El valor de la oración

 


Una mujer pobremente vestida, con un rostro que reflejaba derrota, entró a una
tienda. La mujer se acercó al dueño de la tienda y, en la manera más humilde,
le preguntó si podía llevarse algunas cosas a crédito (lo que los mexicanos
conocemos como fiado).

Con voz suave le explicó que su esposo estaba muy enfermo y que no podía
trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida. El dueño le gritó y le pidió
que abandonara su tienda. Viendo la necesidad que estaba pasando su familia la
mujer continuó: "¡Por favor señor! Se lo pagaré tan pronto como pueda". El
dueño le dijo que no podía darle crédito ya que no tenía una cuenta de crédito
en su tienda.

De pie cerca del mostrador se encontraba un cliente que escuchó la conversación
entre el dueño de la tienda y la mujer. El cliente se acercó y le dijo al dueño
de la tienda que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su
familia.

El dueño, de una manera muy tosca, preguntó a la mujer: "Tiene usted una lista
de compra?". La mujer dijo: "Si señor". "Está bien," dijo el dueño, "ponga su
lista en la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles". La
mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de
papel y escribió algo en él.

Puso el pedazo de papel, cabizbaja aún, en la balanza. Los ojos del dueño y el
cliente se llenaron de asombro cuando la balanza se fue hasta lo mas bajo y se
quedó así. El dueño entonces, sin dejar de mirar la balanza y de mala gana,
dijo: "¡No lo puedo creer!".

El cliente sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la
balanza. La balanza no se movió por lo que continuó poniendo más y más
comestibles hasta que no aguantó más.

El dueño se quedó allí parado con gran disgusto. Finalmente, agarró el pedazo
de papel y lo miró con mucho más asombro.... No era una lista de compra, era
una oración que decía: "Querido Señor, tú conoces mis necesidades y yo voy a
dejar esto en tus manos".

El dueño de la tienda le dio los comestibles que había reunido y quedó allí en
silencio. La mujer le agradeció y abandonó su tienda. El cliente le entregó un
billete de cincuenta dólares al dueño y le dijo: "Valió cada centavo de este
billete".

Sólo Dios sabe cuánto pesa una Oración.

 

 


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