MARTIN

Usando la regla dada por Dios para escoger el mensajero para cada edad, eso es: escogemos a aquel cuyo ministerio se aproxima más al ministerio del primer mensajero, Pablo, y prontamente declaramos que el mensajero a Pérgamo fue Martín. Martín nació en Hungría en el año 315 D.C. Sin embargo, el desarrollo de su vida fue en Francia donde obró en y alrededor de Tours como un obispo. El murió en el año 399 D.C. Este gran santo fue tío de otro maravilloso cristiano, San Patricio de Irlanda.

Martín fue convertido a Cristo mientras proseguía su carrera de soldado profesional. Fue mientras todavía estaba en esta ocupación cuando ocurrió un milagro extraordinario. Está registrado que un limosnero enfermo estaba tirado en una de las calles del pueblo en que Martín estaba designado. El frío del invierno era mucho más de lo que él podía soportar porque estaba muy escasamente vestido. Nadie prestaba atención a sus necesidades hasta que llegó Martín. Viendo la situación de este pobre hombre, pero no teniendo una vestidura adicional, se quitó su capa, la cortó por la mitad con su espada, y con ella cubrió al hombre que se estaba congelando. Le atendió lo mejor posible y continuó su marcha.

Esa noche se le apareció el Señor Jesús en una visión. Allí estaba, como un limosnero, envuelto en la mitad de la capa de Martín. El le habló a Martín y le dijo: "Martín, aunque él es solo un catecúmeno, me has vestido con esta vestidura". Desde ese tiempo en adelante, Martín se esforzó por servir al Señor con todo su corazón, y su vida llegó a una serie de milagros que manifestaban el poder de Dios.

Después de haber dejado el ejército, y habiendo llegado a ser un líder en la iglesia, él tomó una posición muy combativa en contra de la idolatría. El cortó sus bosques, quebró las imágenes y derribó los altares. Cuando fue confrontado por los paganos, en vista de sus hechos, él los desafió de la misma manera como lo hizo Elías con los profetas de Baal. Se ofreció para ser atado a un árbol del lado cuesta abajo, el cual creció inclinado hacia la tierra, de manera que cuando fuese cortado él quedaría aplastado si Dios no intervenía para cambiar la dirección del árbol mientras caía. Los paganos astutos le amarraron a un árbol que estaba creciendo al lado de un cerro, seguros de que la atracción natural de la gravedad causaría que el árbol cayera de tal manera que quedara triturado. En el justo momento en que el árbol comenzó a caer, Dios le cambió su dirección hacia la cumbre del cerro, contrario a todas las leyes naturales. Algunos de los paganos que huían fueron aplastados por el árbol cuando cayó.

Historiadores reconocen que cuando menos en tres ocasiones él levantó muertos por fe en el Nombre de Jesús. En una ocasión oró por un niño muerto. Como Elíseo, él se echó sobre el niño y oró y el niño volvió a la vida. En otra ocasión fue llamado para ayudar a libertar a un hermano que estaba preso, el cual era llevado a la muerte en un tiempo de gran persecución; pero cuando él llegó, el hombre ya estaba muerto. Lo habían colgado de un árbol. Su cuerpo estaba sin vida y sus ojos estaban fuera de sus cuencas; pero Martín lo bajó del árbol, y cuando hubo orado, el hombre fue restaurado a la vida y regresó a su familia gozosa.

Martín nunca temía al enemigo, sin importarle quien fuera. Así que él fue personalmente a entrevistarse con un emperador malvado quien era responsable de la muerte de muchos santos llenos del Espíritu. El emperador no le quería conceder audiencia, así que Martín fue a ver a un amigo del emperador, llamado Damasus, un obispo cruel de Roma; pero el obispo, siendo un Cristiano nominal de la vid falsa, no quería interceder. Martín regresó al palacio, pero para entonces las puertas estaban cerradas con llave y no le dejaban entrar. El se postró sobre su rostro delante del Señor y oró que pudiese entrar al palacio. El oyó una voz que le invitaba a levantarse; cuando se levantó, vio que las puertas del palacio se abrían solas. El caminó hacia la corte, pero el emperador arrogante no quiso volver su cabeza para hablar con Martín. Martín oró de nuevo. De repente un fuego vino espontáneamente de la silla del trono y el desdichado emperador se levantó apresuradamente. Seguramente el Señor humilla a los orgullosos y ensalza a los humildes.

Tal fue su ardor en servir al Señor que el diablo fue provocado grandemente. Los enemigos de la verdad alquilaron asesinos para matar a Martín. Estos vinieron ocultamente a su casa y cuando estaban a punto de matarlo, él se levantó y con la cabeza en alto, puso su garganta al paso libre de la espada. Cuando ellos se lanzaron hacia él, repentinamente el poder de Dios los lanzó hacia atrás al otro lado de la habitación. Fueron tan vencidos en medio de aquella atmósfera tan santa y terrible que se acercaron a Martín sobre sus manos y rodillas pidiendo perdón por haber atentado contra su vida.

Con demasiada frecuencia, cuando los hombres son usados por el Señor de una manera especial, llegan a levantarse con orgullo; pero no fue así con Martín. El siempre se mantuvo como un siervo humilde de Dios. Cierta noche cuando se estaba preparando para entrar al púlpito, un limosnero llegó a su oficina y le pidió ropa. Martín se lo encomendó a su diácono principal, el cual de manera arrogante le mandó que se fuera. Entonces él regresó a ver a Martín, quien salió y le dio su propio traje fino; y al diácono le dijo que le trajera otro traje, el cual era de inferior calidad. Esa noche mientras Martín predicaba la Palabra, el pueblo de Dios vio el resplandor suave de una luz blanca alrededor de su persona.

Sin duda éste fue un gran hombre, un verdadero mensajero a esa edad. Nunca deseoso de nada menos que de agradar a Dios, él vivió una vida muy consagrada. Nunca pudo ser inducido a predicar sin haber orado primero y que estuviera en tal estructura espiritual para conocer y entregar el consejo completo de Dios por medio del Espíritu Santo enviado del Cielo. Frecuentemente mantenía a la gente esperándole mientras oraba por una completa seguridad.

Solamente al conocer acerca de Martín y su poderoso ministerio, uno podría pensar que la persecución de los santos había disminuido. Pero no fue así. Todavía sufrían destrucción del diablo por medio de la instrumentalidad de los malvados. Fueron quemados en la estaca, clavados en troncos con la cara hacia el tronco, y luego soltaban sobre ellos perros salvajes que despedazaban la carne y las entrañas, dejando así a las víctimas morir en terrible tortura. Niños fueron sacados del vientre materno y echados a los cerdos. A las mujeres les cortaban los senos y las obligaban a mantenerse de pie mientras que cada palpitación del corazón hacia brotar la sangre hasta que caían muertas. Y al pensar en estas cosas, la tragedia se hace peor cuando nos damos cuenta que todo esto no fue solamente la obra de los paganos, sino que en muchas ocasiones fue causado por los llamados 'Cristianos,' quienes pensaban que le estaban rindiendo servicio a Dios al exterminar a estos fieles soldados de la cruz, quienes se mantuvieron fieles a la Palabra y obedientes al Espíritu Santo.

Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.

San Juan 16:2

Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre.

Mateo 24:9

Martín en verdad fue vindicado como el mensajero a esa edad por medio de señales y prodigios del poder del Espíritu. Y no solamente fue dotado con un gran ministerio, sino que él mismo fue siempre fiel a la Palabra de Dios. Combatió la organización. Resistió al pecado en altos niveles. El fue campeón de la verdad en palabra y en hechos, y vivió una vida de completa victoria Cristiana.

Un biógrafo escribió sobre él: "Nunca nadie lo vio enojado, o perturbado, o agraviado, o riéndose. Siempre era uno y el mismo y su apariencia era algo más que mortal, llevando en su semblante una especie de gozo celestial. Nunca había nada más en sus labios que Cristo, nunca había nada más en su corazón que piedad, paz y compasión. Frecuentemente lloraba aún por los pecados de sus detractores, quienes le atacaban con labios malvados y lenguas venenosas cuando él estaba tranquilo y ausente. Muchos le odiaban por sus virtudes, las cuales ellos no tenían y no podían imitar. ¡Oh, sus atacantes más amargos eran obispos!"

 

Home