El Combate de la Concepción


"Una Epopeya Inmortal"


Héroes de Chile

La Campaña de la Sierra. Así se denominó a la última y más prolongada etapa de la Guerra del Pacífico. Y ese título le fue aplicado porque, desde abril de 1881 hasta junio de 1884, un grupo de batallones chilenos combatió infatigablemente en las altas mesetas de la sierra peruana contra un ejército resucitado de las cenizas del desastre, por un caudillo: el General Andrés Avelino Cáceres. Tres años y dos meses duró la campaña de la sierra, y fue una contienda bárbara, de salvajismo y crueldad, guerra sin cuartel y sin prisioneros.

En el paisaje elevadisimo de las altas cumbres, entre rocas, nieve y viento, en donde el aire es delgado y apenas alimenta los pulmones, vivieron, se arrastraron y lucharon los soldados de Chile durante aquellos penosos años. A aquella fracción del Ejército chileno se la apodó "la División de los Batallones Solitarios". La Nación chilena, envanecida por el triunfo, después de la ocupación de Lima, se dedicó a celebrar la victoria, que creía definitiva. En cambio, los batallones que quedaron en Perú, bajo el mando del Contraalmirante Patricio Lynch, sostenían una lucha imposible, manteniendo en alto el prestigio de su bandera sin más recursos que su fusil, su fortaleza y su valor.

A Patricio Lynch lo apodaban el "Ultimo Virrey" y también el "Principe Rojo"; y desde la suntuosa sala de los antiguos virreyes, no sólo creaba una nueva administración para el Perú, sino que también guíaba, desde la distancia, a los batallones que combatían en la alta sierra, buscando la paz definitiva con ese país. Los meses de junio y julio de 1882 fueron las más crudas pruebas para él.

El Coronel Estanislado del Canto, Comandante en Jefe de la fuerza expedicionaria establecida en la breña, le enviaba sucesivos comunicados en los que insistía en protestar por el abandono en que se dejaba a sus tropas.

El Gobernador Lynch no dejaba de encontrarle alguna razón, aunque atribuía aquel hecho a la incomunicación que determinaba la distancia existente entre los campamentos de aquellos soldados y el Cuartel General de Lima. Por estas circunstancias, las comunicaciones eran interrumpidas con excesiva frecuencia por las montoneras indias y las tropas regulares del General Cáceres.

El "Brujo de los Andes", era la denominación que todos daban al célebre caudillo serrano. Este parecía poseer el don de la ubicuidad: un día atacaba por el norte, al siguiente por el sur…; estaba en todas partes y no se lo hallaba en ninguna.

Sin embargo, a mediados de junio los informadores del Ejército chileno lo situaban en la ciudad de Ayacucho, aquella era su cuna. De ese poblado y de sus campos aledaños obtenía la mayor parte de sus recursos.

El terreno en que se movían perseguidores y perseguidos era muy accidentado; los montoneros, los indios, las tropas peruanas, se escabullían fácilmente por entre los vericuetos de las altas cumbres. Además, tendían emboscadas, asaltaban de noche los campamentos chilenos y obligaban a la división de Del Canto a prolongar su línea, debilitandola.

Era una distancia excesiva, tenía que reconocerlo el gobernador Lynch; y ello le hacía explicable que el Coronel Del Canto le solicitara autorización para replegarse hacia el norte, acortando su línea.

Patricio Lynch había conocido en las campañas anteriores de esa guerra a un hombre que las reunía todas, pero desesperaba de volver a encontrarlo. Posiblemente había regresado a Chile con las divisiones del General Manuel Baquedano. Se trata del Capitán Andrés Layseca. Fue primero baqueano del Escuadrón Cazadores del Desierto y después perteneció al cuerpo de exploradores del Estado Mayor.

Al día siguente, por la mañana, el Capitán Andrés Layseca se hacia presente en el despacho de Patricio Lynch. Por fin los dos grandes amigos se encontraban nuevamente frente a frente recordando viejos tiempos.


Sin mayor demora ambos se situaron frente a uno de los mapas que Lynch tenía clavados en la pared y comenzaron a analizar las posiciones que ocupaba la División de Del Canto, examinando sus puntos más fuertes y más débiles. La retaguardia, cuartel de enlace y de suministros de esa División se encontraba en un pequeño poblado que se halla en la carretera que sube de Lima al centro minero de la Oroya. Luego, la linea pasa por sobre la cordillera, por el boquete de Antígona, a cinco mil cien metros de altitud, para caer al otro lado, en el pueblo de Tarma, cabecera norte del valle del río Mantaro. Las numerosas haciendas enclavadas en ambas riberas del río se separaban de la siguente manera: los de la orilla derecha, eran en su mayoría de indios, mientras que las de la orilla izquierda pertenecían a blancos, siendo las más extensas propiedad de los frailes franciscanos.

Los frailes franciscanos, obedecían incondicionalmente al Arzobispo Manuel Teodoro del Valle, quien era uno de los enemigos más enconados de Chile. Dicho Arzobispo rigía a su comunidad, a todas las tribus indias y a los montoneros cholos desde un convento ubicado en Santa Rosa de Ocopa, una especie de fortaleza ubicada en una cumbre, a seis kilómetros directamente sobre el pueblo de la Concepción. Esta información proporcionada por el Capitán Andrés Layseca hizo preocupar al Gobernador Lynch, más aún al comprender el grave peligro que representaba la presencia del belicoso Arzobispo para las tropas chilenas acantonadas al pie de la montaña que dominaba el convento.

Durante la última estadia del Capitán Layseca en el pueblo de la Concepción, pudo comprobar de que la guarnición chilena sólo contaba con unos ciento diez hombres aproximadamente, número que no era suficiente para un punto tan amagado. La Concepción constituía el punto más débil de la línea chilena, por el norte las tropas se hallaban acantonadas en Tarma y Jauja y por el sur, en San Jerónimo, Huancayo, sede del Cuartel General, Pucará y Marcavalle.

Al darse cuenta de la peligrosa situación en la que se encontraban las tropas chilenas en la sierra, el Gobernador Lynch le pedió a su viejo amigo que subiese a la sierra para entregar al Coronel Del Canto la orden de agotar todas las posibilidades para no replegar y acortar su línea, a fin de no dejar el paso franco al Ejército de Cáceres.

A primera hora del día siguente, el Capitán Layseca junto a su asistente, partieron rumbo a la sierra para dar cumplimiento a su dificil tarea. La primera etapa del viaje la hicieron en el angosto tren metalero que ascendía desde Lima hasta las minas de la Oroya. Al llegar el convoy a Chicla, ambos descendieron y montaron a caballo y sin mezclarse con los soldados de la guarnición chilena acantonados en aquel punto, comienzo de la prolongada hilera de cuarteles y campamentos que conformaban la línea tendida por la división de Del Canto, tomaron una senda angosta. Ante ellos se levantaba como una muralla, veteada de gris y ocre, la altísima cordillera.

Al llegar al Cuartel General, se encontraron con el Mayor Pedro Julio Quintavalla. Las informaciones que tenía sobre el levantamiento de los indios a lo largo de todo el valle, le hacían pensar que el Ejército expedicionario chileno se vería enfrentado a operaciones que no le sería posible resistir. También se enteraron de que al mando de la guarnición chilena en la Concepción estaba el Capitán Alberto Nebel, con la 2a y la 5a compañía del Regimiento Chacabuco. No sólo las montoneras del Arzobispo Manuel Teodoro del Valle representaban un gran riesgo, sino que también bastaba imaginar el inmenso número de soldados chilenos enfermos de tifus y viruela y de heridos sin atender, para darse cuenta de que la situación en puntos menos socorridos, como era el caso de la Concepción se tornaba más peligrosa con cada día que pasaba.

El Mayor Quintavalla presentía de que Cáceres estaba planeando un ataque de gran envergadura que podría arrasar con Huancayo, la Concepción y si lograba cortarles la retirada a la Oroya, los encajonaría y morirían todos en Tarma y Jauja.

En efecto, el General Cáceres pensaba tal cual lo había expresado el Mayor Quintavalla, sin embargo, su plan contemplaba la pérdida de dos días más antes de su iniciación. Ellos serían empleados en cortar la retirada a los chilenos hacia la Oroya, por el norte y en amagar un ataque desde el sur contra sus campamentos de Marcavalle y Pucará. Mientras las tropas chilenas estuviesen ocupados en defender los dos extremos opuestos de su línea, descargaría un fuerte contingente de tropas sobre su guarnición más débil, a fin de cortar en dos su línea defensiva… el punto escogido sería la Concepción y la fecha de dicho ataque sería el 9 o 10 de julio.

Finalmente el Capitán Layseca junto a su ordenanza llegaban a la cumbre de uno de los tantos cerros que conducían hacia la Concepción, desde ese punto se detuvieron sorpresivamente y al concentrar sus pupilas en los lomos de los cerros que envolvían al pueblo, descubrieron, mimetizadas con los riscos, millares de cabezas cubiertas con gorros de lana y orejeras, cabezas inconfundibles de los indios serranos. Era la prueba indiscutible de que la Concepción estaba a punto de convertirse en un infierno, en un matadero y sin perder más tiempo ambos jinetes apresuraron el descenso al pueblo.

Una vez en el pueblo, la pequeña plaza central estaba repleta de carretas desvencijadas, en torno a las cuales vagaban como espectros numerosos heridos, soldaderas y soldados extenuados, Layseca cruzó por entre ellos con expresión de lástima y se dirigió al cuartel, instalado en la antigua casa parroquial. Allí encontró al Capitán Alberto Nebel, jefe de la escasa guarnición.

Al mirar por el interior de la comandancia, todo allí dejaba traslucir el desconcierto y el abandono. El Capitán Layseca le contó sobre el importante correo y órdenes que transportaba para el Coronel Del Canto, a lo que Nebel con gran nerviosismo le recomendaba que continuase pronto su camino con la esperanza de que mientras más rápido su Coronel recibiese dichas órdenes, más rápido serían todos sacados de aquel infierno.

A los pocos minutos, el Capitán Layseca y su ordenanza, estaban listos sobre sus caballos de refresco, dispuestos a continuar su viaje rumbo a Huancayo.

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Ultima modificación realizada el 01 de Enero 2001.

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