El fuego y el agua

 

En el siglo cuarto A.C., escondido dentro del estado de Lu, se
hallaba el distrito que gobernaba el Duque Chuang. A pesar de ser
pequeño, el distrito había prosperado extraordinariamente bajo el
régimen de su predecesor.
Pero que desde Chuang había sido nombrado al cargo, la situación se
había deteriorado notoriamente.

Desilusionado por el triste desarrollo de los eventos, Chuang se
dirigió al monte Han para buscar la sabiduría del gran maestro Mu-sun.

Cuando el Duque llegó a la montaña encontró al gran maestro sentado
serenamente en una roca que miraba al valle vecino. Luego de explicar
su situación a Mu-sun, el Duque espero casi sin aliento a que el gran
maestro hablara. Pero contra todas las expectativas de Chuang el
maestro no murmuró ni una palabra. En vez de eso, sonrió ligeramente y
le indicó al Duque que lo siguiera.

Silenciosamente caminaron hasta llegar al río Tan Fu, tan largo y tan
extenso que no podía verse su otra orilla. Después de meditar sobre
el río, Mu-sun se dispuso a encender una fogata. Cuando por fin estuvo
encendida y las llamas danzaban libremente, el maestro hizo que Chuang
se sentara a su lado. Allí permanecieron sentados durante largas horas
viendo el fuego resplandecer en la noche.

Al amanecer, cuando las llamas dejaron de lanzar, Mu-sun apuntó
hacia el río. Entonces, y por primera vez desde la llegada del Duque,
el gran maestro habló: "¿Entiendes ahora por qué tu eres incapaz de
lograr lo que tu antecesor hizo para mantener la grandeza de tu
distrito?"

Chuang lo miró perplejo. Ahora entendía mucho menos que antes.
Lentamente la vergüenza lo invadió. "Gran maestro", dijo, perdonad mi
ignorancia, pero la sabiduría que pretendéis impartir no la logro
comprender." Mu-sun habló entonces por segunda vez: "Reflexiona Chuang,
en la esencia del fuego que ardió frente a nosotros anoche. Era fuerte
y poderoso. Sus llamas saltaban hacia arriba mientras danzaban y
crujían con vanagloriado orgullo.
Ni el más fuerte tronco ni las bestias más salvajes podrían superar su
extraordinaria fuerza. Con facilidad habría podido conquistar todo
lo que estuviera en su camino.

En contraste, Chuang, considera al río. Comienza nada más como un
pequeño chorro en las montañas lejanas. A veces fluye lentamente,
otras veces apresurado, pero siempre navega hacia abajo tomando las
tierras bajas como curso. Generosamente humedece cada hendidura de
la tierra y es tan humilde su naturaleza. Cuando tratamos de escuchar
sus aguas vagamente las oímos. Y cuando lo tocamos, escasamente lo
sentimos, pues es tan gentil su esencia.

Y al final, qué quedó de aquel poderoso fuego? Sólo un puñado de
cenizas.
Porque el fuego es tan fuerte, Chuang, que no sólo destruye todo lo
que encuentra en su camino, sino que eventualmente cae presa de su
propio poder y es consumido. Lo que no ocurre al calmado y sereno río.
Porque así ha sido, así es y así siempre será: siempre fluyendo,
creciendo más profundo, más ancho, nunca más poderoso de cuando
termina su viaje en el insondable océano, siempre llevando vida y
sustento a todos.

Luego de un momento de silencio, Mu-sun miró al Duque. "Así como
ocurre en la naturaleza, ocurre con los gobernantes. Porque así como
no es el fuego sino al agua la que envuelve todo y es fuente de
vida, no son los gobernantes poderosos y autoritarios sino los que
con humildad y con fortaleza interior capturan los corazones de la
gente y son manantiales de prosperidad para sus estados.
Reflexiona Chuang, "continuó el maestro, "en que tipo de gobernante
eres tú. Quizás la respuesta que buscas se encuentre allí."

Como un relámpago, la realidad atrapó el corazón del Duque. Ya no
orgulloso, sino avergonzado e inseguro, miró hacia arriba. No podía
ver otra cosa que el sol leva
ntándose sobre el río.


Autor Desconocido