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El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima trinidad, es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. El nos ayuda a cumplir la misión que tenemos cada uno de nosotros.
Con la presencia del Espíritu Santo, todos los cristianos podemos experimentar lo siguiente:
La promesa de Jesús que se cumple: "Si me aman, guardaran mis mandamientos. Yo pediré al Padre y les dará otro consolador para que este con ustedes para siempre, el espíritu de la verdad" (Jn 14, 15-17).
Cualquiera de los cristianos puede dar testimonio de Cristo, gracias a sus siete dones y sus doce frutos.
Poco a poco el seguidor de Jesús es conducido a la verdad completa.
Por la fuerza del Espíritu Santo, recibido en el bautismo, podemos amar a Dios y llamarlo Padre y llamar a los hombres sus hermanos.
El Espíritu Santo construye la comunidad de la iglesia. Como miembros del cuerpo de Cristo estamos llamados a participar de este amor. ¿Cuando recibimos al Espíritu Santo? Los apóstoles recibieron al Espíritu Santo el día de pentecostés, día que recibieron la confirmación de su fe, día que dieron el si definitivo, día que recibieron la fuerza para amar plenamente y convertirse en apóstoles, y así predicar la palabra de Dios. Al Espíritu Santo no lo vemos, lo recibimos y el nos acompaña, durante toda nuestra vida, en cada uno de los sacramentos, desde el bautismo hasta el día de nuestra muerte, en la unción de los enfermos.
El espíritu Santo es como el fuego: brinda luz, seguridad, calor, unión en los hombre. Pero para que el Espíritu Santo pueda actuar en nosotros debemos dejarlo y aceptarlo y dejar que guíe nuestra vida hacia el camino de la verdad, hacia el Padre.
El Espíritu Santo actúo
en la creación (Gen 1, 2), y hablo por los profetas (Credo), esta
ahora junto a los discípulos y en ellos (Jn 14, 17), para enseñarles
y conducirlos, hasta la verdad completa (Jn 16, 13). (CIC 243)
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