Hay
un tiempo para anticipar la llegada del bebé, un tiempo
para consultar al médico. Un tiempo para soñar
lo que será este niño cuando crezca. Un tiempo
para pedirle a Dios que me enseñe a criar al hijo que
llevo en mis entrañas. Un tiempo para preparar mi alma,
para alimentar la suya, pues muy pronto llegará el
día en que nacerá. Porque los hijos no esperan.
Hay
un tiempo para alimentarlo durante la noche, para cólicos
y biberones. Hay un tiempo para mecerlo y un tiempo para pasearlo
por la habitación, con paciencia y abnegación.
Un tiempo para mostrarle que su nuevo mundo es un mundo de
amor, de bondad y de dependencia. Hay un tiempo para maravillarme
de lo que él es: una persona, un ser creado a imagen
de Dios. He resuelto hacer lo máximo a mi alcance.
Porque los hijos no esperan.
Hay
un tiempo para tenerlo entre mis brazos y contarle la historia
más hermosa que jamás haya oído. Un tiempo
para hablarle de Dios y enseñarle a maravillarse y
sentir asombro. Hay un tiempo para llevarlo al parque a columpiarse,
de correr con él una carrera, hacerle un dibujo y darle
compañerismo lleno de alegría. Hay un tiempo
para enseñarle el camino y enseñarle a orar
con sus labios de niño y enseñarle a amar la
palabra de Dios. Porque los hijos no esperan.
Hay
un tiempo para cantar en vez de renegar, sonreír en
vez de fruncir el ceño, un tiempo para compartir con
él mis mejores actitudes, mi amor por la vida, mi amor
por Dios, mi amor por los míos. Hay un tiempo para
contestar a todas sus preguntas, porque quizá vendrá
el momento en que no querrá escuchar mis respuestas.
Hay un tiempo para enseñarle muy pacientemente a obedecer,
a poner en su lugar los juguetes, hay un tiempo para mostrarle
lo hermoso del deber cumplido, de adquirir el hábito
de leer la biblia, de gozarse en la comunión, de conocer
la paz que viene por la oración, Porque los hijos no
esperan.
Hay
un tiempo para verlo partir valientemente a la escuela y extrañar
su manera de estar siempre alrededor mío, de saber
que estaré allí para responder a su llamado
cuando vuelva de la escuela y escuchar con interés
sus descripciones de lo acontecido en ese día. Hay
un tiempo para enseñarle a ser independiente, a tener
responsabilidad, de saber disciplinarlo con amor, porque pronto
llegará el momento de dejarlo partir y de soltar los
lazos que lo sujetan a mi falda, Porque los hijos no esperan.
Hay
un tiempo para atesorar cada instante fugaz de su niñez,
para inspirarlo y prepararlo. No voy a cambiar este derecho
natural por ese "plato de lentejas" llamado posición
social o reputación profesional o por un cheque de
sueldo. Una hora de dedicación hoy, podrá salvar
años de dolor mañana. La casa puede esperar,
los platos pueden esperar, la pieza nueva puede esperar, Porque
los hijos no esperan.
Llegará
el momento en que ya no habrá más puertas que
golpean, ni juguetes, ni peleas entre ellos, ni marcas en
las paredes; entonces podré mirar atrás con
gozo y saber que estos años de ser madre no se desperdiciaron.
Pido a Dios que llegue el momento en que pueda ver al retoño
un ser íntegro, amando a Dios y sirviendo a los demás.
Dios mío, dame la sabiduría para saber que hoy
es el día de mis hijos, no existen los momentos de
poca importancia en sus vidas. Que sepa comprender que no
hay carrera mejor, ni trabajo más remunerador, ni tarea
más urgente. Que yo no postergue ni descuide esta labor,
que pueda aceptarla con gozo, y que con la ayuda del Espíritu
Santo me dé cuenta que el tiempo es breve y que mi
tiempo es hoy, Porque los hijos no esperan.
Autor
desconocido
|