Construir los sueños
Construir los sueños,

Ediciones del Instituto Tecnológico de Hermosillo,
Hermosillo, Sonora, México, 1997, 293 pp.
"Epístola 76" pp. 154.

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76.

No pedir nada, no exigir más de lo que se pueda dar o más de lo que se recibe, es virtud humana.

Frecuentemente la teoría rebasa, y con mucho, la realidad tangible. Se dice que somos herencia y circunstancia; se dice que el azar nos determina, se dice que la casualidad está al acecho y nos transforma el rumbo.

Sólo el presente es realidad. Sólo el instante que se vive es indubitable.

Todo lo que es coincidencia o circunstancia puede sugerir, condicionar, determinar o propiciar belleza en el instante. Lo único no sujeto a duda respecto a su existencia como realidad incuestionable es precisamente el contenido del instante que se vive, a excepción de que tal instante sea sueño, alucinación o locura.

El momento que se vive es la única realidad. Lo que pensamos y sentimos, lo que decimos y hacemos es lo que realmente le da esencia y contenido a ese presente.

El sentimiento es libre y se convierte en vida.

Un acto, nuestros actos, surgen de la espontaneidad que se genera en la razón o el sentimiento; espontánea debe ser la expresión de ambos y más rica es cuando no se recibe presión o exigencia externas.

Qué hermoso es leer la sencillez de una palabra que es declaración expresa de libertad y espontaneidad: no exigir, no pedir nada, para que el dar sea esencia en la expresión del pensamiento y la emoción del sentimiento. Así debe ser la vida para que en uno, en ambos, en todos, se dé la plenitud de vida: no exigir, no dudar, no condicionar, no reclamar, no esperar (algo concreto y específico). Y contra eso, sentir. Sentir es poner en juego los sentidos para fundamentar la razón; es ejercer y aplicar los sentidos con toda y sólo la capacidad que sea posible (no más, pero tampoco menos), de manera que el erotismo le dé matiz esencial a la razón y el pensamiento, y elimine la frialdad que puede sesgar su contenido y convertir en erráticos los actos que de ellos se deriven.

El erotismo es capacidad, empeño, disposición y posibilidad de lograr el gozo a través de los sentidos, en todos los ámbitos de la vida humana. Tacto, oído, olfato, gusto y vista son la gran maravilla de la naturaleza humana, que en conjunción con inteligencia, libertad y acción, hacen del hombre la figura central y suprema del universo.

No ajustarse a moldes de perfección es lo que enriquece a la humanidad como género. De ahí surge, sin embargo, la necesidad del hombre de prefigurar la perfección como meta; de ahí el origen de crear el concepto de Dios como perfección incuestionable. Pero también surge el concepto humano que juega como equilibrio mundano, como contra-valor respecto a Dios o éste con respecto al hombre, porque al alejarse cada persona, como individuo, del marco de perfección ejemplificado en Dios, se crea la diversidad, que es riqueza en sí, bondad cotidiana porque la experiencia diaria de esa diversidad rompe con expresión acabada, estática e inamovible del concepto de perfección que maniata y desestimula. Sin embargo, si el concepto de perfección adjudicado a Dios es genérico y no preciso, entonces cada persona -como individuo, como único y diferente a los demás seres del universo- es quien establece y determina su propio concepto de perfección a partir de sus capacidades, intereses, valores, cualidades y circunstancias.

Pero lo más importante y valioso de todo esto, es que aquí estamos, en este presente, con nuestro pensamiento y nuestros sentimientos, sobre los cuales no abrigamos duda.

Estamos haciendo de cada día una expresión espontánea de nosotros mismos para no exigir pero sí, en cambio, dar y compartir sin límites lo que tenemos, lo que pensamos, lo que sentimos; con gusto y con realismo.

Construimos, así, la vida que queremos, la historia personal, siendo consecuentes con nuestros sentimientos, pensamientos y actos.

Vamos, entonces, avanzando en la vida construyendo en y con cada momento el camino, el cual por definición es siempre impredecible.

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