Feliz Navidad

José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. << Ven, María. Esta vacía. No hay sino un buey.>> José sonríe. <<Mejor que nada...>> María baja del borriquillo y entra.

José puso la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar.
Se ve que todo esta lleno de telarañas. El suelo, que esta batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus inquietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de la hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.

María se sienta en rústico banco, cansada, mira y sonríe. Todo esta ya pronto.
María se acomoda lo mejor que puede, con las espaldas encorvadas contra su tronco. José adorna todo aquel… ajuar, pone su manto como una cortina en la entrada que hace de puerta. Una defensa muy pobre.
<< Duerme ahora>> le dice. <<Yo velare para que el fuego no se apague.
Afortunadamente hay leña, esperaremos que dure y que arda. Así podremos ahorrar el aceite de la lámpara.>>

María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenia antes en los pies.

<< Pero tú vas a tener frío… >>
<< No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Mañana será mejor. >> María cierra los ojos No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no duraran mucho.

José se pone de pie y despacio se acerca a donde esta María.

<< ¿No te has dormido?>> le pregunta. Y por tres veces lo hace hasta que ella se estremece, y responde: << Estoy orando>> << ¿Te hace falta algo?>> << Nada José>> << Trata de dormir un poco. Al menos de descansar>> << Lo haré. Pero el orar no me cansa>> << Buenas noches, María>> << Buenas noches, José>>

Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora esta sobre su cabeza que ora.

María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase y nuevamente se pone de rodillas. Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. La luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, todo parece como si de Ella procediese. Parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es depositaria de la luz. La que será la Luz del mundo.

María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve sus manitas gorditas como capullo de rosa, y sus piecitos que podría estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, mueve su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mama sostiene sobre la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre su cabecita, sino sobre su pecho, donde palpita su corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada.
Se la cura de antemano su Mamita con un beso inmaculado.

<< José, ven.>>

José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y esta para caer de rodillas donde se encuentra, sino es que María insiste: << Ven, José>>,

<<Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre> dice María.

Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: << Heme aquí. En su Nombre, ¡Oh Dios! Te digo esto. Heme aquí para hacer tu voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo.

Aquí están tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, tu voluntad, para gloria tuya y por amor tuyo.>> Luego María se inclina y dice: << Tómalo, José>> y ofrece al Pequeñín.

José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que llora de frío y cuando lo tienen entre sus brazos no siente mas el deseo de tenerlo separado de si por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lagrimas: << ¡Oh, Señor, Dios mío ¡>>

<<Toma mi manto>> Dice María.
<<Tendrás frío>>
<<-¡Oh, no importa! La capa es muy tosca, el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada, con tal de que no sufra El.>>

José toma el ancho manto de delicada lana color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno. El primer lecho del Salvador está ya preparado.

María con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con su manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobre sale del heno. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.

Autor Desconocido