For those who may not have noticed, or do not understand the language, this story is written in Spanish. If you do, understand it, by all means read! Otherwise, you may go back.


Escrita Por: Karli Lopez #98053
El hombre que vivía solo, en su locura
Este cuento era para la clase de español y decidí publicarlo, cualquier comentario o crítica será bienvenida.

Alfredo - el loco, vivía solo y trabajaba en una compañía que empacaba cereales para el desayuno. Él trabajaba como operador de mantenimiento de las máquinas de empaque. Pudo haber conseguido un mejor trabajo, pero por sus temores injustificados, se quedó en donde estaba y no se atrevió a buscar algo mejor. Su trabajo por lo menos le pagaba lo suficiente para que se sostuviera - pero sólo a él y nadie más. Vivía en una casa alquilada, en los suburbios de la ciudad y viajaba a su trabajo en guagua o en tren subterraneo, todos los días. No conoce muy bien a sus compañeros de trabajo y menos a sus vecinos, pero conversaban regularmente cuando se encontraban.

Mejor sería decir que no lo conocen a él. Él tenía la capacidad de observar calladamente las conversaciones que ocurrían alrededor y conocer mucho de una persona. Las analizaba con suma precisión y determinaba sus ansias, temores, gustos, problemas y muchas cosas más. Era algo totalmente sorprendente, aunque nadie se daba cuenta.

Él en algunas raras veces hablaba con sus conocidos. Pero esas conversaciones no duraban mucho tiempo, pronto el pobre Alfredo exponía su inteligencia y comenzaba a hablar de un millón de cosas de los cuales la otra persona no entendía. Ya sea de "quarks", leptones, muones, la velocidad de la luz, la edad del universo o la destrucción de los bosques tropicales, él hablaba de ellos. Estoy seguro que en ese momento conseguiría un buen empleo en alguna compañía o universidad prestigiosa, si su oyente le estuviera haciendo una entrevista para conseguir empleo. Lamentablemente la realidad era otra. Él confundía tanto a la gente que generalmente se enojaban un poco y buscaban alguna excusa para irse. Por esa razón era que no tenía muchos amigos, y poco a poco, cada día la soledad le arrancaba un pedazo de lo que le restaba de sanidad por dentro.

El desdichado era tan orgulloso y callado que ninguno de sus pocos amigos se daban cuenta de su locura. Sabían de su desdicha económica o se lo imaganinaban. Nunca supieron del sufrimiento que llevaba adentro y cómo poco a poco, se destrozaba a sí mismo.

Ese sufrimiento comenzó desde cuando era un niño, desde que creció con su "familia." Esa supuesta familia, sólo consistía de él y su madre. Su padre era un alcohólico que dejó a su madre por una botella de whisky y otra muchacha más joven que ella, entonces Alfredo sólo tenía apenas un año.

Su madre fumaba y bebía un poco. Aunque no le pegaba, como el padre le hacía a ella. Sí, lo maltrató sicológicamente de una forma severa. Ella siempre lo insultaba, le decía que lo que hacía estaba mal, o lo criticaba por la más mínima cosa. Pensaba que era por su bien y que lo hacía para protegerlo, para que no le pasara "lo que le pasó a ella con su novio." Tal vez eso fuera cierto, si alguna vez en su vida le hubiera dicho algo positivo o algún comentario positivo para que se hubiera sentido bien en algún momento. Él entonces cerró su corazón y su mente al mundo exterior y creció prácticamente solo. No hablaba mucho con sus compañeros de clase aunque era excelente estudiante. Muchos de ellos pesaban que él sería el próximo magnate multimillonario, pero, lamentablemente, la realidad fue otra. Llegó a la adolecencia y lo único en que pensaba era en salir de la escuela, buscar un trabajo para así mudarse fuera de su casa. Pensó que los estudios los continuaría una vez estuviera bien establecido en su trabajo, pero ese día nunca llegó. Se quedó en el mismo trabajo que había conseguido y no progresó. Lo único que le preocupaba era que no perder su empleo, porque serían momentos muy dificiles para su bolsillo.

Irónicamente, Alfredo era una persona, además de inteligente, creativa, y a veces se pasaba inventando cosas. Una de esas cosas era su pistola casera. Él había comprado una pistola de jugar "gotcha" y le aumentó la fuerza con la que disparaba. Lo que la gente normalmente hace es mover un tornillo para que el gas entre con más presión. Lo que él hizo, además de eso, fue: comprar un tanque con más capacidad que usaba nitrógeno en vez de dióxido de carbono, añadirle un aditamento que con una apertura más pequeña aumentaba más la presión, cubrir el tanque con una hoja de un compuesto químico que le aumentaba la temperatura y usar un paquete de canícas como munición. Al usar el nitrógeno y añadirle la sustancia, podía así mantener el nitrógeno a una temperatura más alta, pero sin disminuirle mucho la cantidad de gas que podía aguantar. Este sistema, cuando lo completó, tenía la fuerza para penetrar la piel e inflingirle a la víctima una herda posiblemente mortal. Sus intenciones para crear este artefacto era para defenderse si acaso un ladrón invadía la casa. Realmente no era tan necesario, puesto que la criminalidad no era tal alta en su vecindario. Aún así, la tenía por su seguridad y pensaba que donde vivía estaba en peligro.

Era una de esas noches usuales y rutinarias después de salir de su trabajo y estaba caminando por la acera distraído y preocupado por algo. Aquella tarde había comenzado una discusíon con su supervidor por la mala calidad de los instrumentos que usaba para reparar sus sistemas. Había comenzado una discusión - pero nunca llegó a terminarla. Por primera vez en su vida - por lo menos la vida que él recordaba - había discutido con alguien, además de su madre. Por unos cortos momentos había perdido el temor, el temor ante todo, especialmente el sentido de culpabilidad que le dictaba sus acciones. A la misma vez que sentía coraje, se sentía poderoso y que tenía razón en lo que decía, aunque varios de sus argumentos no tenían tanta lógica o no eran tan necesarios. De todas formas le agradó un poco.

Ese poder duró poco. Al ambos alzar la voz, los instinctios de su niñez tomaron control de su mente, lo dejaron casi inmóvil, y se calló. Terminó la discusión, se disculpó y se mantuvo callado por el resto de la tarde, una tarde larguísima. Mientras trabajaba pensaba en su discusión. Siempre tenía mucho trabajo porque las máquinas se dañaban a menudo. Pensaba que tal vez tenía razón de usar mejores equipos, pero era más barato para la compañía que lo usaran a él.

Finalmente le llegó la noche, la hora de salida. Se escapó calladamente de su trabajo y comenzó a caminar hasta su casa. Nunca antes se había sentido tan feliz de salir de su trabajo. Él siempre disfrutaba su trabajo, pues era algo que lo distraía y le gustaba hacer. Por lo menos no se quejaba... hasta aquel momento. Odiaba su empleo, pensó, odiaba a su supervisor, Michael, a quien culpaba por todos sus problemas en el trabajo y concluyó que él era la causa de todos sus problemas en la casa, de todos sus problemas emocionales y de sus problemas económicos. Una vez más sintió coraje. Usando ese coraje, lo culpó por todos sus problemas. Pensó que tenía razón y que sus conclusiones tenían lógica.

Siguió pensando en todas las palabras de Michael y de momento llegaron los recuerdos de las peleas con su madre. Lo único diferente era que esta vez las palabras de ella las decía el supervisor. Él lo llamaba un incompetente, un idiota y un bueno para nada; le decía que se fijara en lo que hacía, porque lo estaba haciendo mal, todo mal; le decía que siempre tenía que estar detrás suyo para que hiciera las cosas bien. Todos los insultos de su madre, se reflejaron a través de su jefe y sintió más rencor que nunca. Sentía más odio que el que alguna vez había sentido y era porque todo el dolor de sus años de juventud lo estaba liberando de una manera explosiva. Se estaba ahogando en el odio que había acumulado todos esos años.

De repente e inexplicablemente el loco comenzó a llorar. Él simplemente se echó a correr; corrió con todas sus ganas hasta más no poder. Parecía que corría a ningún sitio en específico, pero poco a poco, llegó a su casa. Estaba tan sumergido en sus pensamientos que no se dio cuenta de lo mucho que lo agotó la carrera hasta que se detuvo. Decidió tomar un descanso a los pies de la escalera de su casa. Cerró los ojos y veía una figura que parecía la incorporación de su madre y su jefe en uno. Él confundió, en su imaginación, el uno con el otro. Su estado mental cambió de momento pero continuó su llanto. No sabía por qué lloraba - si era por dolor, o porque se dio cuenta de su grave error - simplemente lloraba.

Su temor rápidamente fue suplantado por un sentido de miedo, terror y vergüenza. Se dio cuenta que la gente que pasaba lo miraba y tal vez ellos se preguntaban por qué lloraba. En su mente, ellos se reían de él a más no poder, y eso le devolvió su odio. Subió rápidamente las escaleras, abrió la puerta y la tiró con todas sus ganas. Corrió entonces hasta su cuarto donde frenéticamente rebuscó su gabetero, hasta que encontró lo que estaba buscando.

Sí, definitivamente era su pistola lo que estaba buscando... y la había encontrado. Muchas ideas entraron en su cabeza al mismo tiempo, una vez que la había cogido en sus manos, pero lo que más pensó fue en cómo todos sus problemas le serían resuletos y cómo una vez más encontraría la paz dentro de su mente. Todos aquéllos eran los pensamientos que corrían por su mente - mientras corría. Esta vez éee;;l sabía a dónde correr. Con mucha seguridad corría a su destino con su "juguete" escondido en un bulto que cargaba. Corrió hasta que un pensamiento ajeno pasó por su mente.

- ¡Alfredo!

Sintió que su nombre corría por toda su mente y le prestó atención.

- ¡Alfredo! - escuchó otra vez, a lo lejos, su nombre. Pensó que era su mamá que lo llamaba, como ella siempre lo hacía cuando se le olvidaba hacer algo, o lo hacía mal, y entonces sintió miedo y terror.

- ¡Alfredo! - una vez más escuchó su nombre, pero esta vez más cerca y notó que no era su madre ni su imaginación, sino que era alguien que lo llamaba. Se volteó y notó que era una vecina que lo llamaba. Era Camila que lo llamaba. Ella era una de las pocas personas que soportaban los discursos de Alfredo, aunque su paciencia tenía también límites. Era una mujer que, aunque siendo sólo uno o dos años mayor que él, era bien perceptiva y desde algún tiempo sospechaba un poco de Alfredo. Sus sospechas estaban ya confirmadas y ella estaba más preocupada que nunca por él. Lo había visto llorando de lejos y cuando lo vio corriendo - con una cara de extrema malicia - decidió seguirlo.

- ¿Qué pasa? - preguntó el loco.

- ¿Qué te pasa a ti?, pregunto yo. Te vi llorando y ahora corriendo a no sé donde y estoy preocupada. Dime, por favor, lo que te molesta.

Al escuchar eso Alfredo se aterrorizó y se sintió avergonzado una vez más porque una persona con la que hablaba regularmente, lo había visto llorando. Eso era el fin del mundo para él. Se volteó sin decir nada y siguió corriendo, aún con más rapidez. Llegó, por fin a su destino, que era su lugar de trabajo. Mientras entraba, miró el letrero gigante de la compañía sobre la puerta. Él sabía que su supervisor no saldría del trabajo dentro de una hora más y el tiempo le daría para ejecutar su venganza.

Pasó por la puerta principal, callado, sin decirle nada a nadie. Cruzó el pasillo hasta que llegó a una puerta roja y metálica. Tocó la puerta y la abrió cuando escuchó un: "Entre."

- Alfredo, que sorpresa. - dijo Michael seriamente - ¿qué te trae?

Silenciosamente sacó la pistola de su bulto y la apuntó al jefe. Su víctima le dio una mirada perpleja y a la vez asustada. Lleno de rencor, Alfredo comenzó a apretar el gatillo, mientras le pedía misericordia.

- Tú nunca antes me has prestado atención, - respondió, - Tú me maltrataste, me hechaste al piso como un trapo, nunca dijiste algo que me ayudara y que me me hiciera sentirme bien. Todo el tiempo me regañabas. En ningún momento me dejaste ir a alguna fiesta, ni me dejaste disfrutar con mis compañeros de clase, que podían haber sido mis amigos. Nunca tuve una vida. Simpre estuve encerrado en casa. Gracias a ti no tengo el valor ahora de hacerme de algo grande en la vida. Y ahora... ¡y ahora regresas para hacerme la vida imposible una vez más! ¡Eso no te lo permitiré!

- No, Alfredo, detente. - escuchó Alfredo esas palabras que resonaban en su mente. Estas palabras provenían de la dulce voz de Camila. Ella primero le había gritado para que se detuviera, pero él no le había prestado atención. Esta vez sí la escuchó, después que ella lo escuchara atentamente y le hablara con un tono pacífico. Ella le había prestado atención a cada palabra que había dicho y, por fin, se había dado cuenta del problema que Alfredo sufría.

- Alfredo, querido - continuó, escogiendo cautelosamente sus palabras - esa persona no es con la que estás enfadado. No sé qué te habrá hecho esa persona, pero ya se ha marchado de tu vida, ya no te puede molestar. Estás confundiendo tu odio a esa persona, con un amigo que no ha hecho nada en tu contra. Necesitas ayuda, tienes que darte cuenta de eso, y yo puedo brindarte esa ayuda. Por favor, déjame ayudarte. Quiero, por favor, que me des la oportunidad para que te ayude.

Alfredo la miró con una mirada perpleja y sorprendida. Nunca antes alguien le había hablado con unas palabras tan llenas de amor. Miró a su jefe y se dio cuenta de su error. Inmediatamente soltó su arma, dejándola caer en el piso y se acurrucó contra la pared.

- Perdóname Michael - murmuró, con la cabeza escondida entre sus pies y comenzó a llorar. Esta vez, sin embargo, estaba llorando, no de dolor, sino que de felicidad. Aprendió por primera vez que alguien se preocupaba por él y eso era una idea ajena a su conocimiento.

- ¡Gracias! - le dijo a Camila entre sollozos.

Y entre sus nuevas experiencias de ese día, vino una que aún menos se esperaba, de su amiga Camila. Ella, simplemente porque pensaba que era necesario, se le acercó. . . y le dio un buen abrazo.

Espero que haya sido de su agrado. Comentarios: stux arroba geo cities punto com

Este cuento es propiedad del autor, Karli López y no será reproducida completa o en parte de ninguna forma sin la mi autorización escrita. Gracias. This story is the sole ownership of it's author Karli López, and may not be reproduced in whole or in part without my written permission. [Regresar al Índice | Back To Index ]