El principe feliz

Sobre una columna muy alta, dominando toda la ciudad, se alzaba en la plaza la estatua del príncipe feliz. Estaba recubierta de oro; sus ojos eran dos zafiros azules, y un gran rubí rojo brillaba en la empuñadura de su espada.

Una noche una golondrina decidió refugiarse entre los pies de la estatua, pero cuando metía la cabeza debajo del ala para dormir, le cayó encima una gota de agua, y luego otra. Miró para arriba y vio que el príncipe lloraba.

- ¿Por qué lloras? - le preguntó.

- Porque veo todas las miserias que pasan en la ciudad. Ahora veo a una pobre costurera que vive en una casa pequeñita con su hijo que está muy enfermo y hambriento. ¡Por favor, golondrina! llévale el rubí de espada. Yo no puedo moverme de aquí.

La golondrina arrancó el rubí y salió volando hacia la humilde casa de la costurera que se había quedado dormida de tanto trabajar y le dejó el rubí sobre la tela que estaba bordando.

Cuando regresó a la estatua, el príncipe le dijo:
- Mira en la buhardilla de aquella casa tan alta, hay un joven escribiendo una obra de teatro para niños. No tiene con qué calentarse y se ha desmayado de hambre. Coge el zafiro de uno de mis ojos y entrégaselo.

La golondrina tomó el zafiro y volando entre las chimeneas, tejados, torres y campanarios dejó la joya sobre la mesa del escritor. Cuando volvió en sí y la vio se puso muy contento, porque ya podía calentarse, comer y terminar la obra.

La golondrina visitó el puerto y el barrio de pescadores regresando a los pies del príncipe.

- Mira, golondrina -dijo el príncipe-, abajo en la plaza hay una niña muy pobre que vende cerillas, pero cruzar el puente ha tropezado con la acera y se le han caído las cerillas al río. Su padre la reñirá, si vuelve a casa sin dinero. Coge el zafiro del otro ojo y dáselo. La golondrina cogió el zafiro y pasando sobre la niña dejó caer en su mano. La niña corrió a su casa con aquel cristal tan precioso.

El príncipe ya no podía ver. La golondrina pudo comprobar la miseria de que el príncipe la hablaba y cómo mientras los ricos vivían en grandes casas situadas en grandes avenidas y se divertían, los pobres vivían casas pequeñas y viejas, estaban tristes, bebían agua de las fuentes y apenas tenían qué comer.

- Arranca el oro que cubre mi cuerpo y repártelo entre los pobres - dijo el príncipe.

La golondrina distribuyó las láminas de oro por los barrios más pobres de la ciudad, y sus habitantes daban gracias porque de nuevo podrían ir a las tiendas a comprar alimentos para sus hijos.

Y la golondrina se quedó a vivir junto al príncipe, en la plaza, donde había unos hermosos jardines que regaban los chorros de unas grandes fuentes, para contarle lo feliz que había hecho a la gente más necesitada.

 

 

 

 

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