Un día,
estaba Juan con algunos de sus amigos en una biblioteca. Estaban
reunidos porque buscaban información para un trabajo final. La
plática era
amena y con muy diversos temas, desde la escuela hasta sus relaciones
familiares y sentimentales.
Entonces, uno de ellos al estar hojeando una de los periódicos,
encontró una
noticia que llamo su atención: Crece el número de libros
vendidos de Satanismo
y alabanza al mal.
La plática comenzó a tornar alrededor de este tema, diversas
opiniones
surgieron entre ellos, polémicas y un poco de discusiones fuertes,
porque no
había un acuerdo entre ellos. Cuando se dieron cuenta, ya habían
estado
platicando de este tema más de una hora, y no habían llegado
a un acuerdo.
Salieron de la biblioteca siendo tan amigos como antes, antes de llegar
al
metro, cada quien tomó su rumbo. Juan se fue con otro amigo,
subieron e iban
platicando amenamente. De repente, Juan recuerda que ese día
en la tarde, se
va a celebrar una misa, porque la abuelita de uno de sus mejores amigos,
había
fallecido.
Su amigo lo miró con extrañeza, y le preguntó
porque iba a misa, si lo
obligaban, Juan explicó que no, que él va con gusto. Entonces
el amigo cambió
el tema repentinamente.
Juan, contrariado, siguió platicando con él. Al llegar
a su casa, se puso a
reflexionar sobre las dos pláticas que tuvo con sus amigos, la
primera en la
biblioteca, que duró más de una hora, en donde hablaban
de Satanás, y la
segunda, en el metro, con su amigo, donde hablaban de Dios, la cual
duró menos
de 1 minuto.
Y le surgió una pregunta difícil de responder: ¿Por
qué hablar de Dios con la
demás gente es mucho más complicado, que hablar de cosas
contrarias?
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