Dame
Señor, un hijo
Que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil,
Y lo bastante valeroso para enfrentarse a sí mismo
cuando sienta miedo.
Un
hijo que sea orgulloso e inflexible en la derrota,
Y humilde y magnánimo en la victoria.
Dame
un hijo que nunca doble la espalda cuando deba erguir el pecho.
Un
hijo que sepa conocerte a Ti...
Y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental
del conocimiento.
Condúcelo,
te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil,
Sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades
y los retos.
Y
ahí, déjalo aprender a sostenerse firme en la
tempestad,
Cuyos ideales sean altos.
Un
hijo que se domine a sí mismo antes que pretenda dominar
a los demás;
Un
hijo que avance hacia el futuro,
Pero que nunca se olvide del pasado.
Y
después de que todo eso sea de él,
Agrégale, te lo suplico, suficiente sentido del humor,
De modo que pueda ser siempre serio,
Pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio.
Dale
humildad,
Para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera
grandeza,
La imparcialidad de la verdadera sabiduría
Y la mansedumbre de la verdadera fuerza.
Entonces,
yo, su padre, me atreveré a murmurar:
¡No
he vivido en vano!