Plegaria

Libremonos de la solemnidad y la falta de risa, de los protocolos huecos, de la palabra vacía y de la sonrisa cadaverica. Libremonos de la violencia gratuita y de los que escupen en las calles, de las mujeres de fría eficiencia que no lloran, ni se detienen a mirar sus cuerpos bajo la luz plateada de la Luna, libremonos de los que no disfrutan el café por la mañana o el vino compartido, de los que no extienden una mano solidaria, de los que no sueñan, de los perfectos, de los que no tienen problemas, ni dudas, ni angustias; libremonos una vez por todas de la estupidez y de la falta de imaginación, de la gente sin pecados, de los que niegan pasiones, de las almas secas y marchitas, de las uñas postizas, de las envidias y las tarimas de bienestar, libremonos de los que poseen la verdad y han saciado su curiosidad si es que alguna vez la han tenido. Libremonos de los padres y de las madres perfectas, de intachable compostura e incuestionable servicio, libremonos de las mujeres y los hombres que hablan demasiado, de los desconfiados y de los que sufren sordera. Libremonos de las mujeres sin conversación, libremonos del marchitamiento de los cuerpos ajenos y del propio, de la inapetencia sexual. Libremonos para siempre de los cuerdos y de los que no escuchan música, de los que duermen a pierna suelta y nunca necesitan escaparse.



    Libremonos del suficiente y del pedante, del enciclopedista y del intelectual sin gracia, del que carece de vanidad y del que no se deja caer en las tentaciones, libremonos del que ostenta su código moral e impone su verdad, del que ha alcanzado el nirvana y del que no ve mas allá. Libremonos de los seres carentes de humedad : en la boca, en los ojos, en el sexo. Libremonos del poseedor de las frases de cajón, los gestos de cajón y la postura para tal espacio. Libremonos de los que no miran detras de una puerta y a traves de una ventana, de los que no sospechan otras vidas, de los que no brindan con halagos o halagan con brindis, de los que no retan a la noche o invaden un amanecer, de los que no osan descomponer la rutina ni escapar al tedio. Libremonos de los que no saben acariciar el alma, de los planeadores de la vida, de los que no se atreven a morderla, de los que no gozan, de los que no sufren, de los aburridos.

Libremonos de una vez por todas de los que prefieren el honor al sentido del humor.