TESTIMONIO DE JORGE SALAS DIRCIO


Marzo de 1997

El 23 de febrero Jorge Salas Dircio era sólo un colaborador del Ejército Popular Revolucionario. Como chacharero ambulante que recorría toda la zona montañosa de Coyuca, llevaba y traía entre su mercancía ``recaditos'' para sus ``contactos''. Papelitos cuyo contenido --analfabeta él-- ni leía ni le interesaban. Se decía: ``No quiero compromiso definitivo. Total que esta lucha es larga. Más adelante... a ver''.

Esa decisión que le reservaba al futuro se le adelantó abruptamente a este náhuatl de La Montaña, emigrado a la Costa Grande el 23 de febrero. Ese día, de madrugada, fue secuestrado, vendado y trasladado por avión a un sitio desconocido. Ahí fue torturado y ``persuadido'' de abandonar a la organización y ayudar a los agentes ``del gobierno de Estados Unidos'' a infiltrar a alguna columna del EPR. El aceptó ``por susto y por miedo'' pero una vez libre, el día 28, ``mi corazón me llevó por otro lado''.

Contactó a la guerrilla, denunció el hecho y a los 54 años de vida con una severa lesión en la columna, en la región lumbar, con varios hematomas --todo secuela de los golpes recibidos-- desertó de su compromiso de colaborar con inteligencia militar y pasó a la clandestinidad.

``Ya no hay de otra. El gobierno me obligó. Ahora estoy pidiendo mi ingreso definitivo'' como combatiente del EPR.

Mientras tanto, dos miembros de la comandancia general de esta organización, Oscar y Vicente, convocaron el lunes a una pequeña conferencia de prensa para dar a conocer el testimonio del indígena Salas Dircio porque, indicaron, ``hay peligro de muerte'' para algunos guerrerenses que figuran en la lista de quienes el desertor debía delatar, según las exigencias de los agentes de inteligencia militar que lo habían secuestrado. Entre ellos hay viudas de Aguas Blancas, sobrevivientes de esa matanza, comerciantes como él, campesinos y dirigentes agrarios.

El pañuelo verde con que don Jorge cubre su cabeza se le pega a la boca, a la nariz. Jala aire con tanta dificultad que al final es autorizado a despojarse de la capucha para que pueda hablar con mayor soltura. Para poder viajar de Guerrero a la ciudad de México le tuvieron que teñir el pelo blanco en un tono rojizo. Aún está ``mareado y confundido. Como que ya no cuento con mi cabeza'', dice.

Este es su relato, desde el principio, articulado con dificultad porque dice que su dialecto no es el español sino el mexicano.

``El domingo 23 de febrero salí a trabajar. Eran como las 5:50, cuando la gente todavía no se levantaba. Salgo y veo gente donde están los postes de luz. Pienso: son los lectricistas. Me sigo caminando y ellos echan a andar su camioneta. Se arriman a la cuneta y me caen encima.

``--Ya te vas a tu contacto ¿verdad, hijo de la chingada?

``--No, voy a chambear. Sólo traigo 14 pesos, lo del pasaje.

``Y que me tuercen los brazos para atrás y me suben a la camioneta. Me tuercen mi cabeza sobre mis patas. Y que me llevan, tapado de mis ojos. Creo que a Chilpancingo. Ahí me pasan a varios transportes hasta que me suben a un licóptero, un avión, sabrá Dios''.

En el sitio del interrogatorio --gesticula don Jorge para explicar la forma como fue amarrado a una silla, con los ojos vendados-- le dicen: ``Ahora vas a cooperar o si no, te vamos a hacer pedazos. Y no te hagas pendejo''. Cuenta que le dan piquetes en los pies, en los dedos, en el pecho. Que le meten un líquido a la boca que lo entume. Que él pide que le den dos balazos y ya, pero que sus captores dicen que lo van a hacer pedazos. A uno le dicen mayor, a otro capitán. Otros hablan como los gringos que él ha escuchado en Acapulco ``y tenían los brazos blancos y gruesos''. Le pegan con algo ``duro como una tabla pero como de hule'' en la nuca. Lo ``remuelen'' hasta que lo dejan ``trasfumado y tembloroso''.

Le preguntan por sus contactos: por Miguel, por Aníbal y Ernesto, por el hombre que lo reclutó, Plácido, ya difunto.

Le ofrecen dinero, ``ponerle un negocio'' y llevarlo a un estado donde nadie lo conozca, a cambio de que entregue a cualquiera de esos tres. El dice que sí. Hasta escoge estado donde huir: Michoacán. Lleva tres días sin alimentos ni agua. Está muy golpeado y sólo quiere morir o salir de ésta. Le dicen que ya tienen ahí a su hija, a su familia. Además escucha otros gritos de dolor de hombres, mujeres y hasta chamacos.

Luego ``empezaron los toques léctricos. Y grité con mi estómago y mi corazón''. Entonces los agentes le empezaron a hablar diferente. Y él dijo que sí a todo. Que iba a entregar a Aníbal, a Miguel. Le llevaron un café y una torta, lo dejaron bañarse con agua caliente. El empezó a decirle ``mi mayor'' al torturador.

Un capitán le llevó un catálogo ``gordísimo'' con fotos a color, con las copias de las fotos que están en la lista de electores del IFE, con retratos hablados. Y le fueron señalando uno a uno, a los que quieren que delate: un Gabino, un Aníbal, Miguel Castro, de San Francisco del Tibor, seudónimo Enrique; un Gustavo, un Miguel que dicen que cojea, un Ernesto que dicen que tiene un diente de oro; Ramiro, Andrés, Saúl, todos por sus fotos del IFE, una que le dicen La Güera. Y otra, Roberta.

Le dicen que delate a Cleto Pastrana, su esposa y sus dos hijos; a Baldomero Florente y a su esposa, padres de una víctima de Aguas Blancas, y a su hermano Juvenal. De ellos tienen fotos. Son de Paso del Real.

Que delate también al señor Mingo y a sus padres, a Emiliano, a Roberto y a Régulo Reséndiz, de Atoyaquillo. Y a Fermín, también de allá.

Del barrio Pueblo Viejo andan buscando a Pedro Leonardo, hijo de Plácido, que trabaja en la Coalición de Ejidos de la Costa Grande; a don Cheto, el comisario y a su hijo. Y a Emiliano.

De Yerba Santita a Aristeo Morales y a su hermano, y a la familia Adame. A varios de la cabecera municipal: Nato Huizache, Reina Huizache, Paula, una de las viudas de Aguas Blancas; Héctor Ponce Radilla, del PRD. A Sofío Tornez, delegado de la colonia Campamento. Otros del PRD: Jorge Salas y Octavio, y su hermana Silvia. A dos vendedores del mercado, Francisco Honorato y Pablo. Y a la hija de Jorge Salas, Lucía, a quien amenazaron con matar si él no colaboraba.

Después de esta última amenaza, Salas Dircio dijo a todo que sí. A cambio ``de mucho dinero'' y hasta de un escolta que lo proteja de los compañeros que va a traicionar. Le proponen un plan: él entrega a sus contactos, lleva a un agente infiltrado para que lo acepten en una columna del EPR y les entrega fotocopias de todos los ``recaditos'' que lleve para la guerrilla. Hasta firmó un papel, comprometiéndose.

Hicieron cita para el próximo miércoles en la terminal Estrella de Oro, de Acapulco. Pero él llegó el sábado a su casa, se tomó unas cervezas como si nada y el domingo se escabulló. Hoy está en México, con el pelo teñido, las naves quemadas, sin retorno.

La señora y la hija de Salas Dircio ya están a salvo. No así su madre, Rosa Dircio, de 75 años. Ella corre peligro de sufrir las represalias; don Jorge pide que no tomen venganza con ella ``que no tiene ninguna culpa''.

Fin de la historia. Los comandantes sólo aportan unas conclusiones más: ``Alertamos contra cualquier situación de escarmiento o represalia por esta denuncia. Y advertimos que si ocurre vamos a responder''. Dos cosas centrales de esta denuncia subraya Vicente: ``Que el FBI está cada vez más activo en la contrainsurgencia en Guerrero. Y que las listas del IFE se están utilizando para la represión''. Finalmente, los dos miembros de la comandancia general del EPR demandaron que las comisiones de derechos humanos tomen nota de la tortura ``a los presos de guerra'' de la guerrilla guerrerense y que ``el Comité de la Cruz Roja Internacional intervenga para exigir el trato de prisioneros de guerra conforme a la Convención de Ginebra''.

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Este testimonio fue presentado por Blanche Petrich en el diario La Jornada del 12 de marzo de 1997

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