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Nora Y El Café De Chinos

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Durante años tuve como compañera de clase a Nora Ham, una niña barberilla y muy servil con los maestros, que pertenecía a una familia dueña de un café de chinos.

Al negocio de los Ham le decían "Café de Chinos", porque no tenía nombre, y era atendido por toda la familia: el abuelo Ham, quien no tenía cejas ni labios (casi estaba borrado de la cara) y era un chino indeciblemente feo que había nacido en Shangai; el primo Ham, que era bastante presuntuoso, pero poseía los mejores rasgos de su raza, había nacido en Tsingtao y también era chino; el papá de Nora, quien era chino de Monterrey y cuyo rostro patibulario y siniestro lo hacía parecer más agente chino de la policía judicial que un dependiente de café. Toda aquella familia tenia ojos de chale, menos la mamá Ham, que era una señora de aspecto bastante convencional y de origen inglés, pero que había nacido en Aguascalientes y se apellidaba Lee (o sea, Li).

El abuelo de Nora Ham contaba -inflando mucho las mejillas- que había llegado a México en los alocados 20s, pero que ya antes había estado aquí en tres de sus reencarnaciones anteriores.

En la escuela, a Nora Ham yo la apodaba La Amenaza Amarilla y no nos podíamos ni ver. Pero como su mamá y la mía eran amiguísimas, seguido nos visitábamos y ellos nos obsequiaban café‚ con leche y pan recién salidito del horno (que, por otro lado, hace mucho daño). A mí ese café‚ con leche me daba asco porque me lo servían con nata y me sabía a pomada para los callos.

La familia Ham era católica guadalupana, pero quién sabe por qué se comportaban como monjes budistas; yo me los imaginaba tejiendo charlas de sobremesa muy filosóficas, al estilo oriental. Por ejemplo, a Nora la imaginaba tratando de encontrar el camino del Tao y preguntándole a su abuelo: "¿Dónde esta el pan?", en tanto éste le contestaba: "Lo tienes justamente delante de tus ojos de rendija". Mientras que Nora volvía a preguntar: "¿Entonces, por qué no lo veo?" "Por culpa de tu egoísmo", volvía a responder, según yo, el abuelo.

Nora era enemiga jurada de los perros: les tenía pavor; y siempre que se encontraba con alguno armaba escándalo. En una ocasión en que mi familia y yo estábamos de visita en el café de los Ham, a Nora y a mí nos mandaron a comprar mejorales a una farmacia; y para llegar teníamos que pasar por una casa de donde salía un perro buscapleitos que infundía admiración y miedo a la vez. Y aunque a la ida no hubo problema alguno, sucedió que de regreso de la farmacia tuve el impulso de demostrar lo que en ese momento consideré el mayor rasgo de ingenio de toda mi vida, pues se me ocurrió gritar: "¡El perro, Nora! ¡Te va a morder una pompi!", hacíéndolo con todas las ganas de que creyera que de verdad el perro venía tras ella. Y Nora lanzó un grito que se escuchó a lo largo varias calles, y comenzó a dar saltos de acróbata, tratando de alcanzar a llegar al café de chinos, pero me di cuenta que aquella idea mía era una experiencia harto riesgosa cuando la vi privada del sentido y despatarrada en el suelo. Fue entonces cuando sospeché que algo definitivo estaba ocurriendo y empecé‚ a sentirme angustiada; pero cuando alguien fue y les contó el chisme a los padres de Nora de que yo la había andado espantando, éstos salieron y la encontraron tirada, y casi también empecé a oler vinagre de manzana, la mamá mía empezó a lanzarme ojos como de reproche, incluso, según me comentó tiempo después, llegó a suponer que a Nora ya nada la despertaría. Pero aquella niña antipática logró despertar y mi familia y yo decidimos regresar a casa; pero ya estando bajo el amable calor hogareño, mi madre sacó un cinturón bien largo y ancho y me aplicó una santa cueriza que hasta la fecha no he podido olvidar. Así fue como se me quitó la costumbre de andar asustando gente.

Rosa Carmen Ángeles

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