que encuentro el palacio. Así luego regresaré y os indicaré el camino.

Entonces alzó el vuelo, y subió muy alto hasta colocarse encima de los árboles.

- Princesa Aina - decía Cielito – ya veo el palacio, y creo que también veo al Rey, me parece que está un poco preocupado.

Cielito, bajó hasta donde se encontraban los demás, y les dijo que ya sabía dónde estaba el Palacio del papi de la princesa.

Todos se pusieron muy contentos, y agarrados de las manos se dispusieron a seguir al pajarillo alegre.

Cuando salieron del bosque, Aina vio a su papi, el Rey Leunam, y salió corriendo hasta llegar a rodearle con sus bracitos. El Rey estaba muy enfadado con la princesa, porque había pasado mucho miedo al verla perdida, y le dijo:

- Nunca, nunca, querida hija, vuelvas a salir de palacio si no es conmigo, y siempre que salgamos iremos de la mano.

Ella sabía que tenía razón, y le dio un tierno beso en la mejilla.

Todos los animalitos aplaudieron porque tanto el Rey como la Princesa estaban felices y contentos.

Cuenta la historia, que todavía después de muchos, muchos años, el Rey Leunam y la Princesita Aina, pasean por el bosque agarrados de la mano.

 

 

 

 

Nota. El cuento original contiene ilustraciones de la autora que trataré poner. (cuando sepa como).

 Carmen G. @ (1.999)