Ciento por uno

Iba yo por el camino de la aldea, cuando tu carroza apareció a lo lejos,
magnífica y resplandeciente.

Y al pasar junto a mi se detuvo. Entonces tú me miraste a los ojos y bajaste
sonriendo. Sentí que me invadía la felicidad de la vida y pensé que las penurias
de mis días malos habían terminado.

Más luego tú me tendiste tu diestra y me dijiste: "¿Puedes darme alguna cosa?"
¡Ah, que ocurrencia la de tu realeza, pedirle a un mendigo!

Yo estaba confuso y no sabía que hacer, entonces saqué lentamente de mi saco un
granito de trigo y te lo di.

Pero que tristeza la mía, cuando al caer la tarde y vaciar mi saco en la arena,
encontré un granito de oro en la miseria del montón.

Qué amargamente lloré el no haber tenido corazón, para darme todo.