Limpiar Frijoles Y Más Frijoles
_______________________________Rosa Carmen Ángeles.
Los estudiosos del frijol aseguran que estos son riquísimos en hierro y le propician un buen color de cutis a la gente y aseguran que su alto contenido de vitamina B1 ayuda a proteger la integridad de los nervios. Pero en la cocina de mi casa, a la hora en que mi mamá se le ocurría ponerse a cocer frijoles se gestaban tormentas.
En mi infancia, una metiche tía lejana de mi madre, a la que le encantaba para todo meter su cuchara, adoctrinaba a mi mamá con sus absurdos: "Si quieres hacer de estas niñas mujeres de bien, ponlas a limpiar frijoles." Y mi madre, quien creía al pie de la letra las supersticiones de su tía, le obedecía.
Entonces, procurando hacer de mi hermana y de mí mujeres de provecho, a mi mamá en las noches le daba por obligarnos a limpiar frijoles en la cocina --que era el centro estratégico de la maniobra. A esas horas en muchas casas de México se hacía exactamente lo mismo: otras tantas mujeres buenas de nuestro país limpiaban frijoles; pero en la mía lo hacíamos rabiando y de mala gana: mi hermana y yo no encontrábamos poesía alguna en limpiarlos; esa faena de tan inoportuna nos resultaba ofensiva porque no nos permitía continuar jugando o viendo la tele. Por cualquier maldad así de chiquitita o insignificante que mi hermana o yo realizáramos, mi madre para castigarnos nos ponía a limpiar frijoles. Ana Lilia y yo a veces trabajábamos llorando o peleando. Ibamos escogiendo los frijoles uno por uno para que no se les fueran las piedras o las basuritas, y para no aburrirnos había momentos en que nos daba por jugar guerritas: yo le aventaba uno y ella me lanzaba dos; así, hasta que terminábamos llorando. Entonces mi mamá sacaba un cinturón de cuero muy grande, y Ana Lilia y yo nada más de verlo, ya trabajábamos en serio y de buena gana. A mi hermana y a mí aquellas escenas nos llegaron hasta el alma. Cuando dichos dicotiledones ya estaban limpios, mi mamá los enjuagaba con mucho cuidado para quitarles el polvo y los ponía en agua para que se remojasen por la noche y estuviesen listos para cocerse al día siguiente, hora en la que se terminaba la ceremonia de cocer frijol.
Los frijoles refritos con chorizo constituyen otro acierto de la comida mexicana. Con refritos, chorizo y chipotle, una de mis abuelitas preparaba unos tlacoyos espolvoreados con queso añejo a los que les ponía una como corona de pollo deshebrado: riquísimos. Y aunque esos tlacoyos a cualquiera le teñían de rosa la existencia, mi hermana y yo decidíamos no comerlos. Los frijoles no los comíamos ni con caldo, ni con queso, ni en tlacoyos, ni refritos: procurábamos no probarlos para que no se fueran a acabar y así duraran muchos días más y eso nos evitara el tener que encontrarnos con la aburrida y amarga tarea de limpiar... frijoles.
A mi prima Marta, que solía ser una niña debilucha, flaca y amarilla, su mamá la obligaba a comer frijoles aunque a ella no le gustaran: con mucho escrúpulo, mi prima contaba los frijolitos como si fuesen ovejas y los consumía también con mucho cuidado. Como Marta y yo siempre andábamos a la greña, cuando nos tocaba estar juntas, a la hora de la comida me convertía en su espía: "¡Cómete los frijoles, Marta!", gritaba yo; o bien: "¡Tía, Marta ya está escupiendo los frijoles en la maceta!" Con tal de no comerlos, Marta inventaba historias: "Mira, creo que allá va un ovni", me decía; a lo que yo me tiraba en el suelo boca arriba y me mantenía así acostada como por 15 minutos: "No veo nada", le decía, y Marta aprovechaba ese tiempo para echar los frijoles en el bote de la basura.
Procurando que mi madre se diera cuenta de nuestra aversión, Ana Lilia y yo procurábamos ser técnicamente malas limpiando frijoles; así fue como un día al morder una piedra a mi papá por un pelito y se le rompe un diente.
En la escuela primaria en la que yo estudié, las clases sociales se median por el contenido de las tortas: para pertenecer a la clase alta, había que llevar la torta de jamón; pertenecer al extremo de la pobreza era llevar para el recreo torta de frijoles. Yo a la escuela a veces llevaba torta de queso de puerco, otras de jamón, pero siempre todas con un embarre de refritos.
Los frijoles crudos tienen fama de venenosos; necesitan cocerse bien para que puedan ser digeridos. Ni una cabra se los comería crudos. Yo supe de una criada que en un arrebato de inconsciencia estuvo a punto de envenenar a su patrón, un alemán excéntrico al que ésta se los dio a comer crudos. El germano, quien nunca antes había probado los frijoles negros con cilantro, para sentirse muy mexicano pidió a su sirvienta que le preparara un plato combinado con mucho queso; pero le hicieron daño porque la sirvienta, quien tenía fama de malora, en parte por burlarse de él y en parte por ver qué cara ponía, se los dio a comer crudos. Según el alemán declaró a los médicos, al principio tuvo la sensación de que dos grandes mariposas le revolotearan por el estómago, después experimentó una flatulencia espantosa, además de otras alteraciones, como el que su cuerpo se llenara todo de ronchas, para sentir finalmente una especie de explosión de dinamita en el estómago. "Esto es el fin del mundo", gritaba en alemán. Cuando los médicos interrogaron a la criada, ésta se defendió: "Comer frijoles es cosa sana; a este hombre le cayeron mal porque estaba mariguano --dijo la criada mintiendo cínicamente, y sin poder esconder una risita de burla, agregó--: tuvo mal viaje, je, je, je."