Un Falso Puerto De Salvamento

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Mientras estuve casada llevé una vida bastante insípida. Vivíamos en Tepic mi esposo, Elenita mi hija de 10 años; Fernandito de 8, y yo, que contaba con 31 años muy bien disimulados; y aunque decirlo me está mal, la verdad es que, a pesar de que mi marido era el hielo mismo de Siberia y se la pasaba blasfemando y diciendo que era yo una estúpida, puedo considerar que aquellos fueron los años más felices de mi vida.

Más resultó que un sábado unos amigos nos invitaron a mi esposo y mí a una fiesta de aniversario. Y es allí donde apareció Raúl, un hombre alto, fuerte, de ojos que parpadeaban coquetamente y de un futuro muy prometedor, porque estaba a punto de terminar la carrera de médico. Sólo había un inconveniente: era por desgracia varios años más joven que yo: él tenía 22 (esto lo supe después).

Cuando vi a Raúl quedé‚ con la boca abierta y estoy segura de que todo mundo se dio cuenta, pues daba yo la impresión de que quería que me examinara un dentista. Muy cerca de mi esposo y de mí, Raúl trataba de conquistar a una gringa boba que no me pareció nada bonita, pero yo creo que algún encanto ha de haber tenido porque mi esposo hizo el comentario: "¿Qué bárbara! ¿Qué‚ guapa muchacha!", a lo que yo repliqué con sorna: "¿Quién? ¿Esa gelatina?" Era evidente que a Raúl la gabacha le parecía encantadora, porque inmediatamente que la vio la sacó a bailar, aunque se notaba a claras que ella no entendía nada el español y él apenas balbuceaba el inglés, porque ambos iniciaron un diálogo como de película: "Tú, Jane... Yo, Tarzan", ante lo cual yo resultaba una pobre Chita. Raúl, queriéndole decir que a él le gustaba ella, pero que a ella él no le gustaba nada, dijo las cosas exactamente al revés: "You like me but I don't like you" (yo te gusto, pero a mí no me gustas). Y ese fue el momento clave del acabose, porque la gringa respondió en inglés muy enojada: "Entonces qué diablos está haciendo aquí". Y como se largó furiosa, Raúl primero pensó que quizás en realidad, como no sabía inglés, sin querer él le había mencionado las bragas, luego encontró más conveniente bailar conmigo y se dirigió a mi esposo en busca de permiso.

Cuando nos encontrábamos bailando, Raúl me hizo saber que yo era la mujer más hermosa de la fiesta y (casi me desmayo cuando lo dijo), que en efecto, la gringa parecía una gelatina; pero como sospeché‚ que todo aquello era vil hipocresía, ni agradecí el cumplido ni me desmayé. Durante el resto de la pieza Raúl casi no habló, pero sus miradas y su brazo, que poco a poco apretaba más mi talle, me obligaron a pedirle que me dejara. Él ya no replicó más.

La semana siguiente, aquellos mismos amigos que nos habían invitado a la fiesta de marras, llamaron a mi casa para invitarnos ahora a un gran picnic; pero como mis hijos se encontraban de excursión y mi esposo ese día tenía que ir a una comida que ofrecía un diputado, me tocaba a mí ir sola.

Estando en el campo, que me voy encontrando al futuro médico que también había sido invitado. Esto catalogaba mi aceptación como un aviso del subconsciente. Y aunque al principio ni me voltee a ver porque estaba platicando con una de las invitadas, al poco rato ya estaba pidiéndome que aceptara dar un paseo para hacer hambre y demostrar lo arrepentido que estaba de haberse portado tan ligeramente conmigo durante la fiesta anterior.

Después de caminar Raúl y yo un largo rato entre árboles y follajes enmarañados, y de hablar de hospitales, cáncer, epilepsia y males incurables, comencé a sentirme enferma y harta de anta conversación científica, por lo que le pedí nos sentáramos. Ninguno de los dos hablaba por no tener nada que decirnos. En esas estábamos cuando, sin saber cómo, de pronto me sentí en sus brazos. Raúl incluso me empezó a dar besos llenos de fuego, mientras repetía arrobado en éxtasis que me adoraba y que estaba loco por mí.

Después de aquel picnic, no pude dejar de pensar en ese hombre. Con mi esposo perdí toda intimidad, aunque a él pareció no importarle mucho. Hasta que finalmente olvidé todos mis deberes de esposa y madre de familia para seguir a aquel estudiante de medicina que se había convertido en mi vida y mi razón de ser.

Los padres de Raúl, al enterarse de nuestro romance, se encararon conmigo para reclamarme el que me comportase como mujer infiel; me armaron tal escandalito, que en esos momentos sentí como si estuviese frente a un pelotón de fusilamiento. En lo referente a mi galán, decidieron no seguir costeándole los estudios.

Como en Tepic todo se sabe rápidamente, estaba segura que alguien ya le había llevado a mi marido buena parte de las nuevas. Llena de terror llegué a pensar que mi esposo tomaría mi infidelidad como una ofensa para posteriormente lanzarse sobre mí y torcerme el cuello. Pero no, hasta eso; recibió la noticia sin inmutarse: "Me alegro. Si se quiere largar que se largue, que se lleve a los niños, si quiere, y si no que los deje. Y que Dios la ayude para que así ambos podamos hacer de nuestras vidas un papalote". Y así, después de echarme la bendición, se quedó muy ecuánime y con el semblante alegre.

Al principio, Raúl, aquel hombre que parecía mi puerto de salvamento, era muy tierno y cariñoso; parecía no importarle vivir sin dinero, en una pocilga, con una mujer casada que había abandonado a sus hijos. Me decía que trabajaría en donde fuera a fin de no perder la felicidad de estar juntos. Y la tonta de mí pensó que en esta ocasión sí se encontraría protegida y amada para toda la vida.

Pero al cabo de algunos meses aquella viviendita que compartíamos juntos y felices, empezó a parecerse más a un cuartel general: Raúl iba y venía dando órdenes, lanzando gritos hasta quedar enronquecido; y se empezaba a quejar de la falta de dinero, de que fuese yo más vieja que él, de que por mi culpa hubiese quedado su carrera trunca, de sentirse humillado trabajando de cuidador de enfermos y sin porvenir para mantenerme. Y cuando, fastidiada de tanto reproche, se me ocurría repelar o defenderme, me echaba la culpa: "Ya ves cómo tú eres la mala".

Hasta que, no deseando causarle más daño, un día me alejé de su lado. Y aunque no tengo muchos estudios y sí muchas faltas de ortografía, para mantenerme me puse a trabajar de secretaria, profesión que con gran dificultad había ejercido hasta antes de casarme. Such is life.

Rosa Carmen Ángeles

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