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Fantasmas De Internado

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Como mi madre murió, y a los tres meses mi padrastro tuvo la desfachatez de contraer matrimonio con una prima lejana suya, yo fui internada en un colegio de puras mujeres, en donde transcurrió una buena parte de mi infancia. Como yo era muy latosa cuando cursaba el primero año, a la hora de irme a dormir una persona se quedaba conmigo para cuidar que no hiciera escándalo ni molestara a las demás niñas a la hora de decir sus oraciones. No sé‚ por qué razón, pero en aquella época todo me hacía sentir como una chiquilla perversa y desgraciada. El dormitorio era muy grande y mi cama se encontraba en una de las esquinas, cerca estaba una puerta que daba a un cuarto donde sólo habitaban un sillón viejo, varios candiles descompuestos y un piano destartalado; la puerta del cuarto siempre permanecía cerrada con un candado, y la única que tenía acceso a la llave era la directora. En una ocasión en que no pudo estar conmigo la profesora que me cuidaba, decidió ponerme como vigilante a una alumna de sexto grado, en vista de que la noche anterior -en la que la profesora tampoco pudo asistir- me la había pasado cantando y diciendo chistes y, por mi culpa, ninguna niña en la habitación había podido conciliar el sueño. Pero esta noche me dolía el estómago y además extrañaba mucho a mi mamá . Y aunque la niña de sexto me caía un poco gorda porque me estaba sirviendo de policía, al poco rato empecé a hacer amistad con ella y le pedí que me platicara algo. La niña comenzó contando cuentos de hadas y terminó narrando historias de crímenes y terror que, aunque se veía que no eran ciertas, daban el gatazo como de auténticas. Me acuerdo que estaba contando la historia de un niño blasfemo cuyo destino fue haber sido amigo de un primo del diablo –y que, por cierto, terminó su vida enterrado vivo en un zanjón por levantar falsos testimonios y por haber ofendido mucho a su abuelita- cuando de repente la puerta del cuarto de los muebles viejos se empezó a abrir y el piano -que estaba destartalado- comenzó a tocar solo. Yo lancé‚ un grito muy fuerte y la niña de sexto, aunque se quiso hacer la valiente, comenzó a temblar: las dos nos espantamos mucho. Como estábamos asustadas, nos tapamos con las cobijas hasta la cabeza porque teníamos miedo que atravesando el hueco de la puerta que se encontraba al lado de cama se nos fuese a aparecer ni más ni menos que el mero primo del diablo, y en una de malas nos tocase verlo. Así que decidimos dormirnos juntas. Al día siguiente nos levantamos muy temprano, antes de que todas hicieran lo mismo, y cuando quisimos cerrar la puerta que se había abierto, nos encontramos con que ésta estaba cerrada. Nunca pudimos explicarnos lo que había pasado. Después, cuando les comentamos esto a las demás compañeras, las niñas de secundaria nos contaron que de ese cuarto acostumbraba salir La Llorona. ¡Por fin había dado con el verdadero hogar de La Llorona! Pero como yo no sabía si creer en eso o no, con el tiempo decidí olvidarlo.

"Cuando ya cursé el tercer grado, me tocó otro dormitorio que era semejante al que acudía cuando iba en primero: igual de grande, aunque en este había una ventana pequeña que daba a la calle. Una noche en la que terminábamos de rezar la oración a nuestro ángel de la guarda, muy cerca de la ventana se empezaron a escuchar los sollozos de una mujer: '¡Ay, nanita!, ¡La Llorona!', gritó una de mis compañeras. Y en esa ocasión, todas las niñas que ocupábamos el dormitorio sentimos escalofríos. Una de nosotras, tratando dé averiguar de qué se trataba, se asomó a la ventana y dijo que había visto a una mujer vestida de blanco que estaba sentada en una caja de jabón y que deshojaba con su manos un crisantemo. Todas muy asustadas quedamos convencidísimas de que se trataba de La Llorona.

"A veces, la señora de la cocina nos regalaba un taco a mis compañeras y a mí a horas que no eran de comida, y una vez en que la fuimos a visitar nos contó que por las noches se aparecía una mujer muy bella que se metía a la cocina y se quitaba los brazos y las piernas para meterse entre las cenizas del brasero, donde se empezaba a revolcar, y que cuando se revolcaba, la ceniza le iba marchitando el rostro hasta quedar convertida en una viejita. La señora, que era muy gordita y que cuando se asustaba arrugaba mucho la frente, contaba también que luego de que ocurría eso, cuando ella prendía el brasero para calentar algún alimento, salía una como luz deslumbrante, una como bola de fuego que rodaba y rodaba hasta terminar disolviéndose en un pozo.

"Algunas de mis compañeras decían que llegaron a ver como por las escaleras bajaba una señora enredada en una sábana blanca. Esa señora caminaba hasta el patio de atrás, se quitaba la sábana, quedaba desnuda y se metía a nadar en la fuente. Así, un buen rato, hasta que se desvanecía.

"Jamás pude saber a ciencia cierta si lo que nos pasó a la niña de sexto y a mí con la puerta fue auténtico o no; y si lo que contaban en el internado acerca de La Llorona era verdad o mentira. Pero lo que sí sé es que me da pena contarlo porque tengo miedo a que me juzguen loca o me tomen por gente poco seria."

Rosa Carmen Ángeles

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